Dos montes y dos hijos Mc 9,1-9 (CUB2-21)

 “No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Gén 22,12). El ángel del Señor evita que Abrahán sacrifique a su hijo Isaac en lo alto de un monte. Viendo cómo ha respondido a “la prueba”, Dios le promete una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas de las playas.  

¿Cómo puede Dios pedir a un padre que le ofrezca en sacrificio a su único hijo? Se olvida que el texto trata de evitar precisamente eso. Viendo a sus dioses como origen de la vida los cananeos les ofrecían la vida de sus primogénitos. Pero el Dios de Israel prefiere el sacrificio de un corazón contrito y humillado. Abrahán es modelo de fe y de obediencia a Dios. Y eso le merece la bendición de Dios.

Al modo de Abrahán nosotros respondemos con generosidad a la llamada de Dios: “Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos” (Sal 115). San Pablo nos recuerda que Dios no se reservó a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rom 8,31-34). La generosidad de Dios es mayor que la de Abrahán. Y en Jesús se hace realidad la figura de Isaac.

EL MONTE Y LA ESCUCHA 

En el evangelio de este segundo domingo de cuaresma se nos recuerda la imagen de la transfiguración de Jesús, narrada este año por el evangelio de Marcos (Mc 9,1-9). La elección del texto del sacrificio de Isaac es muy significativa.   

• En ambos textos se presenta la imagen del monte que para muchas religiones es el símbolo de la morada de la divinidad. Se nos sugiere que nos acerquemos a Dios, alejándonos de todo lo que habitualmente nos distrae en la llanura.

• En ambos textos se evoca la figura de un padre. En el primero, se trata de Abrahán, que ha deseado ardientemente un hijo, pero está dispuesto a sacrificarlo como hacen las gentes de su entorno. En el otro habla Dios que reconoce a Jesús como su Hijo amado.

• En ambos textos se escucha la voz de Dios. A Abrahán Dios le habla por medio de un ángel, que le premia por haber escuchado su voz. En el otro, el mismo Dios exhorta a los discípulos a escuchar su voz que les llega por medio de su Hijo.

LA PALABRA DE DIOS

En el relato evangélico de la transfiguración de Jesús nos llama la atención la mención de la palabra en la relación entre lo divino y lo humano.  

• En primer lugar, recordamos la palabra de Jesús. En efecto, él aparece conversando con Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas. Y después, Jesús advierte a sus discípulos que no cuenten lo que han visto en lo alto del monte, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. El Hijo de Dios es el mismo mensaje de Dios.

 • En segundo lugar, se oye también una voz que proviene de la nube que cubre a los discípulos de Jesús. La nube es la imagen de la trascendencia de Dios. Con esas palabras se evoca uno de los poemas del Siervo del Señor. Dios reconoce en Jesús a su Hijo amado y exhorta a los discípulos a escucharlo. Solo la escucha nos salvará.

• En tercer lugar, se registra la palabra de Simón Pedro que sugiere preparar un lugar de acampada para Jesús y sus acompañantes. Pero el evangelista anota que Pedro no sabía lo que decía. Al bajar del monte, los discípulos comentan que no entienden la alusión de Jesús a la resurrección. Nuestra ignorancia es la base de nuestra humildad.

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