Esperanza y Salvación (CUB4-12) por JR Flecha


Hoy se lee el final del libro bíblico de las Crónicas (2 Cr 36, 14-23). A primera vista puede parecer un texto poco apropiado para una celebración cristiana. Pero si bien se mira, es impresionante. En muy pocas líneas se traza todo un esquema de la historia de Israel contemplada a la luz de la fe. 
 Como en las grandes obras  literarias, también aquí se evoca el eterno conflicto entre el mal y el bien.  El mal está representado por la corrupción de los dirigentes del pueblo que se han pasado al paganismo y han profanado lo más santo. Pero también, por la apatía de todo el pueblo que no supo reaccionar y despreció a los que le invitaban a cambiar.
Como en la vida misma, en el pecado se encuentra la penitencia. Quien tira piedras a lo alto puede terminar descalabrado por ellas. Cuando un pueblo y sus gobernantes olvidan los caminos del bien, se encaminan fatalmente a su ruina. En este caso, al derrumbe de sus estructuras y al destierro.
Con todo, el texto sagrado mantiene una esperanza, que surge de donde menos se espera. También los opresores que deportan al pueblo sucumben a su propio orgullo.  También ellos han de sufrir la derrota y la humillación de su arrogancia. Dios escribe derecho con renglones torcidos. Y en el horizonte surge un salvador. Ciro se sabe enviado por Dios.

 CREER O NO CREER
 Para una lectura hebrea de la historia, Ciro, rey de los persas, es un instrumento de Dios. Devuelve la libertad a Israel y permite la reconstrucción del templo. Para la lectura cristiana de la historia, Ciro es un anticipo del que había de venir. Sin armas y sin ejército, Jesús será el definitivo libertador. El Ungido de Dios, enviado a salvar a toda la humanidad.
El evangelio de Juan que hoy se proclama (Jn 3, 14,21), recoge el diálogo de Jesús con Nicodemo. Aquí la fe cristiana dialoga con la herencia judía. Se recuerda la serpiente de bronce que Moisés levantó sobre un mástil en el desierto para evitar la muerte de su pueblo. Y se anuncia que también Jesús será elevado para dar la vida a los que crean en él.
Así pues, Jesús es el Salvador esperado por su pueblo y necesitado por todos los hombres. De sus labios brota el resumen de todo el Evangelio:  “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Esa es la “buena noticia”.
Con todo, la salvación es gratuita pero no es mágica. La salvación demanda la respuesta del hombre.  “Creer” es la clave. “El que cree en Él no será condenado”. Pero si la salvación requiere la responsabilidad, también la implica la perdición: “El que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.

LAS OBRAS Y LA LUZ
 La llamada de Dios espera la respuesta humana. Es más, la llamada de Dios deja siempre en evidencia el sentido de esa respuesta. Y esa respuesta se refleja en el estilo de la vida. En la moralidad o inmoralidad de la vida. El mensaje de Jesús parece ampliado por las palabras del evangelista:
 • “El que obra perversamente detesta la luz, y no se acera a la luz, para no verse acusado por sus obras”. Lo dice también la tradición secular de los pueblos. La sabiduría popular ha recogido esta experiencia en refranes y leyendas. En el Evangelio la luz ha de escribirse con mayúsculas. Quien obra el mal detesta a Jesús, Luz del mundo
• “El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. El bien ha de ser bien hecho. Hay un modo de salir a la luz que puede ser perverso, cuando el agente sólo desea brillar y ser alabado. En el Evangelio, quien sigue la luz de Cristo sólo en Dios pone el criterio de sus actos y actitudes

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