El Bautista y el Camino Mc 1,1-8 (ADVB2-20)

  “Consolad, consolad a mi pueblo”. Con este oráculo divino  comienza la segunda parte del libro de Isaías (Is 40,1). A ese pueblo, que había sido deportado a Babilonia, Dios mismo le anuncia que ya ha sufrido demasiado.  Está ya próximo el retorno a sus tierras de Judá.

Entonces se oye una voz que grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor. Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. Es el pueblo el que ha de regresar. Pero es urgente allanar una calzada para ese Dios que se identifica con su pueblo. Él ha vivido desterrado con su gente. Y ahora quiere regresar con los desterrados y con los hijos que les han nacido en el destierro.

 Nosotros podemos identificarnos con esa caravana de exiliados y repetir la invocación del salmo responsorial: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84).

Afectados como estamos por la pandemia y el dolor, por la soledad o los abusos, confesamos que “para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. A pesar de todo, y más allá de las falsas promesas humanas, “nosotros esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 Pe 3,8-14).

LAS PROPUESTAS DEL CAMBIO

 Según el evangelio que se proclama en este segundo domingo de Adviento, en el desierto  aparece un profeta, vestido con una piel de camello y alimentado de saltamontes y miel silvestre.   Hace suyo aquel grito del libro de Isaías, pero lo modifica: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos” (Mc 1,3). Esa preparación incluía tres propuestas urgentes:

• En primer lugar, Juan exhortaba a todos a la conversión, es decir al cambio de mentalidad y de actitudes. Preparar el camino al Señor exigía una transformación radical de la vida y del  comportamiento. La conversión era una verdadera y nueva creación de la persona.

• En  segundo lugar, Juan proponía a las gentes que acudían a él la confesión pública de los pecados. Ese era el signo de que reconocían sus errores, sus extravíos, sus pecados. Con ello, manifestaban creer que siempre es posible  alcanzar el perdón de Dios

• Y en tercer lugar, Juan bautizaba a las gentes en las aguas del Jordán. Con aquel rito recordaba que las aguas de aquel río se habían detenido para permitir a Josué y a su pueblo el paso hacia la tierra prometida. Y en aquellas aguas Naamán, el sirio, había sido curado de la lepra.

EL QUE VIENE DETRÁS

La palabras de Juan se parecen a las del mensajero que anunciaba a los exiliados el retorno a su patria. Pero hay algo nuevo en ellas. Ya no anuncia el paso de Dios con su pueblo. Anuncia la llegada de otro personaje misterioso con el que por tres veces se compara él mismo:

• “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo”. Juan ha aparecido entre el desierto y el Jordán como un profeta sincero y austero, convincente y respetado. Pero él sabe y proclama que no es el final del camino. Solo ha salido a prepararlo. El que ha de venir tiene más autoridad que Juan.      

• “Yo no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”. Juan es un verdadero profeta. Pero sabe que es menos importante que un esclavo. El esclavo prestaba a su amo los servicios más humildes, que Juan ni se atreve a prestar al que ha de venir detrás de él. 

• “Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan conoce ese rito de purificación que atrae a las gentes hasta el Jordán. Pero él sabe que solo bautizaba con agua. El bautismo definitivo purificará con el Viento Santo que creó los mundos.  

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