Profeta rechazado Lc 4,21-30 (TOC4-19)

“Antes de formarte en el vientre te escogí…Te he nombrado profeta de los gentiles…No les tengas miedo…Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”. En este oráculo del Señor encuentra su fundamento en la vocación del profeta Jeremías (Jer 1,4-5.17-19).
Su misión no brota de una decisión personal, sino que se debe a la elección gratuita  por parte de Dios. A la elección sigue el envío para anunciar la palabra de Dios a los paganos. Y el envío es sostenido por una protección continua de Dios. Elección, misión y protección. He ahí los tres tiempos que articulan la vocación del profeta.
¿Será posible que también nosotros descubramos esos tres momentos de la presencia de Dios en nuestra vida? En ese camino se encuentran quienes buscan un sentido para su vida y luchan por una sociedad más justa.
Con razón pueden cantar con el salmo: “Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud” (Sal 70,5). De él esperamos ese don del amor que san Pablo nos expone en la segunda lectura de hoy (1 Cor 12,31 -13,13).

EL PROFETA DE LA MISERICORDIA
El evangelio que hoy se proclama nos lleva de nuevo a la sinagoga de Nazaret.  Y a leer un texto del libro de Isaías, Jesús añade: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21). Se suele decir que, admirando las palabras llenas de gracia que salían de sus labios, las gentes de su pueblo primero lo aceptaron, aunque después lo rechazaron.
Pero tal vez hay que revisar esa traducción. Los vecinos de su pueblo se escandalizaron  porque anunciaba un año de gracia universal. Jesús se arrogaba la misión de pregonar el jubileo de la reconciliación, pero había omitido las palabras que en el texto anunciaban la venganza de Dios contra los enemigos. Para él no había enemigos ni venganza.
Jesús se presentaba como el profeta de un Dios misericordioso. Un Dios que acogía también a los extranjeros y a los paganos. Por eso recordaba a Elías, que había atendido a una viuda de las tierras de Sidón, y a Eliseo, que había curado al leproso Naamán, llegado de Siria. El Dios de Jesús superaba con su gracia las fronteras de los nacionalismos.

EL MENSAJERO DE LA PAZ
Pero las gentes de su aldea no podían aceptar que el hijo de José les cambiara su idea de Dios. Así que lo consideraron como un blasfemo. Y, según la Ley de Moisés, los blasfemos habían de ser castigados con la muerte (Lev 24,16).
• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. El evangelio pone en boca de Jesús este refrán. Él fue rechazado en el pueblo donde se había criado y por las gentes con las que había convivido. También hoy los pueblos cristianos rechazan su doctrina y hasta su nombre.
• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. A lo largo de los tiempos, el refrán ha podido aplicarse a la Iglesia. También hoy es perseguida la comunidad que trata de predicar la reconciliación entre las gentes y las comunidades divididas y enfrentadas.
 • “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Lo mismo ocurre también hoy con los evangelizadores. Sus vecinos y parientes, por no aceptar el mensaje de la gracia, rechazan a veces violentamente al mensajero que lo anuncia.

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