NOVIEMBRE: Personajes bíblicos, fin del Año Litúrgico, fichas, manualidades, actividades, libros, humor, juegos, cómics, resúmenes, fichas, lecturas, videoclips, música... ***Si bien los materiales propios del blog están protegidos, su utilización ES LIBRE (aunque en ningún caso con fines lucrativos o comerciales) siempre que se conserve el diseño integral de las fichas o de las actividades así como la autoría o autorías compartidas expresadas en las mismas.
Una oración humilde Lc 18,9-14 (TOC30-13)
“Los
gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no
ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”. Esta certeza
del poder de la oración de los pobres nos recuerda la parábola de la viuda y el
juez injusto que se proclamaba el domingo pasado. El libro del Eclesiástico
reafirma hoy esa creencia (Eclo 35, 15-22).
Muchas
veces hemos contemplado la parcialidad de las personas y de las instituciones.
Con frecuencia hemos tenido que padecerla, en nosotros mismos o en las personas
más cercanas a nosotros. En cambio, la Escritura nos dice hoy que “El Señor es
un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha
las súplicas del oprimido”.
Si Dios
muestra alguna preferencia la dirige precisamente a los más débiles y
necesitados de protección. Por eso, es un error decir que la fe es alienante.
Quien cree en Dios y trata de vivir según Dios no puede desentenderse de los
últimos de la tierra. Cuando estos se dirigen a Dios, Él los escucha.
EL
PRETEXTO Y LA VERDAD
Tantas
veces presente en el evangelio según San Lucas, la oración es de nuevo el tema
central del evangelio de hoy (Lc 18,9-14. A la parábola de la viuda y el juez
inicuo sigue hoy la parábola del fariseo y el publicano. Con ella se nos dice
que no basta con orar. Existe una piedad falsa y escandalosa. Y otra piedad
humilde, es decir verdadera.
• El
fariseo emplea muchas palabras para orar. Es cierto que levanta su mente hacia
Dios con gratitud. Pero no ora ante Dios sino ante un espejo. Su acción de
gracias es un pretexto para alabarse a sí mismo. Está convencido de que su
salvación depende solo de sus ayunos y limosnas. Se atribuye una limpieza que es un don de Dios.
• El
publicano cobra los tributos que ha de entregar al Imperio. Es visto por todos
como un colaboracionista y un pecador. Nadie lo considera inocente y en nadie
puede apoyarse. Su oración es pobre y elemental en la forma. Admite su verdad y
se dirige a Dios con la humildad de quien sabe que sólo puede encontrar la
salvacion en la misericordia de Dios.
EL PECADO
Y LA COMPASIÓN
Tanto el
fariseo como el publicano creen en Dios. Pero su forma de orar nos revela en
qué Dios creen en realidad. Al decir que el publicano alcanzó la justicia y
santidad de Dios, Jesús nos invita a aprender el espíritu de su oración.
• “Oh
Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos lleva a revisar nuestro
pasado y descubrir en él el rastro y las cicratrices del pecado. De nuestra
rebeldía ante Dios. O de nuestra indiferencia ante nuestros hermanos.
• “Oh
Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos invita a sentir de
verdad la seriedad del pecado. Y, al mismo tiempo, a confesar, con San Bernardo,
que Dios no padece, pero sí que se compadece.
• “Oh
Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos exige admitir y confesar
que solo Dios es Dios. Solo Él nos puede perdonar y aceptar como somos. Sólo él
conoce nuestra verdad y nos puede redimir en su misericordia.
Una fe que ora (TOC29-13)
“Mientras
Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas,
vencia Amalec”. Con esa sencilla contraposición se resume el éxito de los
israelitas fente al ataque promovido por los amalecitas (Ex 17, 8-13).
Israel es
bien consciente de que en su liberación fue imprescindible la intervención de
Dios. Dios tomó la decisión de emprender el camino, ayudó a su pueblo a superar
las barreras naturales, lo alimentó en el desierto y lo defendió de las
escaramuzas que le tendieron las gentes que le iban saliendo al paso.
La
liberación era gratuita y comprometida a la vez. El itinerario del éxodo
requería el valor, la constancia y la lucha de las gentes de Israel. Pero no
hubiera sido posible sin la fe de Moisés que, confiando en el Señor, levantaba
sus brazos a lo alto. Entonces y ahora, la fe motiva la acción y exige la
oración.
UNA
JUSTICIA FORZADA
La
oración de Moisés encuentra su reflejo en la oración de la viuda que aparece en
la parábola evangélica que hoy se
proclama (Lc 18, 1-8). Con el estilio típico de los cuentos, se nos dice que
había una vez un juez injusto. No es muy seductor el retrato que se hace de él:
“Ni temía a Dios ni le importaban los hombres”.
Durante
mucho tiempo, ese juez corrupto se niega a hacer justicia a una viuda que le
suplica. Si, al final, le presta una atención forzada, no es movido por la
piedad o por la compasión. Sólo para
liberarse de la insistencia de la que le persigue, el juez decide cumplir con
su propio deber y hacerle justicia.
Esa es la
lección de la parábola. En esta ocasión la conclusión religiosa del relato nace
precisamente de la contraposición. Si el juez humano escucha el lamento, lo
hace en razón de su propia comodidad. Sin embargo, Dios
escucha los ruegos de los que le suplican y les hace justicia porque él
es justo y compasivo.
LA FUERZA
DE LA SÚPLICA
Sabemos
que la viuda era para Israel la imagen viviente de la pobreza y el
desvalimiento. La parábola del juez inicuo que ignora su lamento nos lleva
también a recordar la humilde suplica de esta mujer:
• “Hazme
justicia frente a mi adversario”. Son
muchos los que se sienten marginados o
tratados injustamente en la sociedad y hasta en los estrechos límites de la
familia o del puesto de trabajo. Lejos de ser alienante, la oración puede
ayudarles a adquirir conciencia de la propia dignidad y de los propios
derechos.
• “Hazme
justicia frente a mi adversario”. También la Iglesia, como comunidad tantas
veces humillada, puede y debe dirigirse a Dios implorando su misericordia y su
justicia, cuando muchos de sus hijos son perseguidos hasta la muerte.
• “Hazme
justicia frente a mi adversario”. Hay muchas personas que son privadas de sus
bienes y de sus derechos por la prepotencia de los poderosos. Como decía
Benedicto XVI en su encíclica “Salvados en esperanza”, la meditación del juicio
de Dios es una escuela de esperanza para todos los hombres.
San Lucas evangelista (18 de octubre)
Un breve acercamiento a este evangelista, compañero de San Pablo, médico de profesión.(Leer sus datos biográficos)
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Una curiosa narración del inicio del Éxodo por parte de la Iglesia Anglicana "Cristo Redentor" de Chile.
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Misterios del Rosario
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Misterios Dolorosos (MARTES Y VIERNES)
Misterios Gloriosos (MIÉRCOLES Y DOMINGO)
Misterios Luminosos (JUEVES)
Ilustraciones: dibujosparacatequesis.blogspot.com
Una fe sin fronteras Lc 17,11-19 (TOC28-13)
“Ahora
reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel”. Así suena la
confesión de la fe de Naamán, jefe del ejército sirio. Enfermo de lepra, llegó
a Samaría buscando remedio para su mal. El profeta Eliseo le mandó bañarse en
el Jordán y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño (2 Re
5,13-17).
Este
hermoso relato recuerda la vulnerabilidad del ser humano. Aunque sea importante y revestido de poder,
el hombre es débil. Aunque haya sido tentado por la altanería, basta la
enfermedad para hacerle descubrir su profunda verdad.
Además el
relato refleja la dignidad del profeta. El hombre de Dios no pretende más que
ser un instrumento en las manos de Dios. Actúa con libertad, con generosidad y
desprendimiento, aceptando a los necesitados, sean de la raza y religión que
sean.
Pero el
relato nos habla, sobre todo, de la fe. Aun siendo pagano, Naamán descubre el
poder de Dios sobre el mal. Y también su misericordia, que acoge a todos los
hombres. No lo limpian las aguas, sino una fe que no tiene fronteras. Dios es
Dios para todos.
LA ORACIÓN Y LA GRATITUD
La lepra
sirve como eslabón para unir a esta lectura el evangelio que hoy se proclama
(Lc 17, 11-19). El profeta Eliseo deja paso al profeta Jesús. Aunque separados
por una rancia enemistad, la enfermedad ha unido a un leproso samaritano con un
grupo de judíos.
Según
manda la Ley, deambulan por los campos sin entrar en los poblados. De algún
modo han oído hablar de Jesús y lo reconocen como un hombre de Dios. Así que
desde lejos le imploran a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Jesús les
envía a los sacerdotes para que certifiquen su curación. Los leprosos confían
en su palabra, puesto que sólo quedan curados mientras van de camino. No es la
Ley la que limpia de la lepra: es la fe
en el Maestro.
Pero el
relato indica que a la gratuidad del profeta ha de responder la gratitud de los
favorecidos. Sin embargo, son diez los que piden la curación y sólo uno el que
la agradece. Uno que, asombrosamente es un samaritano, un enemigo, un
proscrito, un excomulgado.
LA FE Y
LA SALVACIÓN
El relato
se cierra con las palabras que Jesús dirige al único leproso sanado que ha
vuelto hasta él para agradecer la sanación.
•
“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Bien claro queda que los leprosos no
han sido curados por la fuerza de la antigua Ley de Moisés, sino por la fe en
el Maestro de la nueva Ley. La sanación significa la salvación que solo de él
puede venir.
•
“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. También queda claro que el creyente de
hoy ha de aprender a pedir y agradecer. Si puede dirigirse al Señor en oración,
al Señor ha de agradecer siempre la salvación.
•
“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Y ha de quedar claro que también los
que se consideran lejos pueden acercarse al que es la fuente de la salud y de
la gracia. Hay que vivir la solidaridad en el dolor y en la prueba para poder
celebrar la salvación universal.