Entrada en Jerusalén, Mc 15,1-38

 “El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto”. Ese es el mensaje que Jesús ha confiado a los dos discípulos que ha enviado por delante de él a la aldea de Betfagé. Esas son las palabras que han de decir a quien les pregunte por qué están desatando al borrico y a dónde piensan llevárselo (Mc 11,1-10). 
El relato subraya el conocimiento divino de Jesús. Es un profeta. Sabe que sus discípulos van a encontrar un pollino apenas entren en la aldea. Y así es. Lo encuentran en la calle, atado a la puerta de una casa.
Además, el relato sugiere dos cualidades humanas de Jesús. Por una parte, su autoridad. Su mandato no encuentra resistencia. Y por otra parte, su capacidad de mantener relaciones de amistad. Todo nos hace pensar que Jesús conoce a los dueños del pollino.
De todas formas, esta introducción prepara la entrada de Jesús en la ciudad de Jerusalén. Una entrada que recuerda las de los reyes antiguos que regresaban victoriosos de un combate.  

LOS MANTOS Y EL FOLLAJE
La segunda parte del relato describe minuciosamente los gestos de los discípulos: traen el pollino hasta Jesús y lo cubren con sus propios mantos. El texto no ha dicho que los discípulos conozcan ya lo que pretende hacer su Maestro. Pero se puede percibir que están dispuestos a prestarle sus servicios.
Por otra parte, el texto anota sencillamente que Jesús se sentó sobre el pollino. Seguramente, aquella acción, fácilmente imaginable, ya dejaba entender que se trataba de un gesto significativo de la misión misma de Jesús.
Además, el texto nos sitúa intencionadamente en el “camino”. Había llegado la hora de que Jesús culminara su peregrinación. A lo largo de los caminos se había encontrado con los enfermos y los pobres, con los pecadores y los marginados de la sociedad. Ahora, los peregrinos que lo acompañaban, le rendían honores al extender por el suelo sus mantos y el follaje que cortaban en los campos.

LAS ACLAMACIONES
La tercera parte del relato, recoge los gritos de los que precedían y seguían a Jesús en el camino:
• “¡Hosanna!” Esa antigua aclamación al rey (2Sam 14,4), se encontraba ya en los salmos como una súplica de ayuda (Sal 118,25). En este caso era un grito de saludo y de alegría.
• “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. También estas palabras se atribuían al rey que volvía victorioso. En esta ocasión decían mucho más. Porque efectivamente Jesús había venido en el nombre de Dios.
• “Bendito el reino, que viene de nuestro padre David”. De pronto, la nostalgia del reinado de David afloraba en los labios de los pobres y desheredados.  En esta oportunidad, el grito manifestaba su anhelo de un mundo de paz y de justicia.
• “Hosanna en las alturas”. Con motivo de la entrada de Jesús en Jerusalén, había llegado la hora de dar gracias al Altísimo, cuyo nombre no se podía pronunciar.

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