También en esta fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, la primera lectura de la misa está tomada del libro de Daniel. El profeta ve como un hijo de hombre que recibe de Dios poder real y un dominio que se extiende en el espacio y en el tiempo, para alcanzar a todo el universo y nunca tendrá fin (Dn 7,13-14).
El texto nos dice que el reino de Dios es concedido a los humanos, en contraposición con las bestias, antes mencionadas, Frente al poder salvaje, los santos del Altísimo recibirán el Reino. Los que han dado testimonio de su fe hasta el martirio serán coronados por Dios. Los hombres podrán recuperar su dignidad y su libertad frente a lo inhumano de este mundo.
Ahora bien, la tradición cristiana ha atribuido a esa visión un significado mesiánico. Según esa interpretación, el profeta anunciaría la llegada de un mesías salvador. Elegido por el mismo Dios, sometería la arrogancia de los poderes de este mundo. Su autoridad aportaría a la humanidad una paz estable y universal.
EL REINO Y LA VERDAD
El evangelio de Juan que hoy se proclama recoge un momento culminante del proceso romano a Jesús (Jn 18,33-37). Pilato le dirige cuatro preguntas para tratar de averiguar qué tipo de realeza se atribuye aquel judío que han traído hasta su tribunal. Las preguntas del gobernante se sitúan en un nivel político. Le interesa mantener la calma en aquella tierra.
Las respuestas de Jesús van más allá del alcance de las preguntas. Jesús afirma haber venido al mundo para ser testigo de la verdad. No olvidemos que en griego el testigo se llama “mártir”. No es extraño que en los escritos paulinos se diga que Cristo hizo una hermosa confesión dando testimonio ante Pilato (1 Tim 6,13).
Cristo es testigo de la verdad que es él mismo (Jn 14,6). Por eso su reino no es impone a nadie. Es acogido por quienes aman la verdad. Todo el que es de la verdad escucha su voz (Jn 16, 37). No es la imposición el medio como se extiende su Reino, sino el ejercicio de la libertad del hombre y su responsabilidad ante la verdad que salva.
EL REINO Y EL MUNDO
Pero en la respuesta de Jesús hay otra frase que ha creado muchas dificultades a los creyentes: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Siempre habrá que volver a repensar estas palabras.
• “Mi reino no es de este mundo”. A veces se entiende esta frase como si la fe alejase a los creyentes de las realidades de esta tierra. Y no es verdad. Jesús había dicho a Nicodemo que Dios había amado al mundo hasta entregarle a su Hijo. Como dice San Agustín, su Reino se encuentra en esta tierra, pero no es de esta tierra. Los discípulos del Maestro aman este mundo con sinceridad, con responsabilidad y con una admirable libertad.
• “Mi reino no es de aquí”. Jesús no tiene una guardia armada para defenderlo. Su mensaje no se impone por la fuerza. La pasión con la que Pedro desenvaina una espada es reprendida por Jesús (Jn 18,10). No pertenecen al reino de Jesús los que antes o ahora tratan de imponer la verdad por medio de la violencia o de la coacción. O por medios más sutiles, como la concesión de beneficios y prebendas.
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