Del amor y la amistad (PAB6-12) por JR Flecha

La llamada “regla de oro” de todas las éticas establece una conexión entre el sujeto y las personas con las que entra en relación. Puede expresarse de forma negativa: “No hagas a los demás lo que no quieras que ellos hagan contigo”. Y puede también formularse en positivo: “Haz a los demás lo que quieres que ellos hagan contigo”.

La tradición de Israel había asumido esta regla, como se ve por la prescripción del libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). Este principio se manifiesta en numerosas aplicaciones, sobre todo cuando se pide a los israelitas que tengan piedad de los esclavos, puesto que ellos fueron esclavos en otro tiempo.

Es cierto que esta norma ética parece fundarse en el amor propio. Pero el amor a uno mismo no es un mal moral. Al contrario, sólo puede amar a los demás quien ha aprendido a amarse a sí mismo. Hay que ponerse en el lugar del otro. Y poner al otro en nuestro propio lugar. Necesitamos sabernos amados para aprender a amar.
EL PADRE Y LOS HERMANOS

En el evangelio que hoy se proclama en la liturgia encontramos un cambio significativo (Jn 15, 9-17). En otra ocasión Jesús había subrayado el valor de la norma tradicional del amor al prójimo como a uno mismo (Mc 12, 28-34). Pero en el contexto de la última cena, introduce una doble referencia en la relación del amor.

• La primera referencia nos lleva a volver los ojos al Padre celestial: "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15,10). Jesús puede hablar del amor a los hermanos porque ha permanecido en el amor del Padre y en el amor al Padre.

• La segunda referencia nos lleva a él mismo: "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12; Jn 13,34-35). El verdadero modelo del amor a los demás ya no lo encontramos en nosotros mismos, sino en el Señor y Maestro que ha dado la vida por nosotros.

Es importante ese “como”. Por dos veces se repite esa partícula de comparación. Somos invitados a amar a los demás como Jesús ama al Padre y como nos ama a nosotros. Ahí está él haciendo de puente entre el Padre y nosotros. Es esa doble orientación de su amor la que nos libera de la ramplonería y del egoísmo.

EL AMIGO Y LOS AMIGOS

El texto evangélico es muy rico. Baste recordar las dos frases de Jesús sobre la amistad. Es decir, sobre los amigos que somos y hemos de ser con relación a él.

• “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Jesús ha dado vida a nuestra existencia, con su palabra y con sus gestos. Y finalmente ha dado la vida por nosotros para que tengamos vida eterna.

• “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. La verdadera amistad requiere la concordia en las ideas y en los pensamientos, pero sobre todo, en las actitudes últimas y en los actos que las manifiestan.

• “Ya no os llamo siervos… os llamo amigos”. Así sólo puede hablar el que se ha hecho siervo, hasta lavar los pies a sus discípulos. Su amistad se manifiesta en los secretos que les ha revelado. En la vida que comparte con nosotros.

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