El fruto de la conversión Mt 3,1-12 (ADA2-16)

“Aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor”.  Con estas brillantes promesas (Is 11,1-2), el profeta Isaías anuncia el nacimiento de un descendiente de Jesé, el padre del rey David.  
Es éste un mensaje de esperanza para los que conocieron el esplendor de aquel reinado. Es también un mensaje de confianza, puesto que sobre ese heredero derramará el Señor sus dones. Y es un mensaje de paz: una paz cósmica que abarca a toda la naturaleza. Hasta las fieras salvajes serán amigables con los hombres. 
No es extraño que el salmo responsorial se haga eco de los mejores anhelos de la humanidad: “Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente” (Sal 71,7). El consuelo que dan las Escrituras junto con nuestra paciencia nos ayudarán a mantener la esperanza. Así lo dice san Pablo a los Romanos (Rom 15,4). Buena lección para el Adviento.

LA EXHORTACIÓN
Ya sabemos que durante esta primera etapa del Adviento nos acompañan Isaías y Juan el Bautista. Juan se presenta en el desierto de Judá. Su atuendo recuerda la figura del profeta Elías. Y sus palabras son el eco de un profeta anónimo que invitaba al pueblo a retornar del exilio por las nuevas calzadas que Dios le preparaba. Ahora el retorno será espiritual. 
• “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. El hebreo no pronuncia el nombre inefable de Dios. Usa el continente en lugar del contenido. Al anunciar la llegada del reino de Dios se proclama la cercanía del Dios del reino. Una cercanía que no puede dejar indiferentes a los hombres. Convertirse significa revisar los valores personales y sociales. 
• “Dad el fruto que pide la conversión”. Pero revisar los valores no es sólo un ejercicio intelectual o económico. El profeta pide a las gentes que den los frutos que se espera de todos los que escuchan la llamada. No valen disculpas. El antiguo linaje del que descendemos no depende de nosotros. Pero nos compromete el futuro de justicia que hemos de construir.  

Y LA PROMESA
El Bautista se considera a sí mismo un pregonero enviado por Dios. ¡Nada menos y nada más! Él anuncia con valentía la salvación, pero bien sabe que no es el Salvador.
• “El que viene detrás de mí puede más que yo”. La debilidad con que aparece el Mesías no ha de inducirnos a engaño. Él viene a nosotros con un poder que deja en ridículo las pretensiones y los poderes de los hombres y de sus instituciones.
• “Yo no perezco ni llevarle las sandalias”. El verdadero profeta nunca puede alardear de nada. El mensajero no es dueño del mensaje. Un evangelizador que no es humilde revela bien a las claras con su vanagloria la mentira de su misión.
• “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El viento y el fuego son fuerzas benéficas. Pero si nos arrastran y nos incendian pueden terminar con nuestra casa y con nuestra vida. El Bautista sabe que el viento y el fuego de Dios nos purifican cada día.

• “Él tiene el bieldo en la mano”. El bieldo era usado por los labradores para aventar la paja y separarla del grano. La venida del Señor descubrirá nuestra falsedad y revelará lo inútil y lo valioso de nuestras intenciones y de nuestro esfuerzo.

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