Por el camino (TOB24-12) por JR Flecha

Hoy se lee en la liturgia un texto del libro de Isaías que nos lleva a recordar los días de la Semana Santa (Is 50, 5-9). Nos impresiona siempre escuchar ese tercer canto del Siervo de Dios: “Ofrecí la espalda a los que me apaleaban y la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”.

En nuestra peripecia particular, todos hemos experimentado las espinas que siempre vienen mezcladas con las rosas. Pero bien recordamos que no hemos estado dispuestos a prestarnos a la burla, al desprecio o a las zancadillas de los demás. Nos hubiera parecido una vergonzosa renuncia a nuestra dignidad personal.

Seguramente, el secreto de esta actitud del Siervo de Dios se encuentra en el versículo siguiente: “El Señor me ayudaba, por eso no sentí los ultrajes”. La confianza en la cercanía y en la ayuda de Dios transforma totalmente el sufrimiento. No suprime de golpe las ofensas. Pero nos lleva a comprender el sentido que encierran.

LAS PREGUNTAS

El evangelio de hoy nos sitúa en la zona de las fuentes del Jordán (Mc 8, 27-35). A veces imaginamos a Jesús descansando a la sombra fresca que allí acoge al peregrino. Pero el texto incluye una frase en la que pocas veces reparamos: “Por el camino preguntó a sus discípulos”. Es en medio de la rutina de cada día cuando Jesús nos dirige sus dos preguntas.

- La primera pregunta parece fácil: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Para responder no hace falta fe. Basta con prestar atención al ambiente. En el momento actual, sobre Jesús se oyen las opiniones más dispares. Y hay cada vez más despreocupación e ignorancia. Hasta en los países de vieja cristiandad son muchos los que no saben quién es Jesús.

- La segunda pregunta nos interpela directamente: “Y vosotros, quién decís que soy?” La respuesta exige silencio y reflexión. Se trata de confesar la identidad de aquel en quien creemos. Pero con esa confesión se revela también la identidad del que dice creer. Al ver las reacciones de Pedro, entendemos que no basta con reconocer a Jesús como Mesías. Hay que aceptar su mesianismo como es, no como nosotros queremos que sea.

EL SEGUIMIENTO

“El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. El texto evangélico supone que hay una relación entre el que pregunta y quienes responden. La relación entre el Maestro y sus discípulos. Una relación que comporta tres decisiones muy serias y radicales:

• Negarse a sí mismo. No es fácil reconocer que uno tal vez no tiene siempre la razón, que se ha equivocado en el pasado y se equivoca en el presente. Ahora bien, el error puede ser casual e imprevisto. Jesús pide tener el valor de revisar los propios criterios y renunciar a ellos de forma radical.

• Cargar con la cruz. Ya la sola mención de la cruz nos pone nerviosos. La cruz era un instrumento de suplicio. Cargar con ella significaba reconocerse a sí mismo como un malhechor justamente condenado. Y compartir de alguna manera la suerte del Justo injustamente ajusticiado.

• Seguir al Señor. En el itinerario cristiano seguir al Señor significa en principio mirar a Jesús como Maestro de doctrina y como modelo de vida. En el texto evangélico se sugiere que seguir a Jesús es hacer nuestro su propio camino de entrega y de muerte. Justo lo que no quería aceptar Pedro después de haber confesado a Jesús como Mesías.

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