Avisos y Criterios Lc 6, 39-45 (TOC8-22)

“El fruto revela el cultivo del árbol; así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona” (Eclo 27,6-7). Hay que reconocer que tenía razón el Sirácida al recordar esa observación sobre los árboles y al ofrecer ese atinado consejo.

 En todas las lenguas se encuentran numerosos refranes que nos invitan a ser prudentes al hablar y también a prestar una cuidadosa atención a las palabras ajenas. Lo que decimos revela a los demás nuestros recuerdos del pasado, nuestros sentimientos actuales y nuestros proyectos para el futuro. 

La  imagen del árbol reaparece en el salmo responsorial con el que se canta que “el justo crecerá como palmera y se alzará como cedro del Líbano; aun en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso” (Sal 91,13-15).

El Señor no dejará sin recompensa la fatiga y la fidelidad de quien conserva con firmeza la fe y trabaja por el Señor (1 Cor 15,57-58).

TRES PREGUNTAS

El evangelio de hoy recoge tres preguntas que el texto de San Lucas sitúa todavía en el marco del “sermón de la llanura” (Lc 6,39-45). En realidad son unos criterios de conducta, válidos también hoy para creyentes y no creyentes. 

• “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?”. Seguramente en las primeras comunidades surgían personas que se prestaban a orientar a los hermanos, aun sin tener conocimientos de la fe o, peor aún, observando  una conducta inadecuada. 

 • “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”. En toda comunidad aparecen con frecuencia críticos apasionados de los defectos de los demás que ignoran tranquilamente su propios fallos.

• “¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga  que hay en el tuyo?”. La corrección fraterna es una de las obras de misericordia. Pero exige tanta coherencia de vida como  caridad hacia el hermano.

EL CORAZÓN Y LA PALABRA

Tras una breve “parábola” sobre el árbol bueno que produce buenos frutos, Jesús ofrece un criterio de discernimiento sobre las personas:

•  “De lo que rebosa el corazón habla la boca”.  Esa frase nos recuerda la actuación del mismo Jesús. Sus palabras y sus gestos mostraban la conciencia que él tenía de sí mismo. Y revelan la riqueza de su espíritu, su cercanía, su compasión y su ternura.

•  “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Además, esa frase ofrece una clave para juzgar a una comunidad de personas. Al hablar, no solo refieren los hechos que han visto u oído. Nos están manifestando también  los intereses y prioridades que las mueven

•  “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Y, finalmente, esa frase señala un ideal ético para cada uno de nosotros. Lo que decimos manifiesta  nuestros valores. No solo nos compromete ante los demás, sino que nos exige examinar nuestra conciencia.   

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