Misericordia divina Jn 20,19-31 (PAC2-16)

“Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. Así comienza la primera lectura de este domingo segundo de Pascua (Hch 5,12). Ha comenzado el tiempo de la Iglesia. Los discípulos del Señor hacen ahora visible su misericordia.
En realidad, la compasión de Dios se hace visible en la curación de los enfermos. Es interesante observar que la gente que se acercaba a los apóstoles deseaba que al menos la sombra de Pedro cayera sobre los pacientes que les acercaban.
También hoy la humanidad sufre en su cuerpo y en su espíritu y busca por todas partes un alivio a sus ansias y dolores. Podemos preguntarnos si también el paso de los cristianos de hoy aporta una respuesta a las expectativas de la humanidad.
Con el salmo responsorial agradecemos haber sido aliviados de nuestros males: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117)”. 

LOS CONTRASTES Y LA MISERICORDIA
El evangelio nos recuerda dos momentos de la revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20, 19-31). El texto parece jugar con diversas contraposiciones. Es como si intentara ofrecernos una pintura que se configura con un fuerte claroscuro
- En primer lugar se contraponen el miedo y la alegría. Tras la muerte de Jesús, los discípulos están todavía atemorizados. Pero el descubrir a Jesús presente en medio de ellos, los llena de alegría.
- En segundo lugar observamos que el miedo los mantiene paralizados y con las puertas cerradas. Pero el aliento de Jesús los exhorta a salir a la calle. Los encerrados, se convierten ahora en los enviados.
- En tercer lugar, intuimos que los discípulos no han superado el sentido de culpa por haber abandonado a Jesús. Pero el resucitado no viene a reprenderles su falta. Al contrario, los convierte en ministros del perdón y de la misericordia.

LA PROTESTA Y LA FE
  Con frecuencia oímos calificar a Tomás como “el incrédulo”. Pero olvidamos que fue precisamente él quien había desafiado a los otros discípulos a seguir al Maestro: “Vayamos también nosotros a morir con él” (Jn 11,16). Tomás tenía fe para aceptar la muerte. ¿Es que ahora  no tiene fe para aceptar la vida? Habrá que repensar sus palabras y las del Señor.
• “Si no veo la señal de los clavos…, no creo”. Esas palabras no delatan la incredulidad de Tomás. Son una protesta personal contra los que aplauden la luz sin haber aceptado la cruz.
• “Trae tu dedo… No seas incrédulo, sino creyente”. Las palabras de Jesús se dirigen a Tomás y a todos nosotros. Ni incrédulos, ni crédulos. Se nos pide la seriedad de los creyentes.
• “Señor mío y Dios mío”. Tan sólo la declaración de Pedro puede compararse a esta confesión de fe que el Resucitado suscita en quien estaba dispuesto a seguirlo hasta la cruz.

• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Sólo en eso podemos superar la valentía y la coherencia de Tomás. Él creyó por las llagas. Nosotros nos apoyamos en la fe del que creyó.

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