Liberación y perdón Jn 8,1-11 (CUC5-16)

“No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” Ese oráculo divino se encuentra en el texto del libo de Isaías que se proclama en este quinto domingo de Cuaresma (Is 43,16-21). 
Lo antiguo era la esclavitud en Egipto y la asombrosa liberación que Dios había ofrecido a su Pueblo. Lo nuevo es el exilio que padece en Babilonia y la nueva liberación que Dios le promete. Si un día abrió a su pueblo un camino por el mar, ahora le abrirá un camino por el desierto.
La gratitud por el pasado ha de suscitar la esperanza de un futuro inmediato. La misericordia de Dios atraviesa los tiempos y da sentido a la historia. Con razón, el salmo da cuenta de la alegría de los liberados: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125).

UN DOBLE DESAFÍO

 En el evangelio de este quinto domingo de Cuaresma se nos presenta el episodio de la mujer adúltera (Jn 8,1-11). Los escribas y fariseos traen ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. No les importa la dignidad de la mujer. Sólo pretenden dirigir a Jesús un desafío. Ésta es la pregunta: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” (Jn 8,6).
Si el Maestro dice que hay que apedrear a la mujer podrá ser acusado de despiadado y se hundirá para siempre su fama de profeta misericordioso. Si no la condena, no merece el nombre de profeta y será denunciado por contradecir la Ley de Moisés, que imponía la lapidación como pena por el adulterio (Lev 20,10; Dt 22, 22-24).
Como ajeno a la pregunta, Jesús se inclina y escribe en el suelo. De hecho, trata de hacer conscientes de su pecado a los hombres que la acusan de pecado para poder lapidarla: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). En el contexto evangélico, estas palabras son una interpelación a los que presumen de limpios e inocentes y se arrogan el derecho de acusar a los demás. Ese es el desafío de Jesús.

EL MAL Y EL PERDÓN

En la respuesta de Jesús a la “mujer sorprendida en adulterio” hay dos partes igualmente importantes para nuestro tiempo y para nuestra conciencia personal:
• “Tampoco yo te condeno”. Jesús establece una distinción definitiva entre el mal moral y la responsabilidad. El primero no siempre implica la segunda. A ese binomio dramático, Jesús añade su  propio veredicto: el del perdón. Jesús ha venido al mundo no a condenarlo, sino a  salvarlo de su mal. Del mayor mal, que es el pecado. Jesús es el mensajero y el testigo de la misericordia de Dios. 

• “Anda y en adelante no peques más”. Jesús no ignora la realidad hosca del pecado. Aceptar a la persona no significa negar su libertad, ni equiparar el valor moral de todas sus decisiones, ni cerrar los ojos ante el dramatismo de sus tropiezos. Jesús no trivializa el pecado. Nunca ha presentado el mal como un bien. Pero invita a los pecadores a la conversión, a la confianza, al cambio de vida, a emprender un nuevo comienzo.

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