Dos mandamientos Mt 22,34-40 (TOA30-17)

“No oprimirás ni vejarás al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto” (Éx 22,20). Con frecuencia los mandamientos se expresan en forma negativa. Pero tras ella se manifiesta un valor positivo y una virtud. Este mandamiento bíblico esconde y exige el respeto a un derecho de la persona. En este caso el derecho a la hospitalidad.
Por desgracia, estamos viendo que muchas veces los más opuestos al derecho de inmigración a sus países son hijos de inmigrantes. Tratan de impedir a los demás que alcancen el sueño que a sus padres los llevó a esperar y conseguir un modo de sobrevivir o de mejorar su forma de vida.
El salmo responsorial nos invita a cantar una hermosa profesión de fe: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador” (Sal 17,2-3). Según san Pablo, ese amor a Dios nos exige abandonar los ídolos que nos buscamos cada día (Tes 1,9).

LA LEY
En el evangelio que hoy se proclama los protagonistas son de nuevo los fariseos (Mt 22,34-40). Uno de ellos se acerca a Jesús, lo reconoce como Maestro y le dirige una pregunta muy concreta, que  era objeto de discusión entre las diversas escuelas.
• “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Es interesante ver que los fariseos en varias ocasiones reconocen a Jesús como Maestro. Ya sabemos que, según Pablo, Cristo y su mensaje solo significaban necedad para los paganos que buscaban sabiduría (1 Cor 1,22). Seguramente, esa observación sigue siendo válida. 
• “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Es necesario preguntarlo. Una larga tradición positivista nos ha hecho pensar que es la ley pública la que crea los valores morales y las virtudes. El hebreo sabe que es el proyecto de Dios el que nos ha indicado una ley que nos lleva a la felicidad personal y a la armonía social.
También hoy, entre tantas voces que proclaman nuevos valores y nuevos derechos, es necesario preguntarse cuál es la voluntad de Dios sobre nosotros.

EL IDEAL
El fariseo del relato evangélico pregunta por el mandamiento principal y Jesús le responde evocando dos mandatos que se encontraban ya en su misma tradición:
• “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”.  Este precepto, tomado del libro del Deuteronomio (Dt 6,5) revela nuestra sed más profunda. Dedicar el amor y la vida a Dios responde a ese deseo que mantiene inquieto al corazón de toda persona, como escribía san Agustín.
• “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esa regla de oro estaba ya en el Levítico (Lv 19,18). Según santa Teresa, no cuesta tanto amar a Dios, al que no vemos, como amar al prójimo, que nos parece incómodo y molesto, orgulloso o despreciable.  Pero es una incongruencia decir que amamos a Dios, mientras despreciamos a sus hijos.

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