“Allanad en la estepa una
calzada para nuestro Dios” (Is 40,3). La
segunda parte del libro del profeta Isaías comienza con un oráculo del Señor:
“Consolad, consolad a mi pueblo”. A las gentes que han sufrido durante largo
tiempo el penoso y humillante exilio en Babilonia se les anuncia la proximidad
del retorno a sus tierras de Judá.
“Una voz grita: En el
desierto abrid camino al Señor”. Es decir, Dios se identifica con su pueblo. Se
puede decir que también él ha vivido desterrado con su gente. Pero ahora se
propone encabezar la caravana de los que van a regresar a su tierra. Los que
fueron desterrados un día o los hijos que les han nacido en el destierro.
Hasta nueve veces aparece en este texto la
mención de Dios. La esperanza se vuelve a él. Hay que abrir una calzada en la
estepa. Pero es una calzada para Dios. El pueblo habrá de recordar siempre que
esa es su vocación. Abrir caminos para que Dios pueda recorrerlos, hacerse
presente entre sus gentes y guiarlos hacia la libertad.
LOS COMPROMISOS
Pues bien, el evangelio que hoy se proclama
retoma el texto del “Libro de la Consolación” e identifica la voz del antiguo
pregonero con la de Juan el Bautista. Vestido y alimentado con una austeridad
que llama la atención de todos, Juan grita en el desierto: “Preparadle el
camino al Señor, allanad sus senderos” (Mc 1,3). Esa preparación incluía tres
compromisos urgentes:
• En primer lugar, la
conversión, es decir el cambio de mentalidad y de costumbres. No una simple
disminución cuantitativa, sino un salto cualitativo en la vida. Es decir, una
verdadera y nueva creación de la persona.
• En segundo lugar, la confesión pública de los
pecados, como reconocimiento del propio error y del extravío de la persona. Es
decir, la admisión y la profesión de que siempre es posible alcanzar el perdón de Dios.
• Y en tercer lugar, el
bautismo en las aguas del Jordán. Es decir, la renovación de la memoria de que
un día las aguas de este río se habían abierto para permitir el paso a Josué y
a su pueblo hacia la tierra prometida.
EL ANUNCIO
De todas formas, aunque las
palabras de Juan sean semejantes a las del mensajero que aparecía en el “Libro
de la Consolación”, hay algo nuevo en ellas. Del anuncio de Dios se pasa ahora
al anuncio de otro personaje misterioso con el que por tres veces se compara
Juan:
• “Detrás de mí viene el que
puede más que yo”. Juan se ha mostrado como un profeta convincente y respetado.
Pero él no es el final del camino. Solamente lo prepara. El que ha de venir es
más poderoso que Juan.
• “Yo no merezco agacharme
para desatarle las sandalias”. Juan habla con autoridad. Sin embargo no se
considera más que un esclavo. Ni siquiera eso. El esclavo prestaba a su amo los
servicios más humildes, que Juan ni se atreve a prestar al que ha de
venir.
• “Yo os bautizo con agua,
pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan conocía los ritos de
purificación que los más piadosos de su pueblo realizaban con frecuencia. Pero
él sólo bautizaba con agua. El bautismo definitivo purificaría con el Viento
Santo que creó los mundos.
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