Poesía de Sta. Teresa de Jesús

Que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
Vivo de que he de morir,
Porque muriendo el vivir
Me asegura mi esperanza;
Muerte do el vivir se alcanza,
No te tardes, que te espero,
Que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
Vida no me seas molesta,
Mira que sólo te resta,
Para ganarte, perderte;
Venga ya la dulce muerte,
El morir venga ligero
Que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
Que es la vida verdadera,
Hasta que esta vida muera,
No se goza estando viva:
Muerte, no me seas esquiva;
Viva muriendo primero,
Que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darte
A mi Dios, que vive en mi,
Si no es el perderte a ti,
Para merecer ganarte?
Quiero muriendo alcanzarte,
Pues tanto a mi amado quiero,
Que muero porque no muero.

La Calumnia

Había una vez un hombre que calumnió gravemente a un amigo suyo, todo por la envidia que tuvo al ver el éxito que éste había alcanzado. Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo:- "Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?", a lo que el hombre respondió: - "Coge un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suéltalas una a una por donde vayas". El hombre muy contento, (¡parecía tan fácil!) cogió el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: - "Ya he terminado", a lo que el sabio contestó:- "Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas". El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo: - "Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo las calumnias que dijiste sobre tu amigo, volaron de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de volver atrás lo que hiciste".

Darlo TODO (Tagore)


Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un Hospital, conocí a una niña que sufría una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse aparentemente era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, quién había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.El doctor explicó la situación al hermano de la pequeña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a su hermana. Lo vi dudar por sólo un momento antes de hacer un gran suspiro y decir: "Sí, lo haré, si esto la salva"Mientras la transfusión continuaba, él estaba estirado en una cama junto a la de su hermana, y sonreía mientras nosotros los asistíamos y veía devolver el color a las mejillas de la niña. En un determinado momento la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Miró el doctor y le preguntó con voz temblorosa: "¿A qué hora empezaré a morirme?"Siendosólo un niño, no había comprendido el doctor: Él pensaba que le daría TODA su sangre a su hermana, y entonces moriría.