La luz y la sal Mt 5,13-16 (TOA5-14)



“Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. Nadie puede poner luz en este mundo si no vive con espíritu fraternal. Esta es la condición que se expresa en la última parte del libro de Isaías (Is 58, 7-10). 
Una parte de la sociedad vive de espaldas a las necesidades de tres cuartas partes de la humanidad. Hablamos de la pobreza que atenaza a muchos millones de personas. Pero muchos de nosotros ni siquiera somos capaces de imaginar las situaciones dramáticas en las que viven y mueren los pobres. 
Hay que promover un progreso “para todo el hombre y para todos los hombres”, como ha escrito Benedicto XVI. Tenemos que exigir a los gobernantes y a las grandes organizaciones internacionales que cumplan sus compromisos. Pero todos podemos hacer un pequeño gesto de fraternidad. Sólo entonces brillará nuestra luz.   
  
LA DEBILIDAD DE LA LUZ

En el texto evangélico que hoy se proclama, también Jesús emplea la imagen de la luz  (Mt 5, 13-16). Sus palabras no suenan como un mandato o como una nueva obligación moral impuesta por una norma. Sus palabras son una revelación. Sus discípulos son en verdad la sal de la tierra y la luz del mundo.
Es cierto que todos hemos de actuar de acuerdo con lo que somos. No podemos traicionarnos a nosotros mismos. Ni podemos defraudar las esperanzas que suscitamos en nuestro entorno.  A las dos declaraciones de Jesús siguen algunas condiciones. La sal no puede volverse sosa. Y la luz no debe ocultarse. 
Las imágenes son elocuentes. La sal se emplea para preservar a los alimentos de la corrupción y para darles sabor. La luz de la lámpara se coloca en alto para alumbrar a todos los de la casa. Pero la sal no es el fin de sí misma. Al cumplir su función desaparece. Y el aceite se gasta al dar luz al ambiente. Sólo da vida quien la pierde.

LA ALEGRÍA DE LA LUZ

En este momento en que se nos pide vivir con valentía “la alegría del Evangelio”, esta proclamación de Jesús resume la misión y el talante de los evangelizadores:
• “Vosotros sois la luz del mundo”.  Este título no es un privilegio de unos pocos: se aplica a todos los creyentes.  Por tanto, no puede fomentar el orgullo de algunos llamados a seguir al Señor. Señala la transparencia que se espera de todos ellos.
• “Vosotros sois la luz del mundo”.  Este título no es un elogio dedicado a los más instruidos o a los que pronuncian discursos más brillantes. Es una exhortación a dejarse iluminar por Aquel que es la Luz e ilumina a todos los que vienen a este mundo.

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