El tesoro y la perla Mt 13,44-52 (TOA17-23)

 EL TESORO Y LA PERLA

“Concede a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal”. Esa es la única petición que Salomón dirige a Dios (1Re 3,9). El joven rey, sucesor de David,  no pide una larga vida, ni honores o riquezas.  Solo desea tener una conciencia recta para guiar a su pueblo. 

Esa sería una buena oración para nuestros gobernantes. Al menos para los que creen en Dios y están convencidos de que todo es gracia. Lo mejor de nosotros mismos ha sido un don recibido gratuitamente. Los que no creen en Dios, harían bien en reconocer el valor de esa sabiduría que busca el bien para regir a sus gentes con rectitud y justicia.

Haciendo nuestro el espíritu del joven Salomón, nosotros proclamamos hoy con el salmo responsorial: “¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!” (Sal 118).

Y, de paso, escuchamos cómo San Pablo nos dice que “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rom 8,28).

EL DISCERNIMIENTO

Nuestra experiencia nos dice que el verdadero bien exige a veces desprenderse de muchos bienes no tan verdaderos. La felicidad está en hacer un buen discernimiento. Esa es la lección que Jesús expone en las tres parábolas que nos presenta el evangelio (Mt 13,44-52).   

• La primera parábola da cuenta del asombro de un jornalero que encuentra un tesoro enterrado en un campo. Lo esconde de nuevo, vende todo lo que tiene y se apresura a comprar el campo aquel. Saber desprenderse de su dinero es para él una ganancia.

• La segunda parábola presenta a un comerciante que encuentra una de gran valor. También él vende todo lo que tiene para poder adquirir aquella perla. En realidad no desprecia lo que deja, sino que aprecia de verdad lo que andaba buscando.

• La tercera parábola evoca la red que los pescadores arrojan al mar. Aunque en ella recogen toda clase de peces, ellos se ocupan de seleccionar y recoger los buenos, mientras que arrojan los que consideran malos.

Las tres imágenes subrayan el valor del Reino de Dios y nos dicen que conviene desprenderse de muchos bienes para poder acogerlo y gozar de su bendición. 

LOS BIENES DEL REINO

Jesús cierra su discurso de las parábolas del Reino de Dios con una conclusión válida para todos los tiempos: “Un escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo bueno y lo antiguo” (Mt 13,52).   

• Hacerse “discípulos del Reino de los cielos” no es una utopía estéril. Para los creyentes debería ser la expresión de su vocación. Y los no creyentes pueden entender la expresión como un fórmula que refleja la sabiduría de quien valora lo esencial.    

• “Sacar del tesoro familiar lo bueno” es normal para un padre de familia, para cualquier responsable de una institución y para todo gobernante de un pueblo. Eso es lo que se espera de una persona responsable.     

• “Sacar a la luz lo antiguo” significa reconocer que la historia no comienza conmigo. Evocando la frase atribuida a Isaac Newton, podemos decir que caminamos sobre hombros de gigantes. Un cristiano agradece la sabiduría y los tesoros de la fe que ha heredado

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