La venida del Hijo del hombre

La justicia humana no siempre responde a la verdad. En tiempos de persecución, la profecía del libro de Daniel invita a los creyentes en el Dios de la alianza a vivir aguardando la justicia de Dios: “Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por la eternidad” (Dn 12,3).
Esa sabiduría no es la erudición de los estudiosos. No es cuestión de saberes, sino de sabores. Los sabios son los que han sabido escuchar la voz de Dios y vivir de acuerdo con sus orientaciones. Los que enseñaron a otros la justicia, son quienes les ayudaron a descubrir al Dios justo y misericordioso.
En los tiempos antiguos, en muchas culturas se adoraba a los astros del cielo. La antigua profecía sugiere el fin de toda idolatría. De hecho, sustituye a las estrellas del cielo por los que aceptaron la voluntad de Dios, la cumplieron y enseñaron a otros a cumplirla. Su luz brilla con más fulgor que la de los astros.
 
SEÑOR Y JUEZ DE LA HISTORIA
En el evangelio que hoy se proclama, Jesús orienta la atención de sus discípulos hacia un futuro de plenitud y de gracia (Mc 13, 24-32). El Señor se manifestará un día como Señor y juez  de la historia. En el Credo afirmamos que Jesucristo “vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. 
La expectación de esa venida-manifestación anunciada por Jesús desencadena actitudes contrapuestas de temor y de esperanza, de curiosidad y de paz. Sobre todo, ha de motivar algunas actitudes como la conversión, la vigilancia y la oración. Los amigos de Jesús son continuamente exhortados a vivir siempre aguardando la venida de su Señor. 
El texto evangélico anuncia también la caída de los astros: “El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”. Los cristianos de Roma, a los que  se dirigía este mensaje, debieron de entender que había llegado el fin de toda idolatría.
EL UNIVERSO Y LA PALABRA
 Los cristianos de todos los tiempos se han preguntado con curiosidad cuándo se manifestará el Señor. Temen que el mundo tenga un final, en lugar de alegrarse por el fin y la finalidad que el Señor indica a nuestra actividad en el mundo.
A nuestras inquietudes, Jesús responde con la parábola de la higuera. Cuando brotan las yemas en sus ramas, entendemos que está cerca el verano. Cuando en el mundo veamos la caída de nuestros ídolos es que está cerca el Reino de Dios. Jesús ha empeñado su palabra: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
• “El cielo y la tierra pasarán”. Hemos puesto nuestra confianza en el universo, en la naturaleza, en el progreso, en la técnica que manipula cielos y tierra. Pero todo es efímero y caduco. La espera del Señor orienta nuestra vida y juzga nuestras estructuras.
• “Mis palabras no pasarán”. La palabra del Señor es luz para el espíritu. Y es también antorcha que nos ayuda a discernir los logros y fracasos del progreso. Su palabra nos juzga y nos alienta. No hay salvación sin Salvador.

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