Volviendo al principio Jn 21,1-14 (PAC3-16)

La primera lectura que se proclama en este domingo tercero de Pascua (Hch 5, 27-41) resume en muy pocas frases algunas convicciones que mueven a los evangelizadores que anuncian el mensaje de Jesús en todo tiempo y lugar.
• “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Muy poco significan las prohibiciones humanas cuando se está dispuesto a dar la vida por el mensaje de Cristo.
• “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús”. La fe en la resurrección de Cristo es la fuente de la que brota el coraje para anunciar el evangelio.
• “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen” El testimonio comunitario de los creyentes es animado por la fuerza del Espíritu.
• “Los apóstoles salieron…contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”. La alegría y la fuerza de los mártires será siempre un desafío.
Contra toda apariencia y contra toda persecución, los testigos de Cristo podrán cantar con el salmo: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”   (Sal 29).

LOS MISMOS GESTOS

El evangelio que hoy se proclama nos invita a recuperar el ideal primero. De hecho, nos lleva a las orillas del lago de Galilea. Allí había encontrado Jesús a sus discípulos primeros. Y allí vuelve  el Resucitado para reunir a los dispersos y desalentados.
• De nuevo los discípulos pasan por la experiencia de una noche de pesca infructuosa. Y por la gozosa experiencia de una amanecida en la que la obediencia al Señor llena sus redes con una enorme cantidad de peces.
• De nuevo, el Señor toma el pan y el pescado y se lo da. De nuevo se repiten los gestos venerables que significan y hacen visible su misericordia. Y, sobre todo, su entrega personal a sus discípulos.
• De nuevo Jesús, se dirige a Simón con una palabra ya sabida: “Sígueme”. Se repite la misma  invitación de aquella vez, cuando lo encontró realizando sus tareas de pescador en aquella ribera. 

Y EL MISMO ENCARGO

  Pedro había prometido fidelidad a Jesús una inquebrantable fidelidad y lo había negado tres veces. El Resucitado no reprende su traición. Viene a confiarle una misión.
• “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. En la triple pregunta de Jesús hay una cierta gradación. Es como si el Maestro fuera bajando el tono para ajustar sus deseos a las posibilidades y la fragilidad de su apóstol.
“Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Y así es. Jesús conoce los sentimientos de Simón. Conoce sus ímpetus y sus caídas. Pero sabe que sólo amamos a aquellos de los que todavía esperamos algo. Y él espera al menos ese afecto de su discípulo.

• “Apacienta mis corderos y mis ovejas”. En otro tiempo le aseguró una tarea de pescador de hombres. Ahora le confía una responsabilidad de pastor de su propio rebaño. Ese rebaño por el que el Pastor bueno ha entregado la vida. Tal es su confianza.

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