Invitados a la fiesta Mt 22,1-14 (TOA28-17)

“Aquel día preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos” (Is 25,6). En este poema el profeta Isaías ve a Jerusalén como el santuario al que se dirige la peregrinación de todos los pueblos.
Para todos los que llegan cansados del camino, hambrientos y exhaustos, Dios tiene preparado un espléndido banquete. Y no solo eso. El Señor liberará a los pueblos de su ignorancia y de sus dolores. Es más: los liberará del último mal que es la muerte. Dios invita a todos al festín de la vida y de la alegría. 
A esa promesa, que se hace actual en la eucaristía, respondemos con el salmo 22: “Tú bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Como escribía san Pablo a los fieles de Filipos, también nosotros podemos decir: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

UNA DOBLE INVITACIÓN
La comparación de la era mesiánica con un banquete, utilizada ya por el poema del profeta Isaías y también por el evangelio de Mateo (Mt 8, 11-12), reaparece en el evangelio que se proclama en este domingo. Un rey celebra la boda de su hijo y envía mensajeros a dos grupos de invitados.
• “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.  El banquete mesiánico ha sido preparado directamente para los hijos del pueblo de Israel. Dios les ha mostrado continuamente su predilección. No los llama a sufrir como esclavos, sino a participar de la alegría de un banquete de bodas.
• “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. El texto indica que los hijos de Israel han puesto sus excusas para no aceptar la invitación. Y el Rey convida a los de fuera, es decir a los paganos. El banquete se abre a todos los pueblos.

EL VESTIDO DE BODA
La parábola señala que la sala se llenó de comensales. Pero el rey repara en uno que no ha llegado con traje de fiesta. Y lo interpela con seriedad:
• “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?  Los cristianos venidos del mundo pagano podían sentirse felices de haber heredado los bienes preparados para Israel. Pero no debían continuar con los hábitos de su anterior paganismo.
• “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? El Señor nos invita a todos a participar del banquete de la gracia y de los sacramentos. Pero no debemos vivir esa vida nueva con las actitudes del hombre viejo.
• “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?  Según el papa Francisco, la invitación al banquete es gratuita, generosa y universal. Solo exige una condición: “vestir el traje de bodas, es decir, testimoniar la caridad hacia Dios y el prójimo”.

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