Los méritos y la miseria Lc 18,9-14 (TOC30-16)

“El Señor es un Dios justo que no puede ser parcial”. Así comienza el texto del libro del Eclesiástico, que se lee en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Eclo 35,12). Con frecuencia la Biblia nos presenta a Dios por contraposición con las actitudes humanas que vemos a nuestro alrededor. Así pues, Dios no es parcial como nosotros.
Su imparcialidad se manifiesta sobre todo en la escucha. Dios presta atención a las súplicas de los marginados y oprimidos, de los pobres y los enfermos. Hermosamente se nos dice que “los gritos del pobre atraviesan las nubes”.
Con razón, el salmo 33 nos invita a repetir como estribillo un eco de nuestra experiencia histórica o, más bien, el testimonio de nuestra fe: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. San Pablo sabe que, aunque los hombres abandonen al apóstol, el Señor seguirá librándolo de todo mal (2 Tim 4,18).

ORGULLO Y HUMILDAD

Sabemos que el evangelio de Lucas insiste con frecuencia en la grandeza, la belleza y la necesidad de la oración. El texto que se proclama este domingo se refiere tanto a la oración de los hombres cuanto a la escucha con que Dios la acoge o la rechaza (Lc 18,9-14).
Hay que orar con humildad.  Jesús expone esta idea con una parábola en la que, una vez más, se contraponen dos personajes y dos actitudes. Ambos acuden al templo. Ambos hacen oración. Pero ¡qué diferencia entre uno y otro!
• En primer lugar, aparece un fariseo. Presenta a Dios sus méritos. Cumple fielmente la Ley y va más allá de lo prescrito. Da gracias a Dios, pero piensa que Dios tiene que estarle agradecido a él. Y su orgullo ante Dios lo lleva a despreciar a los hijos de Dios. Él se ve a sí mismo como el modelo de la santidad. A todos los demás los considera como pecadores.
• En contraste, aparece un publicano, un cobrador de impuestos. Solo puede presentar su miseria ante Dios.  No puede contar con méritos propios. Él se percibe a sí mismo como un pecador. Es despreciado por los hombres, así que solo puede contar con la misericordia de Dios. Su humildad es asombrosa.  
    
LA SUBIDA Y LA BAJADA

La subida a la casa de la oración une a dos creyentes. Su oración refleja la imagen que ambos tienen de Dios y de sí mismos. Dios no puede escuchar a los dos del mismo modo. Así que la bajada del templo revela su silueta humana y religiosa. Así lo dice Jesús:
• “El publicano bajó a su casa justificado y el fariseo no”. Dios es el único Justo. Es compasivo y misericordioso. Así que solo puede participar de su “justicia” y santidad quien está dispuesto a reconocerlo a él como la fuente de la gracia.

• “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Esta idea responde a la experiencia humana. Ya se reflejaba en los Proverbios. Pero el seguidor del Mesías Jesús sabe que en él se ha hecho evidente ese cambio.

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