Cuerpo y sangre de Cristo (por JR Flecha)

La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos recuerda la institución de la Eucaristía. En su celebración, anunciamos la muerte de Cristo, proclamamos su resurrección y manifestamos nuestra decisión de vivir esperando su venida gloriosa. La Iglesia celebra la Eucaristía, pero la Eucaristía hace a la Iglesia.

En un sermón pronunciado en la víspera del Corpus Christi predicaba San Juan de Ávila que esta fiesta había sido instituida para que entendiéramos la grandeza del don de la eucaristía y la alteza de este milagro. En él quiso el Señor extender tanto su mano a hacer maravillas que el cielo y la tierra no las pueden comprender, y no cesan de maravillarse.

Ha pasado medio siglo, pero los sermones que San Juan de Ávila predicaba en la fiesta del Corpus Christi nos parecen todavía actuales y luminosos. Invitaba él a los fieles a meter en su pecho el Santísimo Sacramento, a comulgar a menudo, a acercarse al santo altar de Jesucristo y a rogarle con mucha devoción:

“Señor, en esta tribulación estoy; Señor, en esta fatiga estoy; esta tentación me fatiga; esta deshonra me anda rondando; Señor estoy tibio, estoy flojo, estoy frío; Señor, pues vos sois fuego verdadero, encended mi alma con vuestro amor; abrasad, Señor, mis entrañas en caridad”.

LA MISIÓN Y LA ENTREGA

El evangelio que hoy se proclama (Mc 14, 16. 22-26) nos sitúa en el ambiente de las fiesta de Pascua. Jesús está en Jerusalén y pide a sus discípulos que preparen lo necesario para celebrar con ellos la cena pascual. En nuestra fantasía queda la pregunta por el hombre del cántaro que les facilita la sala grande en el piso de arriba.

Después, el texto nos recuerda que Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Y algo semejante hizo con el cáliz. En él entregaba su sangre. La sangre de la alianza nueva que había de ser derramada por todos los que aceptaran la salvación.

Aquellos gestos anunciaban su entrega. Demostraban la sinceridad con que había aceptado y vivido su misión. Hacían ver la generosidad con que afrontaba su entrega a la muerte. Y revelaban ya la esperanza con la que preveía su permanencia en el centro mismo de la comunidad de sus discípulos.

ENCRUCIJADA DE LOS TIEMPOS

La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo no puede dejar indiferente al cristiano. La celebración de la Eucaristía nos sitúa en la encrucijada de los tiempos.

• El pasado no puede ser olvidado. El signo del pan y del vino significaba y hacia presente su entrega por nuestra salvación. La Eucaristía no puede ser trivializada. En ella hacemos memoria de la entrega de Jesús. Por gozosa que sea, la Eucaristía hace presente el sentido de su vida y de su muerte.

• El presente nos implica a todos los que nos acercamos al altar. Al reunirnos en torno al altar veneramos el cuerpo sacramental de Jesuscristo. Pero también nos comprometemos a mantenernos unidos en el cuerpo social de Cristo que es la Iglesia. Y a descubrirlo presente en todos sus hermanos, especialmente los pobres y marginados.

• El futuro nos orienta a la gloriosa manifestación de Jesucristo. La Eucaristía nos lleva a preparar la plenitud de su reino. Desvela el valor relativo de lo que vamos construyendo. Y abre ante nuestros ojos un horizonte último, para que demos a todos nuestros hermanos razones para vivir y razones para esperar.

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