El primer mandamiento (TOB31-12)

Nos pasamos la vida hablando del amor y tenemos la impresión de no haber llegado nunca a comprenderlo. El amor humano es siempre un misterio difícil de entender, de vivir y de explicar. Igualmente difícil –y mucho más- es el amor que decimos profesar a Dios. Tal vez por eso, el texto del Deuteronomio que hoy se proclama (Dt 6, 2-6) usa tres palabras:

- “Escucha Israel”. La escucha es ya una apertura al otro. Al escuchar salimos de nosotros mismos y entregamos al otro nuestro tiempo, que es nuestra vida. Le ofrecemos hospedaje. La escucha es ya una forma de amor.

- “Teme al Señor tu Dios”. Hay un temor que confundimos con el miedo. Temer al Señor significa reconocerlo como “otro”, es decir, como diverso y trascendente. Sin el temor, el amor a Dios sería una simple proyección de nosotros mismos y nuestros deseos.

- “Guarda sus mandatos”. El mandato del Señor no es una imposición por la fuerza. Tampoco refleja un pacto social o un compromiso interesado. Es el don de sí mismo. En el mandato se revela su voluntad. Cumplir su mandato es manifestarle nuestra entrega.

DIOS Y EL PRÓJIMO

“Amarás al Señor tu Dios”. Esa es la frase que une las dos alianzas. El amor es como la suma de las tres actitudes que subrayaba el Deuteronomio. Y es para Jesús, el mandato principal. Dios nos ha amado con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Y eso es lo que nos pide a cambio: una vida compartida.

Un escriba piensa que debe de haber una jerarquía entre los mandamientos que se encuentran en la Ley de Moisés. Y se acerca a Jesús a preguntarle cuál es el primero de todos ellos (Mc 12, 28-34). Sospecha que, cumpliendo este mandamiento, seguramente quedarán cumplidos todos los demás. Por una pregunta, Jesús le da dos respuestas:

- Según Jesús, el mandamiento primero ordena amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Es decir con toda la existencia. La radicalidad es la garantía de la fidelidad. Frente a la dispersión de los pensamientos, los sentimientos y las acciones, sólo el amor a Dios reconduce al ser humano a la unidad

- Pero Jesús menciona al escriba un segundo mandamiento, contenido en el libro del Levítico (Lev 19,18): “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Para muchas culturas ésta es la regla de oro. Con ella se supera todo egoísmo, puesto que pone al “tú” al nivel del “yo”. Un día Jesús se pondrá a sí mismo como modelo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Esa es la definitiva superación del egoísmo.

ADORACIÓN Y FRATERNIDAD

El evangelio prosigue con una respuesta del escriba que ratifica la propuesta de Jesús. En ella se percibe la reflexión de la comunidad. Y se nos dan dos razones para aceptar esa prioridad del mandamiento del amor.

• “El Señor es uno solo y no hay otro fuera de él”. La unidad de la persona que ama a Dios es un regalo que brota de su amor a Dios. Y es también un efecto de la unicidad de Dios. Si no puede haber dos dioses, tampoco puede estar dividida la persona que dice amarlo con toda su existencia.

• “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo vale más que todos los sacrificios”. En una cultura que trata de reflejar su fe en los sacrificios rituales, es una provocación afirmar que la misericordia vale más que los holocaustos ofrecidos en el templo. Las antiguas palabras del profeta Amós (Am 5,21) se convierten para siempre en evangelio.

• “Tú no estás lejos del Reino de Dios”. El evangelio pone en labios de Jesús la última palabra del diálogo. El Reino de Dios es Jesús mismo. Quien reconoce la primacía del amor a Dios y al prójimo, como signo de adoración del único y de la fraternidad universal no está lejos de la vida y del mensaje del Señor.

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