El pecado y el perdón (TOB7-12 por Flecha)

En la sociedad de hoy es muy difícil hablar del pecado. Unos ridiculizan esa misma palabra. Dicen no tener pecado y no arrepentirse de nada. Al máximo admiten tener algunos “errores”. Pero tratan de dar a entender a los demás que los errores son involuntarios. Y por tanto no se sienten responsables ni culpables.

Pero también hay otros que admiten públicamente sus propios pecados. Es más se enorgullecen de ellos. Consideran el pecado como el signo definitivo de su propia liberación de normas y prejuicios. Conceden entrevistas y aparecen en los medios de comunicación para describirlos. Y sobre todo, para contar cómo se sienten en su interior.

Hay otros muchos tipos de reacciones ante el pecado. De todas formas hay una coincidencia en una escandalosa reacción social. Mucha gente niega por todos los medios la importancia del pecado. Pero, al mismo tiempo, se ensaña despiadadamente con la persona a la que ha descubierto implicada en el pecado.

DOS GRUPOS DE PERSONAS
La liturgia de este séptimo domingo del tiempo ordinario recuerda unas palabras que el libro de Isaías pone en la boca misma de Dios dirigiéndose a su pueblo: “Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes, y no me acordaba de tus pecados” (Is 43,25). Los hombres dicen perdonar pero no olvidar el pecado. Pero Dios perdona y olvida.

En el evangelio de hoy se cuenta el perdón y la curación de un paralítico por parte de Jesús (Mc 2, 1-12). El texto establece una neta distinción entre dos grupos de personas. De una parte están los amigos del paralítico y de la otra los enemigos de Jesús. Los primeros hacen posible la salvación. Los segundos la niegan. Los camilleros tienen fe en la misericordia de Jesús. Los letrados se escandalizan ante esa misericordia.

Hay otra diferencia bien clara entre ambos grupos. Los camilleros han prestado atención a la necesidad de un enfermo. Además tienen imaginación y fantasía para superar las dificultades. Por eso se esfuerzan por cargar con el peso de un hermano y acercarlo a Jesús. Con ello dan a conocer su fe en el Maestro. Y, finalmente, guardan un humilde silencio.

Del otro lado están los letrados. Primero se indignan, porque Jesús no se acomoda a su modo de pensar y de actuar. Después lo acusan de blasfemia por anunciar que los pecados del paralítico quedan perdonados. Y finalmente tratan de hacer razonable su rechazo, al proclamar que sólo Dios puede perdonar. Con ello ofenden a Jesús y al paralítico .
LA SALVACION QUE NOS LEVANTA
“Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Esa es la respuesta final de Jesús ante el silencio respetuoso de la amistad y ante la charlatanería ineficaz de la soberbia.

• “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El texto evangélico que hoy se proclama había comenzado diciendo que Jesús estaba exponiendo la palabra. Ahora se nos dice que esa palabra se dirige a una persona concreta. Y al fin se añade que las gentes no sólo la “oyeron” sino que “vieron” su eficacia.

• “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. A lo largo de los tiempos, la Iglesia ha tratado humildemente de vivir esa misión. Impulsada por el Espíritu de Dios, anuncia por todas partes una salvación que levanta a la persona. Es una salvación integral que la renueva cada día, en su cuerpo y en su espíritu.

• “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Esa exhortación de Jesús se dirige hoy a cada uno de nosotros. Son muchos los que están cansados y agobiados, heridos y desesperanzados. El Señor nos invita a aceptar su perdón, a ponernos en pie y a reinsertarnos en la vida renovados por su perdón.

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