Todos los santos Lc 19,1-10 (TOC31-19)

¿Los santos son hombres y mujeres que han abrazado con coherencia los valores del evangelio. Son los seguidores del Señor. Los ha habido en todas las épocas. Siempre los ha habido y siempre los habrá. Ellos nos demuestran la posibilidad de imitar el estilo de Jesús.
Junto a los santos canonizados están los otros. Aquellos cuya fama no ha trascendido más allá de su ambiente familiar o laboral. Los desconocidos por los medios de comunicación. Son hombres y mujeres que han seguido con sencillez y fidelidad su vocación y han manifestado la alegría de la gracia. Han vivido la fe, han contagiado la esperanza y han hecho del amor la norma de su vida. Y ello, no para ser simpáticos ni eficaces, sino porque así era Jesucristo.
Los santos y santas de Dios son los mejores hijos de la Iglesia. La prueba de que es posible vivir el proyecto de Dios. El icono más bello de la dignidad humana. Las arras  de la esperanza. El anticipo de la gloria que nos ha sido prometida.

CUANDO DIOS FELICITA
En esta solemnidad de Todos los Santos se proclama, una vez más el mensaje de las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús.  
Las bienaventuranzas no son tan sólo una ética. Antes de nada nos revelan el rostro de Dios y el espíritu que animaba a Jesús. Nos dicen cuáles son las notas que caracterizan a los que forman parte de su Iglesia. Y nos orientan hacia la patria celestial. Con sus promesas de futuro recogen las mejores aspiraciones y esperanzas del corazón humano.
Las bienaventuranzas no desprecian la tierra en la que viven, trabajan y sufren los hijos e hijas de Dios. Pero nos invitan a no parcelar el corazón humano. A ver nuestra vocación en su integridad. A recordar que nuestra verdadera vocación y dignidad trasciende los logros de nuestras manos y supera el malogro que nos aflige.
Como escribía San Pedro Poveda, “las bienaventuranzas son el mejor resumen del Evangelio, el más firme sostén de nuestra fortaleza en la lucha por el cielo y la más perfecta regla de vida. Son el alma de la fe, de la esperanza y de la caridad”.

LA PROPIEDAD DEL REINO
San Agustín identifica la bienaventuranza de los pobres con la de los perseguidos por causa de la justicia. Las dos ofrecen la misma recompensa a dos actitudes que sólo en apariencia podrían ser diversas:
• “Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. Los pobres en el espíritu no se conforman con las apariencias de riqueza, porque sólo en Dios tienen su tesoro. Han abrazado la libertad que capacita para vivir como hijos de Dios. A fin de cuentas, así era Jesús.
• “Dichosos los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”. Los perseguidos por mantener el más alto ideal no se dejan chantajear por los que ofrecen los espejismos del tener del poder o del placer. También ellos han optado por la libertad.  A fin de cuentas, esa fue la suerte que le tocó a Jesús.
Pobres por amar la única riqueza. Perseguidos por amar la única verdad. A ellos se les ofrece la plenitud del Reino de Dios. Ellos   hacen visible la grandeza de ese Reino.

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