Dios y el César Mt 22,15-21

“Te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios”  (Is 45,4-5). Es sorprendente este texto que se encuentra en la segunda parte del libro de Isaías. Estas palabras de Dios no se dirigen a un rey de Judá o de Israel, sino a Ciro, rey de los persas, al que el profeta califica como “Ungido por Dios”.
Es cierto que el texto habla de este rey, que vendría a derribar los restos del imperio de los babilonios y a devolver la libertad a los pueblos que ellos les habían arrebatado.  Ciro, en efecto,  promulgaría el edicto que permitía a los hebreos regresar a sus tierras y reconstruir la ciudad de Jerusalén.
Pero el texto habla sobre todo de Dios. Él es el Señor de la historia. La altanería de los poderosos no significa nada en su presencia. Es llamativa esa repetición: Dios elige a Ciro aunque Ciro no conoce a Dios. Es decir, el poder viene de Dios. Y Dios utiliza el poder humano para darnos a conocer sus planes divinos. 

VERDAD E HIPOCRESÍA

 Al poder de los gobernantes se refiere también el evangelio  que hoy se proclama (Mt 22,15-21). Conocemos bien la escena. Aunque habitualmente no se llevan bien entre ellos, los Fariseos se unen por esta vez a los partidarios de Herodes para tender una trampa a Jesús.
Pretenden halagar a Jesús, reconociéndolo como Maestro y subrayando al menos tres de sus virtudes. Admiran su sinceridad, la rectitud con la que enseña el camino de Dios y su independencia de juicio, que no se deja arrastrar por la acepción de personas. Los creyentes sabemos que una vez más, los enemigos de Jesús decían más de lo que sospechaban.
Tras esa florida introducción, llega la pregunta: “¿Es lícito pasar impuestos al César o no?” Seguramente los emisarios pensaban que el Maestro no tenía salida alguna. Si se negaba a pagar impuesto al Imperio Romano, podía ser denunciado. Si apoyaba el sistema de impuestos no podría presentarse como un salvador de su propio pueblo. 
 
LA LEY Y LOS PRIVILEGIOS

Jesús intuye los sentimientos de quienes preguntan y los acusa de hipócritas. Un piadoso israelita no debía llevar monedas acuñadas con imágenes humanas. Pero evidentemente estos  tentadores que se mostraban como piadosos transgredían tranquilamente la Ley. Los que reconocen la sinceridad del Maestro no viven con sinceridad. De ahí la respuesta de Jesús:
• “Pagadle  al César lo que es del César”. En muchos lugares y en todo tiempo los gobernantes suelen mirar con recelo a los cristianos. Piensan que no pueden fiarse totalmente de ellos. Pero los cristianos saben que es un deber de justicia y de caridad colaborar lealmente en la búsqueda y realización del bien común de la sociedad. 
• “Pagadle a Dios lo que es de Dios”. Sin embargo, ya desde el primer momento, los cristianos han aprendido que no siempre las leyes humanas persiguen el bien común. Si las leyes tratan de favorecer a los privados, se convierten en “privi-legios”, como ya decía San Isidoro.  En esos casos, se impone la objeción de conciencia.   

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