La vid verdadera Jn 15,1-8 (PAB5-18)

“Llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, porque todos le tenían miedo, pues no se fiaban de que fuera discípulo” (Hech 9,26). Nos sorprende esta anotación del libro de los Hechos de los Apóstoles. Ya imaginábamos que, tras encontrar a Cristo, Saulo sería visto como un traidor por los sacerdotes, los fariseos y los jefes del pueblo. 
Pero también había de tener dificultades para ser reconocido como un hermano por los discípulos de Jesús. No sería fácil para ellos perdonar al que había perseguido a los que seguían el camino de Jesús. Evidentemente, Saulo había de pasar por una profunda purificación. Solo el testimonio de Bernabé ante los apóstoles, llevaría a la comunidad a acogerlo.
Hay una frase que se repite en el texto. En Damasco Saulo actúa valientemente en el nombre de Jesús. Y, una vez reconocido por la comunidad,  en Jerusalén predica públicamente el nombre del Señor. No olvidemos que en el nombre de Jesús, Simón Pedro y Juan habían curado al paralítico que pedía limosna a la puerta del Templo.

DOS RELACIONES
En este quinto domingo de Pascua la lectura evangélica nos recuerda la hermosa alegoría de la vid y los sarmientos, que se pone en boca de Jesús en el  discurso que sigue a la última cena con sus discípulos (Jn 15,1-8).  Como se puede observar, en esta alegoría Jesús revela dos relaciones que resumen su identidad y su misión.
•  “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. Israel era la vid plantada con amor y cuidada con esmero. Sin embargo,  no había producido los frutos esperados (Is 5,1-7). Pero Jesús es la vid verdadera. Él mismo se revela como hijo del Padre. El Padre lo ha plantado y cuidado. Y él ha dado los buenos frutos que el Padre esperaba. 
• “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Por otra parte, Jesús está unido a sus discípulos. Ellos son los sarmientos de esa vid. Curiosamente, ellos son necesarios para que Jesús pueda entregar su fruto a la humanidad. Pero el fruto no nace de ellos, sino de la vid a la que están unidos.

EL FRUTO
Tanto al referirse a la relación con su Padre como al mencionar la relación con sus discípulos, Jesús repite hasta siete veces el verbo “permanecer”. Nadie puede dar fruto si no permanece en Jesús y no permite a Jesús que permanezca en él. 
• “Sin mí no podéis hacer nada”.  Esa afirmación de Jesús era una advertencia, tan oportuna como necesaria, para sus discípulos. Demasiadas  veces se sintieron tentados por el ansia del poder o de la eficacia.
• “Sin mí no podéis hacer nada”.  Esa afirmación de Jesús es un aviso para todas las instituciones de la Iglesia. Todos los planes pastorales serán ineficaces, si falta la unión con el Señor y la escucha de su palabra.        
• “Sin mí no podéis hacer nada”.  Esa afirmación de Jesús nos recuerda cada día a todos los cristianos la necesidad de mantenernos vigilantes y disponibles para el encuentro con el Señor de la vida. 

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