El jornal Mt 20,1-16 (TOA25-17)

Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes” (Is 55,9). Este oráculo divino, recogido en el libro de Isaías, repite un mensaje que debería constituir una de nuestras primeras afirmaciones de fe.
Dios no es indiferente a la peripecia humana. Él nos conoce y nos ama. Está cerca de nosotros. Pero no podemos imaginarlo según nuestros esquemas de pensamiento y de conducta. Sus planes no coinciden con los nuestros. Y nuestros planes muy pocas veces coinciden con los planes de Dios.
El salmo responsorial confiesa esa cercanía de Dios: “El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente” (Sal 144,17-18). La fe nos ayudará a repetir con san Pablo: “Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir” (Flp 1,21).

LA LLAMADA DE DIOS
En la parábola que hoy se proclama, Jesús presenta a un propietario que sale varias veces al día a contratar jornaleros para que vayan a trabajar a su viña (Mt 20,1-16). Se ajusta con todos en un denario. Pero al final de la tarde paga a todos por igual. Esto suscita las protestas de los que han trabajado durante más horas.
 • En primer lugar se nos recuerda que Dios es el dueño y nosotros somos unos jornaleros. Él es el Señor. Hemos de estar agradecidos porque ha querido contar con nosotros. Trabajar en su viña es un honor.
• El Señor nos paga con lo que nos ha prometido. Si paga a los últimos como a los primeros es tan solo un signo de su bondad. La misericordia de Dios es sorprendente.  Su misericordia no es injusta, pero va más allá de la justicia.  
• Es cierto que en esta tierra y en nuestra sociedad tenemos el deber de defender nuestros derechos. Pero nadie puede presumir de haber adquirido unos derechos ante Dios. Todo es gracia.

LA LIBERTAD DE DIOS
La parábola de los jornaleros se cierra con dos preguntas y una reflexión sapiencial que es todo un desafío:  
• “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?” Con demasiada frecuencia nos atrevemos a juzgar a Dios. Como si él necesitara nuestros consejos. Como si nosotros tuviéramos la sabiduría que a él le falta.  
• “¿Vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?” Los criterios que utilizamos para evaluar los acontecimientos están dictados muchas veces por nuestros intereses. Nuestro egoísmo nos impide aceptar que los caminos de Dios no son nuestros caminos.
• “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” . En contra de lo que se piensa en nuestro mundo, lo que nos hace valiosos ante Dios no son nuestros esfuerzos, sino su amor gratuito y universal.

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