“Anda,
baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto.
Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado” (Éx 32,7). Con
esas palabras se dirige el Señor a Moisés para anticiparle el espectáculo
bochornoso que va a descubrir cuando descienda al llano.
Dios
había adoptado a Israel como su pueblo. Ahora parece desentenderse de él al
decir a Moisés. “Se ha pervertido tu pueblo”. Dios había tomado la iniciativa
de sacar a su pueblo de Egipto. Ahora parece cargar esta responsabilidad sobre
Moisés. La apostasía del pueblo enciende la ira de Dios. Pero ante la súplica
de Moisés, Dios se arrepentirá de la amenaza que pronuncia contra su pueblo (Ex
7,14).
San
Pablo reconoce que, a pesar de haber sido un blasfemo, un perseguidor y un
violento, Dios se ha compadecido de él (1 Tim 1, 12-17). Por eso, la asamblea
litúrgica canta en este día: “Misericordia, Dios mío por tu bondad” (Sal 50,
3).
LA ALEGRÍA
Tres
parábolas sobre pérdidas y encuentros. Tres parábolas sobre la alegría (Lc 15).
Un capítulo que quedaría flotando en el recuerdo, aunque todo el evangelio se
olvidara. Así lo pensaba el poeta Charles Péguy.
•
Un pastor perdió una oveja. La buscó y logró encontrarla. Y, alborozado, invitó a sus amigos a
felicitarlo. Una mujer perdió una moneda. La buscó y al encontrarla, pidió a
sus vecinas que la felicitaran. Jesús concluye estas parábolas con una misma
profecía: “Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.
•
En la tercera parábola hay un hijo que abandona el hogar, pero se arrepiente y
vuelve. En su casa no hay cerrojos. Hay un padre que recibe al que se había
perdido. Y hay otro hijo que no se ha ido de casa, pero no la vive como el
hogar del amor y la armonía. Pero su padre lo invita a alegrarse: “Este hermano
tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,
32).
EL TERCER HIJO
Hace
muchos años explicaba yo a los niños de la parroquia la “parábola del hijo
pródigo” y de su padre misericordioso. En un momento les dije que en la tercera
parábola me faltaba un tercer hijo. Un hijo que no abandonara el hogar. Un hijo
que esperara a su hermano y se adelantara a preparar con alegría la fiesta para
recibirlo en la casa.
De
pronto, un niño levantó su mano para pedir la palabra. Nunca olvidaré su
observación: “Ese tercer hijo también aparece en el evangelio. El tercer hijo
es el mismo que cuenta la parábola”. Y así es. Una vez más, un niño nos ha
evangelizado. Jesús no reniega del amor del Padre. Y tampoco reniega del
hermano. Su amor y su alegría nos acogen en el hogar.
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