Comenzar el lunes santo con la meditación de los misterios que se contemplan en las catorce estaciones del Via Crucis es prepararse intensamente para los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección que centrarán los días del triduo pascual. Esta es la propuesta para buscar un momento de sosiego y reposar nuestro tiempo de tranquilidad en la Vía Dolorosa de Jerusalén acompañando al Señor. La guía que os propongo es la del papa Francisco. Buena oración. (Meditar el Viacrucis)
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La llegada del Señor Mc 15,1-38 (CUB Ramos)
“Mi Señor
me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de
aliento” . Así comienza la primera lectura de la misa de este Domingo de Ramos.
Un hermoso e inquietante texto, tomado
del tercer cántico del Siervo del Señor, que se nos ofrece en el libro de
Isaías (Is 50,47).
El texto
bíblico juega con dos de los sentidos. Quien sirve a Dios ha de estar dispuesto
a oír y a hablar. El Siervo se muestra decidido a escuchar la voz de Dios y, en
consecuencia, a escuchar a todos los que sufren. Gracias a esa disposición, sus
palabras podrán ofrecer aliento a los que han perdido la esperanza.
Sin
embargo, hay que tener en cuenta que tales disposiciones no le resultan
cómodas. El profeta será golpeado y recibirá escarnios y burlas sin cuento. Con
todo, en el Señor encontrará ayuda y consuelo para superar la vergüenza y el
bochorno a que pretenden someterle sus enemigos. Así comienza la Semana que nos
llevará a presenciar el sacrificio de Jesús.
HUMILLACIÓN Y SILENCIO
También
la segunda lectura evoca el misterio de la grandeza y el abajamiento de Cristo.
En el precioso himno que Pablo incluye en la carta a los Filipenses,
contemplamos la humillación del Señor que se hace siervo. Y la grandeza del
siervo que es elevado a la gloria celestial, para que su nombre sea alabado en
el universo entero (Flp 2, 6-7).
En el
evangelio que se lee el Domingo de Ramos, todos los años se recuerda la pasión de Jesús. En esta ocasión nos
corresponde proclamar el texto del evangelio de Marcos. Hay en él al menos
siete rasgos que lo diferencian de los otros relatos sinópticos. Baste subrayar
tan sólo uno de ellos.
Tras la
muerte de Jesús, se destaca el asombro del centurión. Mientras Mateo la
atribuye al seísmo y Lucas a todo lo ocurrido, en general, Marcos anota otro
motivo fundamental: la observación del modo como había expirado Jesús (Mc 15,
39). Así pues, Jesús es palabra y revelación, con sus hechos y dichos, pero
también con el silencio de su propia muerte.
LA
LLEGADA DEL REINO
Antes de
la celebración de la Eucaristía, tiene lugar la procesión de los ramos. Para
comenzar, se proclama el texto del
Evangelio de Marcos (Mc 11,1-10). En él se recogen las aclamaciones de las
gentes que acompañan a Jesús en su entrada en Jerusalén
•
“¡Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Bendecir a Dios es una forma habitual en la oración judía. Con los
hebreos, también nosotros bendecimos a Dios que nos envía a su Mesías y
bendecimos y acogemos al Mesías enviado por Dios.
•
“¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David!”. La fe cristiana
identifica a Jesús con el Reino de Dios. Con Jesús, Dios se manifiesta como
Señor de la historia. En él se cumplen las antiguas esperanzas . En él está
nuestra salvación.
• “¡Viva
el Altísimo!” Jesús es la revelación del
Dios de la creación y de la historia. También en este momento y en este lugar
concreto en que vivimos, los seguidores de Jesús hemos de suscitar la
admiración de la fe, la confianza de la esperanza y la eficacia del amor.
El grano de trigo Jn 12,20-33 (CUB5-15)
“Meteré
mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo… Todos me conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone
sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Ese es el contenido y el signo de la
nueva alianza que Dios anuncia a su pueblo por medio del profeta Jeremías (Jer
31-31-34).
Comenzaba
la cuaresma recordando la alianza que
Dios prometía a Noé después del diluvio. Aquella promesa no ha sido vana. Los
domingos de cuaresma nos han ido presentando las diversas manifestaciones de la
alianza de Dios no solo con su pueblo, sino también con toda la humanidad y aun
con la creación entera.
Hoy se
nos dice que esa alianza está escrita en el corazón de todos los hombres. Y que
su signo es precisamente el perdón y la misericordia de Dios. Nadie es capaz de
perdonarse a sí mismo. Sólo Dios nos absuelve. Sólo Dios puede crear en
nosotros un corazón nuevo.
EL DESEO
El
evangelio de Juan evoca una escena muy interesante. Algunos paganos que han
acudido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, comunican a dos de los
discípulos de Jesús que desean ver a su Maestro (Jn 12,20-33). El relato es
paradójico al menos por tres motivos.
• Aquel
deseo de los paganos podría haber suscitado en Jesús un sentimiento de alegría
y de humana satisfacción. Perseguido y humillado en su propio pueblo, Jesús se
veía reconocido por los extranjeros. Llegaba el momento en que iba a ser
glorificado por los de fuera.
• Sin embargo,
aquella glorificación no era la que cualquier maestro o predicador podría
esperar. Jesús sabe que la hora de su glorificación coincide con la hora de su
entrega y de su muerte. Jesús es el grano de trigo sepultado en el surco. Sólo
así dará mucho fruto.
• La
mayor parte de nosotros buscamos un momento de gloria en el reconocimiento
social de nuestras obras. El evangelio deja bien claro que la gloria de Jesús
viene solamente del Padre de los cielos, no del aplauso humano.
EL
SERVICIO
Aun así,
Jesús reconoce que su sacrificio será muy significativo para el mundo: “Cuando
yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Pero esa atracción no
pasa por el triunfo humano sino por un servicio, al que se alude por tres
veces:
• “El que
quiera servirme que me siga”. Los paganos buscan ver a Jesús, pero Jesús dirá
que son dichosos los que creen sin haber visto. Hay que aprender a seguirle por
el camino para servirle como a nuestro Maestro y nuestro Señor.
• “Donde
esté yo, allí también estará mi servidor”. Si con frecuencia caemos en la
tentación de la altanería, Jesús nos recuerda que estamos llamados al servicio.
Lo compartimos con él en la vida y lo compartiremos con él en la gloria.
• “A
quien me sirva, el Padre lo premiará”. Al fin de la jornada, lo que realmente
vale ante el Padre celestial no son nuestros triunfos sociales, sino el humilde
servicio que cada día prestamos a su Hijo y a su mensaje.
El símbolo de la serpiente Jn 3,14-21 (CUB4-15)
“El Señor, el Dios de los cielos, me ha
dado todos los reinos de la tierra” (2Cr 36,23). Así habla Ciro, rey de los
persas. Sus palabras se repiten al principio del libro de Esdras. La conquista
de Babilonia por parte de Ciro es una buena noticia para los hebreos. Termina
el tiempo de su exilio y se anuncia la posibilidad de retornar a Jerusalén y
reedificar el templo.
El
segundo libro de las Crónicas presenta el exilio como un castigo de Dios por
los pecados de su pueblo y por la dureza del corazón de sus gentes. Dios
siempre había tenido compasión de su
pueblo. Por eso le había enviado mensajeros, pero las gentes se burlaron de
ellos y despreciaron a los profetas.
A pesar
de todo, prevalece la misericordia del Señor. Ciro es su mensajero. Y el gran
rey reconoce que solo de Dios le ha venido el imperio. Así que Ciro aparece
como un salvador enviado por el mismo Dios. Con él se empieza a entrever la
continuidad de las instituciones davídicas.
VIDA
ETERNA
Cuatro
palabras se repiten una y otra vez en el evangelio de Juan que se proclama en
este cuarto domingo de Cuaresma: la salvación y la creencia, la vida eterna y
la luz (Jn 3, 14-21).
• La
salvación es liberación del mal. En el diálogo con Nicodemo, Jesús se compara
con la serpiente de bronce que Moisés había levantado en el desierto. Los que
volvían a ella sus ojos reconocían sus propios pecados. En Jesús levantado en
alto descubrimos la misericordia de Dios que perdona nuestros pecados. “Dios no
mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve
por él”.
• En esta
primera mención a la fe, hasta cinco veces se habla de la necesidad de “creer”
en Jesús y en su nombre, es decir en su misión. Esa es la actitud fundamental y
necesaria para la salvación: “El que cree en él no será condenado; el que no
cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios”.
• La vida
eterna es un don que Dios entrega a los creyentes por medio de Jesús. O mejor,
Jesús es el verdadero don de Dios. Quien crea en él tendrá vida eterna. La
entrega de Jesús es signo del amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna”.
LA LUZ Y
LA VERDAD
La cuarta
palabra que emplea este texto del evangelio de Juan es la luz. Los hombres a
veces la detestan. Otras veces prefieren las tinieblas. Pero algunos se acercan
a la luz. Evidentemente, la luz no es
algo, sino alguien. Con ella se identifica Jesús.
•
Detestan la luz todos aquellos que obran perversamente, porque no quieren verse
acusados por la maldad de sus acciones u omisiones
•
Prefieren las tinieblas a la luz todos aquellos que en el fondo de su conciencia
han llegado a descubrir que sus obras son malas.
• Y se
acercan a la luz los que realizan la verdad. La verdad no es algo que se conoce
o se sabe. La verdad se practica cuando las obras son hechas según los planes
de Dios.
La vida en serio con buen humor (libro)
Este libro es una reflexión sobre la virtud
del humor, "una de las cosas más necesarias para vivir", según el
autor. Lejos de dejarse llevar por el pesimismo reinante, por la
seriedad y la tristeza a la que conducen la situación económica y
política y los problemas cotidianos, el libro ofrece numerosos
argumentos para convencernos de que se puede ser feliz y mirar la vida
con optimismo. A lo largo de sus páginas, que abordan temas tan
variopintos como los orígenes del humor, la relación de este con la
salud o el humor y la religión, el autor no solo invita a la risa y a no
tomarse las cosas demasiado en serio, sino sobre todo a adoptar el buen
humor como una actitud existencial propia del cristiano.
Autor: Paulo Costa
Editorial: San Pablo
ISBN: 9788428546553
176 páginas
Precio 12,90 euros
El templo y Jesús Jn 2,13-25 (CUB3-15)
“Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué
de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí” (Éx 20,2).
Así suena la introducción al Decálogo que, de parte de Dios, Moisés entrega al
pueblo de Israel. Antes de enumerar los mandamientos, se recuerda la acción
liberadora de Dios. La iniciativa ha venido de Él.
A la luz
de ese recuerdo, los mandamientos se entienden como la respuesta humana a
aquella iniciativa de Dios. Si el pueblo quiere ser libre habrá de tutelar los
grandes valores morales, como la dignidad de la familia y de la vida humana, la
armonía del matrimonio, la promoción de la justicia y el testimonio de la
verdad.
Pero,
junto a esos valores humanos, que garantizan la paz y la convivencia social,
hay que descubrir el valor de lo divino. Sólo Dios es Dios. Poner a las cosas o
a las estructuras en el puesto de Dios es caer en el barranco de la idolatría.
ENTREGA Y
PROMESA
En este tercer domingo de cuaresma se
proclama un conocido relato del evangelio de Juan (Jn 2, 13-25). En vísperas de
la fiesta de la Pascua, Jesús expulsa de
los pórticos del templo de Jerusalén a los mercaderes que venden bueyes,
ovejas y palomas para los sacrificios y a los que cambiaban el dinero profano
por las monedas aceptadas para las ofrendas.
Como se
ve, la actividad de los mercaderes estaba al servicio del culto que se
celebraba en el templo. Pero oscurecía el camino de la fe y apagaba la alegría
de los salmos de los peregrinos que llegaban de lejos. El texto nos dice que
solo Dios es Dios. Es fácil sustituirle por los ídolos. Hasta el comportamiento
más cercano a lo sagrado puede estar impregnado por la mundanidad.
Los
fariseos piden a Jesús un signo que demuestre la autoridad con la que actúa al
expulsar a los vendedores y oponerse al sistema establecido. Pero no son
capaces de admitir los signos de misericordia y compasión que Jesús va
derramando por todas partes. Y menos aún reconocen a Jesús como el verdadero y
definitivo signo de Dios.
LOS
SIGNOS Y LA VOZ
El relato
evangélico de la limpieza del templo incluye una triple observación que merece
ser meditada también en estos días:
• Jesús
hablaba del templo de su cuerpo. Cristo muerto y resucitado es el templo último
y definitivo. Su humanidad era, es y será el espacio en el que Dios se
manifiesta al hombre y en el que los hombres pueden acercarse verdaderamente a Dios.
• Jesús
ofrecía como signo su poder para reconstruir el templo. Pero no se refería a la
construcción herodiana, sino a su propio cuerpo. En él descubrimos a Dios. En
él damos gloria a Dios y nos encontramos en oración con todos los creyentes.
• Cuando
Jesús resucitó, sus discípulos se acordaron de sus palabras y dieron fe a la
Escritura y a la palabra de Jesús. No se trata solo de un recuerdo psicológico.
Se trata de una memoria en el Espíritu, que lleva a los discípulos hasta la
verdad plena.
Educar no es domesticar (José Fernando Calderero)
Prácticamente "todo el mundo" afirma rotundamente que la Educación es
muy importante y quizá sea por eso por lo que los que detentan el poder
intentan, de una u otra forma, “hacerse con ella”. Ahora bien, ¿esa
“Educación” es la verdadera educación, la que ayuda eficazmente a que
cada uno alcance su propia plenitud personal y a que impere la auténtica
libertad, igualdad y fraternidad? Estas son las claves de las que parte el autor para desarrollar esta obra.
Autor José Fernando Calderero
Editorial Sekotia
288 páginas
ISBN 9788494184700
Precio 18 euros