El amor y la alegría Jn 15,9-17 (PAB6-15)

“Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”.  Con esas palabras se presenta Pedro ante el centurión Cornelio, según se nos cuenta en la primera lectura de la misa de hoy   (Hech 10,25-48).
Seguramente hoy nos resultan bastante lógicas esas palabras. Pero hemos de preguntarnos qué asombrosa conversión ha debido operar el Espíritu de Dios en la mente y en el corazón de aquel pescador de Galilea.
De paso, podemos reflexionar sobre nuestras dificultades para aceptar a los demás y para anunciarles con gozo, respeto y esperanza el mensaje de Jesús. Un mensaje universal de salvación, de gracia y de justicia.
Evidentemente, todos necesitamos recibir la luz y la fuerza de un nuevo Pentecostés.   No  será posible la nueva evangelización  si no nos ayuda la gracia del Espíritu Santo. 

 EL PUENTE DEL AMOR

Esa visión universal es fruto del amor, al que se refiere la palabra de Jesús que se proclama en el evangelio de este domingo sexto de Pascua. (Jn 15,9-17). El texto sigue a la alegoría de la vid y los sarmientos, que hemos meditado el domingo anterior. El que hoy se nos propone es inmensamente rico.
• Jesús nos revela el amor que le une a su Padre celestial. Un amor que no le cierra en sí mismo, puesto que quiere comunicarlo a sus discípulos. Jesús se nos muestra como el puente por el que nos llega el amor del Padre. 
• A los discípulos Jesús les deja como don y como herencia un único mandamiento: el mandamiento del amor. Permanecer en el amor es la clave para saber que permanecemos en el amor de Dios. 
 • Pero el mandamiento del amor no puede ser concebido como un peso. Es una liberación. Es la clave de nuestra realización personal y de la construcción de una comunidad armónica. Es la fuente de la alegría que Jesús nos comunica.

EL AMOR MÁS GRANDE

 Ahora bien, de sobra sabemos que el amor es una palabra que puede significarlo todo y no significar nada. Hace falta una piedra de toque para conocer su verdad. Y Jesús nos la ofrece: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
• El amor más grande no se manifiesta en la compasión puntual y pasajera ante los desastres provocados por un terremoto o ante el drama espantoso de la inmigración reducida a un tráfico de esclavos.
• El amor más grande tampoco puede ser identificado con una ayuda voluntariosa y pasajera. Jesús no nos ha enviado para identificarnos con una “organización no gubernamental”, como advierte el Papa Francisco.
• Jesús manifestó el amor más grande al entregar su vida por nosotros. Pedro aceptaba ampliamente a Cornelio, el centurión romano. Y un día habría de entregar su vida a manos de los romanos. 

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