Las doncellas de las bodas Mt 25,1-13 (TOA32-20)

 “Meditar sobre la sabiduría es prudencia consumada, y el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones”. Este texto que hoy se lee en la celebración de la misa (Sab 6,12), nos presenta una imagen muy sugerente de la sabiduría. No la buscamos nosotros, sino que es ella quien nos busca y nos espera sentada a la puerta de nuestra casa.

La sabiduría no es “algo” que se pueda comprar en el mercado. No es un sistema filosófico que nos enseñan en la universidad. No es una estrategía para conseguir entrar en una base de datos. Es “alguien” que sale a nuestro encuentro para guiarnos amorosamente por el camino de la verdad.

Con razón el salmo responsorial nos invita a responder con una confesión de nuestros anhelos: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío” (Sal 62,2-8).

En este mes, en que recordamos muy cordialmete a nuestros difuntos, san Pablo nos dice como a los cristianos de Tesalónica que el duelo no nos aflija “como a los que no tienen esperanza (1 Tes 4,1-13). 

LA ESPERANZA Y LA PEREZA 

Las tres parábolas que cierran el año litúrgico nos hablan de la esperanza. La primera de ellas recuerda a diez doncellas invitadas a la celebración de una boda. Cinco de ellas han adquirido aceite suficiente para alimentar sus lámparas. Las otras cinco son más descuidadas y se han olvidado de tomar esa previsión (Mt 25,1-13). ¿Qué puede significar este mensaje?

• La parábola nos dice que la Iglesia está llamada a vivir y caminar esperando la manifestación de su Esposo. Ha de estar muy atenta para percibir las muchas voces que anuncian su llegada a nuestra sociedad.

Es verdad que, algunas veces, la Iglesia puede mostrarse inquieta o distraída por los muchos desafios que la llevan a la prisa o al nerviosismo. Pero si la Iglesia no vive preparada para acoger al Señor no será reconocida por Él.

• La parábola tiene también un mensaje para cada uno de nosotros. Estamos llamados a iluminar, aunque sea con nuestros pobres medios, el camino de nuestros hermanos. Y a celebrar con ellos la fiesta del amor y de la vida.

Sin embargo, hemos de reconocer que a veces nos vence la pereza. No sabemos responder a las demandas de Dios ni a las necesidades de nuestros hermanos. No debemos vivir distraídos en tiempos en que es preciso vivir muy despiertos. 

EL AVISO Y EL GRITO

En esta parábola de las doncellas que acompañan a la novia resuenan dos voces que, de alguna manera,  resumen la llamada que nos despierta y la respuesta que deberíamos dar.

• “¡Llega el esposo: salid a recibirlo!” Esta es la voz del maestro de ceremonias de la boda. Debemos oír ese aviso a través de las invitaciones o lamentos de nuestros hermanos. No podemos  ignorar la presencia del Señor.

Es preciso despertar de nuestro sueño y de nuestra comodidad. Estamos llamados a  reconocer los signos que nos anuncian la venida del Señor. Es un deber para toda la comunidad. Y esa es nuestra responsabilidad de cada día.

• “Señor, Señor, ábrenos”. Esa otra voz es el grito que nosotros dirigimos al Señor en momentos de agobio. Nuestra pretensión de autonomía se ve derrotada por las crisis que, en forma de diversas pandemias, nos asaltan.

Hemos pensado que nosotros poseíamos  las claves para interpretar el pasado y prever el futuro. Pero de pronto nos damos cuenta de que hemos quedado fuera de la fiesta de la vida. Solo el Señor puede abrirnos la puerta  de la esperanza.

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