Felices Mt 5,1-12a (TOA4-17)

“Buscad al Señor, vosotros, todos los humildes de la tierra, los que ponéis en práctica sus decretos” (Sof 2,3). Así comienza el texto del profeta Sofonías que se proclama en este domingo 4º del Tiempo Ordinario.
Buscar al Señor equivale a buscar la justicia y la humildad. A esa búsqueda del ser humano responde un oráculo del Señor: “Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor” (Sof 3,12).
 Seguramente tanto la búsqueda humana como la respuesta divina resultarán extrañas y hasta escandalosas en un mundo que se cree autosuficiente. Esta es una sociedad en la que parecen triunfar los que confían en sí mismos, los que buscan un triunfo fácil y una situación de privilegio. La pobreza no puede presentarse como un ideal de vida.
Pero el salmo 145 nos asegura que Dios “hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos”. También san Pablo recuerda a los cristianos de Corinto que Dios no eligió entre ellos a los sabios y poderosos, sino a los más débiles y despreciados (1Cor 1,26-31).

EL ESCÁNDALO
Si estos textos resultan escandalosos para la mentalidad contemporánea, mucho más lo será el pregón de las bienaventuranzas con el que el evangelio de Mateo abre el llamado Sermón de la Montaña (Mt 5, 1-12)
• El anuncio de las bienaventuranzas evangélicas es provocador. No deja indiferente al cristiano de nuestro tiempo. Estas palabras nos hacen presente el proyecto de Dios sobre el ser humano. Nos revelan su voluntad amorosa sobre cada uno de nosotros.
• Las bienaventuranzas son un don de Dios para que podamos dirigir a Él nuestros pasos. Si son difíciles para quienes viven de la fe cristiana, resultarán extrañas a una sociedad que vive en la superficialidad y parece haber perdido el gusto por las cosas de Dios y del espíritu.
Pero estas palabras de Jesús no encierran solo un ideal para los cristianos. Revelan también a toda persona, creyente o no creyente, la más honda verdad del ser  humano y los valores en los que ha de basarse una sociedad que quiera ser humana y humanizadora.

LOS VALORES
La admiración de Jesús hacia los pobres, los humildes y los marginados convierte a las bienaventuranzas en el código fundamental de la ética cristiana.
• En este mensaje se nos revela lo que somos y lo que en verdad queremos ser. En él se nos muestra el camino de la felicidad. De la felicidad terrena e intrahistórica. Y, sobre todo, de la felicidad eterna que nos ha sido prometida.
• El texto de las bienaventuranzas evangélicas es una profecía. Incluye el mensaje de un anuncio y de una denuncia. Un anuncio de los valores que realmente conducen al ser humano a la felicidad y resumen los ideales de la convivencia social.

• Y una denuncia de los antivalores que ponen en peligro la armonía de la persona y la paz de toda la sociedad. Por eso, las bienaventuranzas exigen de nosotros una renuncia. Sin la renuncia personal, el anuncio no es creíble y la denuncia no es respetuosa.

Galilea de los gentiles Mt 4,12-23 (TOA3-17)

El Señor ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles”.  Esas palabras de la primera lectura de este domingo (Is 9,1-4) nos recuerdan que Dios puede siempre derramar su luz sobre una tierra considerada como un lugar pagano. No vale poner etiquetas a las gentes. Dios invita a caminar en la luz al pueblo que caminaba en tinieblas.
 Pero no nos engañemos.  Los que caminan en tinieblas no siempre son “los otros”, los de fuera, los lejanos. Hemos de reconocer que todos habitamos en una tierra de sombras. Y muchos de nosotros nos hemos habituado a vivir en las tinieblas. ¡Cómo esperamos que la luz brille en nuestra sociedad y en nuestra propia vida!
La liturgia responde a este vibrante anuncio del profeta Isaías con el estribillo del salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Esa es nuestra convicción. Y nuestra esperanza.
Solo esa luz de lo alto puede lograr que no hagamos ineficaz la cruz de Cristo. Ese es el deseo de San Pablo que también hoy deseamos compartir (1 Cor 1,17).

GALILEA DE LOS GENTILES
En el evangelio que se proclama en este tercer domingo del tiempo ordinario se repite hasta cuatro veces la mención a Galilea (Mt 4,12-23). Los peregrinos que viajan a la Tierra Santa disfrutan de la dulzura de aquella tierra. Pero ya sabemos que los contemporáneos de Jesús la consideraban poblada por gentes inclinadas al paganismo.
Pues bien, precisamente a esa región en la que se había criado, retorna Jesús después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán. El evangelio de Mateo subraya que de esa forma se cumple lo que había anunciado el profeta Isaías. Ese pueblo ve una luz grande. Todo indica que la luz que brilla en Galilea es la presencia de Jesús.
Ahora bien, Jesús se hace presente con su palabra. Una forma de hablar que resulta novedosa por su autoridad y por su cercanía. Pero esa cercanía se manifiesta sobre todo en la compasión que revelan sus acciones. “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

UNA DOBLE INVITACIÓN
El relato evangélico recoge dos de las frases que caracterizan el paso de Jesús por Galilea. Una se dirige a toda la gente y la otra a unos pocos elegidos.
• “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. Estas palabras de Jesús no son una amenaza a los paganos o a los que viven al modo de los paganos. Son una cordial invitación para que todos se incorporen activamente a la gran novedad y reciban la gracia impagable que comporta el reino de Dios.

• “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Estas palabras  de Jesús no son un mandamiento. No implican una obligación. Son otra invitación a algunos pescadores del lago de Galilea para que descubran el nuevo horizonte de su vieja profesión. Es un honor colaborar con el Maestro que difunde la luz y la verdad.

Misión universal Jn 1,29-34 (TOA2-17)

“Te hago luz de la naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco”. Estas palabras se encuentran en el segundo de los cantos del Siervo del Señor (Is 49,6). El elegido es también el enviado.
Pero no es enviado por Dios solamente para reunir a su pueblo, sino para iluminar a todas las naciones. La suya es una misión con dimensiones de universalidad.
A esa misión se muestra dispuesto y obediente el elegido, según lo canta el salmo 39: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas”.
También San Pablo se presenta como un llamado por Dios a ser apóstol. Y también él es consciente de que su misión se extiende a todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo (1Cor 1,1-3).

LA IGNORANCIA DEL MUNDO
De nuevo se nos presenta en el evangelio de este domingo la figura de Juan el Bautista. Al ver a Jesús que viene hacia él, exclama: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Esas palabras han sido incorporadas en la liturgia romana para invitarnos a participar en la comunión eucarística.
• No se puede olvidar que este mundo nuestro vive con frecuencia ignorando a Dios y despreciando su voluntad. Ahora bien, afirmar la presencia del pecado en el mundo no puede convertirnos en profetas de calamidades o de condenación. Creemos y sabemos que el pecado ha sido vencido  por Jesús.
• Juan Bautista nos presenta a Jesús como el Cordero del mundo. El Pastor-Cordero nos conoce y nos guía, nos alimenta y nos defiende. Y finalmente se entrega por nosotros. Como el cordero de la pascua judía, Jesucristo se entrega en expiación por el pecado del mundo. Y por nuestro pecado. Sería de necios ignorar también esa entrega. 

LA IGNORANCIA DE JUAN
Pues bien, es interesante ver como en la confesión de Juan el Bautista se contraponen la ignorancia del profeta y la revelación que lo ilumina:
• “Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar…” Juan comprende que el bautismo que él administra es tan solo su humilde contribución para que Jesús se manifieste a Israel.
• “He contemplado al Espíritu… que se posó sobre él”. La ignorancia del profeta encuentra ayuda en la contemplación del Espíritu que guía a Jesús. 
• “Yo no lo conocía, pero el que me envió me dijo…” Juan no conoce a Jesús pero se sabe elegido y enviado por Dios para presentar a Jesús ante el pueblo.

• “Yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”.  La ignorancia ha dejado paso a la contemplación y esta exige el testimonio. Ese es también nuestro camino.

El Hijo amado Mt 2,13-17 (NA3-17)

“Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco”. Así comienza el primero de los cuatro cánticos del Siervo del Señor (Is 42, 1). No sabemos si se refiere a un personaje concreto o bien a toda la comunidad de los fieles de Israel.
De todas formas, el poema refleja la elección de alguien que recibe el Espíritu de Dios y es enviado para una misión estupenda: la de proclamar la alianza de Dios y la luz que él derrama sobre todos los pueblos. Una misión liberadora para todos los cautivos de las mil cadenas que pueden amarrar a los humanos.
El texto de los Hechos de los Apóstoles que hoy se proclama recoge unas palabras que Pedro pronuncia en la casa del centurión Cornelio. Jesús, ungido en su bautismo con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10,38).
 
EL DIÁLOGO
Al meditar el misterio del Bautismo de Jesús, muchos nos preguntamos por qué quiso ser bautizado el que era la suma limpieza. Según los Padres de la Iglesia, Jesús bajó al Jordán, como Josué lo cruzó para conducir a su pueblo a la tierra de la libertad. El evangelio de Mateo introduce un diálogo intrigante para muchos creyentes:
• “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mi?” El Catecismo de la Iglesia Católica interpreta estas palabras, como el reflejo de una duda de Juan el Bautista (CCE 535). El evangelista pretende dejar clara la superioridad de Jesús con relación al Precursor. Y disipar los recelos de los discípulos de ambos.
• “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. La respuesta de Jesús refleja su decisión de cumplir “la justicia plena”, aceptando el proyecto de Dios. Es decir, proclamando con los signos que Dios ofrece la salvación gratuita a todos los pecadores, a los que se acerca Jesús en este rito bautismal.

EL ORÁCULO
Una vez bautizado, Jesús salió del agua y vio que el Espíritu se posaba sobre él en forma de paloma. Un dato que evoca el final del diluvio. Jesús es la tierra firme que emerge de las aguas de la muerte. Él es el anuncio de la paz que Dios ofrece a la humanidad y a todo el mundo creado. Pero a lo que se “ve” acompaña la voz de lo alto que se “oye”:
• “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.  Este oráculo es una adaptación de las palabras con las que Dios se refiere a su Siervo, elegido para salvar a su pueblo por medio de su palabra y también por sus dolores.
• “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.  Si en su bautismo Jesús se asocia a la suerte de los pecadores que bajan al Jordán, su misión de Hijo amado de Dios lo llevará a sufrir por ellos, es decir por todos nosotros.

• “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.  Al mostrarnos a su Hijo amado, Dios se nos revela como Padre universal. Su amor y su misericordia lo acompañan y definen. De esos dones todos nosotros hemos sido declarados herederos.