Un espíritu sin barreras (TOB26-12)

“Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”. Con este hermoso deseo concluye el episodio que se lee como primera lectura en la eucaristía de este domingo (Núm 11, 25-29). Es un relato muy interesante. Por medio de la anécdota se transmiten varias ideas importantes.

En un primer acto se muestra la predilección de Dios por Moisés, al que ha llenado de su espíritu. Ahora bien, Dios aparta algo de ese espíritu y lo reparte entre setenta ancianos que, por en virtud de esa gracia, reciben el don de profetizar. También ellos se convierten en portavoces de la voluntad de Dios.

En un segundo acto, aparecen dos de los designados que se hallan fuera del campamento hebreo. Sin embargo, el espíritu los encuentra donde están, de modo que comienzan a profetizar como los demás. Cuando un joven trae a Moisés la noticia, Josué le sugiere a Moisés que les prohíba profetizar.

Y ahí se coloca la célebre frase de Moisés: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”. Todo el relato revela la grandeza de Dios, las dificultades institucionales que tratan de limitar esa grandeza y la magnanimidad de Moisés que percibe la dimensión comunitaria y universal del espíritu de Dios.

EL SECTARISMO

También el evangelio recoge esa tentación que aparece con frecuencia en la comunidad cristiana. Algunos creyentes se creen con el monopolio del Espíritu de Dios. Piensan que sólo puede mostrarse en su grupo y a través de sus gestos y palabras. Y por una falsa fidelidad al Espíritu, lo niegan a los demás y terminan por poner barreras a Su acción.

Así lo cuenta el evangelio de hoy (Mc 9, 38-48). Juan cuenta a Jesús que han visto a uno que, en Su nombre, expulsa demonios, aunque no pertenece al grupo de los discípulos. Menos mal que éstos han tratado de prohibirle esa actividad. Es peligroso el espíritu de grupo, o de secta, que se considera elegido en exclusiva. ¿Qué hay detrás de esa actitud de Juan y sus compañeros?

En primer lugar hay una falsa idea del mismo Jesús al que siguen. No saben que Su santo nombre no es patrimonio de nadie. Además hay una tendencia malsana a considerar enemigos a los que no pertenecen al grupo. Y, finalmente, hay un resentimiento vengativo. Los que no pudieron expulsar el demonio del joven epiléptico (Mc 9,18), no toleran que “otro” que no va con ellos pueda realizar lo que ellos no lograron.

LA SENSIBILIDAD

¿Qué no daríamos por ver el rostro y la mirada de Jesús al descubrir en sus discípulos más íntimos estos gestos de exclusivismo? Con todo, el texto evangélico pone en boca de Jesús un mandato terminante y dos motivos que son criterios para la acción:

• “No se lo impidáis”. Los que siguen al Señor deben cultivar en sí mismo la sensibilidad para descubrir las señales del Espíritu, dondequiera que se presenten. El Espíritu de Dios no conoce fronteras. Impedir la acción del Espíritu significa no creer en Él.

• “Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. Es verdad que la Iglesia ha sido llamada a confesar el Nombre del Señor. A rogar que ese Nombre sea santificado. Y a descubrir los lugares impensables donde ese Nombre hace prodigios.

• “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Es cierto que los discípulos del Señor han sido siempre hostigados. También ahora hay muchos que los persiguen. Pero hay también “ateos cristianos”, como se definía Oriana Falacci. Quien ama los valores del evangelio está contribuyendo de alguna forma a la misión del Mesías Jesús y de la Iglesia.

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