El mandamiento principal (TOC15-13)



Hay varios prejuicios que nos llevan a mirar con suspicacia los mandamientos. El primero de todos es la misma formulación negativa de algunos mandamientos, que nos impide ver los valores positivos que tutelan. El segundo es una tradición filosófica que nos lleva a pensar que una acción es mala tan solo por estar prohibida. Como si dejando de lado a quien prohíbe, todas las acciones fueran buenas. Y el tercero es la actual concepción de la libertad individual como si fuera la fuente de todos los valores morales.
Son tres prejuicios falsos. Para convencernos de ello basta pensar cómo nos sentimos cuando somos nosotros la víctima que ha de pagar por el desprecio ajeno a los mandamientos.
El texto del Deuteronomio que hoy se lee pone en boca de Moisés una seria advertencia a su pueblo: “Escucha la voz del Señor tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos…El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable…El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo” (Deut 30,10-14).
 
LAS PREGUNTAS Y LA COMPASIÓN

El evangelio nos presenta a un letrado que parece dirigirse a Jesús con buena intención. Su primera pregunta se parece a la del joven rico: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Jesús es un buen pedagogo. Confía en el conocimiento de la Ley que se supone en el letrado. Y espera que él conozca el camino. 
De hecho, no le falta sabiduría al letrado. En su respuesta  recoge un precepto del libro del Deuteronomio y otro del Levítico: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”: 
Es verdad que en aquel tiempo era interminable la discusión sobre el prójimo. Para unos sólo era un prójimo digno de amor el que pertenecía al pueblo de Israel. Para otros más exigentes, el que cumplía la Ley. Siempre ha existido la tendencia a considerar como prójimo tan solo al que pertenece a nuestro grupo o nación. Al que piensa y siente como nosotros.
La segunda pregunta del letrado refleja todas nuestras suspicacias: “¿Quién es mi prójimo”. El relato de Jesús sobre el hombre apaleado en el camino nos interpela a todos. Podemos pasar frente al herido y marginado sin prestarle atención. Sólo el que tuvo compasión de él se hizo prójimo del hombre malherido. Era un samaritano que iba de camino.

EL ENVÍO Y LA COHERENCIA

A las dos preguntas del letrado responde Jesús con dos mandatos. No son expresión de valores abstractos. Son un envío muy concreto a la vida de cada día.
• “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida”. Esa es la respuesta de Jesús a quien conoce los dos mandamientos fundamentales. El Maestro contrapone el decir y el hacer. No posee la vida definitiva y eterna quien más y mejor habla de Dios, sino quien hace lo que ordenan los mandamientos del Señor.
• “Anda, haz tú lo mismo”. Esa es la respuesta de Jesús a quien reconoce el buen comportamiento de los demás. El Maestro contrapone nuestra actuación a la de las personas que han hecho el bien por la humanidad. No es coherente quien juzga el comportamiento de los demás, sino quien defiende la dignidad de las personas aplastadas y humilladas.

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