Transfiguración Mt 17,1-9 (TOA18-17)


“Vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hasta el anciano y llegó a su presencia. A él se le dio poder, honor y reino Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará”. Es bien conocida esa visión del libro de Daniel, que se lee en esta domingo, fiesta de la Transfiguración de Jesús (Dan 7,13-14).

 El poder y la gloria recibidos del Padre se mencionan también en el texto  de la segunda lectura de este día (2Pe 1,16-19).

En esta fiesta recordamos un hermoso texto de san Bernardo: “Fíjate primeramente en aquel monte donde subió con Pedro, Santiago y Juan: allí se transfiguró delante de ellos; su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron tan blancos como la nieve (Mt 17,2). Es la gloria de la resurrección, que contemplamos en la montaña de la esperanza. ¿Por qué subió para transfigurarse, sino para enseñarnos a nosotros a elevar nuestro pensamiento a la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros? (Rom 8,18)”.



LA LUZ Y LA SOMBRA

Hemos meditado muchas veces el misterio de a Transfiguración del Señor en el monte. Y lo hemos imaginado tal vez teniendo ante los ojos el cuadro de Rafael que preside la Pinacoteca Vaticana.

Hoy leemos el relato tomado del evangelio según san Mateo (Mt 17,1-9), y nos detenemos especialmente en un contraste que el texto parece subrayar:.

• El rostro de Jesús resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Efectivamente, en Jesús se manifiesta la gloria de la divinidad. El sol ilumina, pero no podemos fijar nuestros ojos en él. Así es Jesús. Su luz hace resplandeciente lo que toca. Nos ilumina, pero nunca podremos apropiarnos de ese resplandor suyo que nos ciega.

• Por otra parte, los apóstoles elegidos por Jesús están cubiertos con la sombra de una nube luminosa. El texto parece subrayar esa aparente contradicción. La nube que envuelve a Pedro, Santiago y Juan no deja de ser luminosa. Sin embargo, en presencia de Aquel que es la luz, sus seguidores están sumergidos en la sombra. Siempre habrá mucho que iluminar en nuestra tiniebla.



LA LEY Y LOS PROFETAS

Finalmente, a pesar de la sombra que los rodea y de su propio aturdimiento, los discípulos logran ver algo. Pero no vieron a nadie más que a Jesús solo.

• Moisés y Elías representaban la Ley y los profetas de Israel. Atestiguaban la humanidad y la divinidad de Jesucristo. Pero eran sólo eso: precursores y testigos. Ante la gloria de Jesús, lo anterior no pierde su valor, pero encuentra en él su sentido. 

• Pedro se muestra atento a los orígenes de su fe. Desearías ser acogedor con respecto a la lay y los profetas. Quiere preparar para ellos una tienda. Pero no la necesitan. Su misión se ha cumplido. Y Jesús, tampoco va a permanecer en el monte de su gloria. Ha de bajar al valle para encaminarse a su pasión.

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