“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se
opome a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende
nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el
desenlace de su vida”. El libro de la Sabiduría coloca estas palabras en labios
de los impíos (Sab 2,12).
Han pasado más de veinte siglos, pero este modo de
pensar se repite con frecuencia en nuestro mundo. Son muchos los que acosan a
los justos hasta el martirio.
• Así reaccionan los poderosos cuando perciben que hay
ciudadanos que aman la justicia o la vida y
la familia que ellos han decidido aniquilar.
• Así reaccionan algunos medios de comunicación cuando
descubren personas que aman la verdad y
no aceptan la mentira o los silencios que tratan de amordazarla.
• Y así reaccionan
algunos miembros de la familia, cuando ven que otros les presentan un
camino que ellos han decidido rechazar, porque contradice sus gustos y decisiones.
LA
ENTREGA
El
evangelio que hoy se proclama (Mc 9, 30-37) nos presenta en cuatro pasos
simétricos un fuerte contraste entre la conciencia de Jesús y la de sus
discípulos.
•
Jesús es bien consciente de la suerte que le espera. Su vocación es la entrega
por los hombres. Él sabe que va a ser entregado en manos de los que buscan su
muerte, pero a los tres días resucitará.
•
Sus discípulos no llegan a entender el lenguaje de Jesús. Sin embargo, alguna
sospecha les hace temer lo peor. Por tanto, ni siquiera se atreven a preguntar
a su Maestro por el verdadero sentido de sus previsiones.
•
Los discípulos van haciendo camino con Jesús. Sin embargo, el seguimiento no
comporta todavía la adopción de su misión. De hecho, durante el camino están
muy interesados en discutir quién de ellos es el más importante.
•
Jesús explica pacientemente a sus discípulos la clave de toda primacía. Él es
el Maestro y el modelo. Él es el mensajero y el mensaje. Quien quiera ser el primero entre todos, ha
de estar dispuesto a servir a todos, como Él ha hecho.
LA
ACOGIDA
El evangelio incluye un texto que, al parecer,
no tiene mucha relación con lo anterior. En realidad es una parábola en acción
para explicar la primacía en términos de servicio y acogida.
•
“El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí”. El niño se presenta aquí no por su encanto y
simpatía, sino en razón de su desvalimiento e indefensión. Acoger al débil es
acoger al mismo Jesús.
• “Y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al
que me ha enviado”. Jesús no es solo un
profeta enviado por Dios. No basta reconocerlo como tal para ser cristianos. El
enviado se identifica con el que lo ha enviado. Solo acoge su divinidad quien
está dispuesto a acoger su humanidad.
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