El siervo que nos salva Mt 3,13-17 (NAVA3-14)

“Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero”. Estas palabras resuenan en la primera lectura de la misa de hoy (Is 42, 1-7). Como se ve, se ponen en la boca del mismo Dios. Pertenecen a uno de los poemas del “Siervo de Dios”, que se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías.
Ese siervo misterioso está lleno del Espíritu de Dios, promueve el derecho y la justicia, no con violencia sino con la suavidad de los humildes. El Señor lo ha  llamado, lo ha convertido en signo de su alianza con el pueblo, lo ha hecho luz de las naciones y lo ha enviado a abrir los ojos de los ciegos y traer la liberación a los esclavos.
Uno piensa que en todos los tiempos de la historia se necesitaría un hombre como éste. Un verdadero profeta. A él habría que volver los ojos en tiempos de inclemencia y desorientación moral. Si de verdad echamos de menos a una persona como ésta, el mundo no ha perdido la esperanza.

EL PRECURSOR Y EL MESÍAS

Pues bien, la comunidad cristiana ha visto en Jesús de Nazaret la realización histórica de aquel poema. Jesús, es reconocido por el Padre como su Hijo predilecto. Está lleno del Espíritu de Dios. Y es enviado para liberar a todos los oprimidos por las maldades de la humanidad y por sus propios pecados.
El relato del bautismo de Jesús que encontramos en el evangelio de hoy (Mt 3, 13-17) nos resume la continuidad y la novedad que aporta Jesús a las tradiciones de Israel. La antigua alianza, representada por Juan Bautista anticipa la nueva alianza, la plenitud de la vida y de la santidad que representa Jesús.
Jesús no es un pecador. No necesita el lavado de la purificación. El que está limpio no necesita una nueva limpieza. Jesús no baja a las aguas de Jordán para convertirse de una vida pecadora a una vida santa. La única razón para recibir el bautismo de las manos de Juan es significar que acepta la voluntad de Dios.

DIOS Y SU HIJO

Las palabras que Jesús dirige al Bautista nos revelan el hondo misterio de la vida y la misión de Jesús:
• “Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. En el bautismo de Jesús Dios se hace presente. Al apoyar y garantizar la misión de su Hijo predilecto, Dios se nos revela en Jesús de Nazaret.
• “Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. La misión de Jesús comienza por la aceptación de la voluntad de Dios. Y revela que Dios quiere continuar sus relaciones de amor y misericordia con toda la humanidad.
• “Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Jesús asume los rasgos que se atribuían al humilde “Siervo del Señor”, según el libro de Isaías (Is 42, 1). El signo de su misión salvadora no es el poder sino la humildad y el abajamiento.

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