A Belén
había llegado Ruth en el tiempo en que se segaba la cebada. Con la llegada de
aquella extranjera se preparaba un futuro glorioso. De su familia había de
nacer el rey David. Pero el profeta Miqueas no mira al pasado cuando ve en
aquel lugar el origen de un reinado futuro. De Belén, pequeña entre las aldeas
de Judá, saldrá el jefe de Israel.
Esta
profecía de Miqueas no puede ser olvidada. De hecho, la encontraremos de nuevo
en el Evangelio según San Mateo. A ella se remiten los sabios, cuando el rey
Herodes les consulta sobre el lugar de nacimiento del Rey de los judíos. Un
misterioso rey al que vienen buscando los Magos llegados del Oriente.
Belén es
más que una pequeña aldea perdida en el recuerdo. Belén es también la esperanza
de un mundo renacido. Belén es la promesa de la paz y de la justicia. También
es la promesa de la vida. No en vano el profeta Miqueas alude de forma
misteriosa a la madre que da a luz, para situar el tiempo del jefe de Israel.
EL DON DE
LA VIDA
La vida
se hace especialmente presente en el Evangelio que hoy se proclama (Lc 1,
39-45). En él se narra la visita de María de Nazaret a su pariente Isabel. Las
dos mujeres llevan la vida de un bebé en sus entrañas. Una vida que es en
primer lugar un don exclusivo de Dios, dadas las condiciones de sus madres.
Para
María y para Isabel, por otra parte, la
vida de sus hijos es un signo de la escucha y de la acogida de la palabra de
Dios. Es la palabra de Dios la que marca los plazos del tiempo. Y la que hace
posible lo imposible. Ellas han sabido escuchar la voz de lo Alto. Y por eso
han entrado en la órbita de la vida y de la salvación.
Las dos
mujeres están llenas del Espíritu de Dios. Así
le había dicho el ángel a María: “el Espíritu de Dios te cubrirá con su
sombra”. Ahora, se dice de Isabel que, llena del Espíritu Santo, proclama a
María como la bendita entre las mujeres y como madre del fruto más bendito de
la tierra.
LA
CREENCIA Y LA FE
El
Evangelio de hoy se cierra con otra frase inolvidable de Isabel:: “Dichosa tú
que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Es ésta la
primera de todas las bienaventuranzas de la nueva era de la salvación.
•
“Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no era una simple credulidad.
Ante el anuncio del Ángel, ella había querido saber. Mostraba sus dudas. No era
fácil comprender el anuncio. Ni aceptar una responsabilidad no esperada. Y, sin
embargo creyó.
•
“Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no obedecía a un deseo de
sobresalir entre las gentes de su pueblo. Sospechaba ella lo que aquella
maternidad podía costarle. El ángel parecía adivinar sus temores. Y sin embargo
creyó.
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