NOVIEMBRE: Personajes bíblicos, fin del Año Litúrgico, fichas, manualidades, actividades, libros, humor, juegos, cómics, resúmenes, fichas, lecturas, videoclips, música... ***Si bien los materiales propios del blog están protegidos, su utilización ES LIBRE (aunque en ningún caso con fines lucrativos o comerciales) siempre que se conserve el diseño integral de las fichas o de las actividades así como la autoría o autorías compartidas expresadas en las mismas.
Felices Mt 5,1-12a (TOA4-17)
“Buscad
al Señor, vosotros, todos los humildes de la tierra, los que ponéis en práctica
sus decretos” (Sof 2,3). Así comienza el texto del profeta Sofonías que se
proclama en este domingo 4º del Tiempo Ordinario.
Buscar
al Señor equivale a buscar la justicia y la humildad. A esa búsqueda del ser
humano responde un oráculo del Señor: “Yo dejaré en medio de ti a un pueblo
pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor” (Sof 3,12).
Seguramente tanto la búsqueda humana como la
respuesta divina resultarán extrañas y hasta escandalosas en un mundo que se
cree autosuficiente. Esta es una sociedad en la que parecen triunfar los que
confían en sí mismos, los que buscan un triunfo fácil y una situación de
privilegio. La pobreza no puede presentarse como un ideal de vida.
Pero
el salmo 145 nos asegura que Dios “hace justicia a los oprimidos y da pan a los
hambrientos”. También san Pablo recuerda a los cristianos de Corinto que Dios
no eligió entre ellos a los sabios y poderosos, sino a los más débiles y
despreciados (1Cor 1,26-31).
EL ESCÁNDALO
Si
estos textos resultan escandalosos para la mentalidad contemporánea, mucho más
lo será el pregón de las bienaventuranzas con el que el evangelio de Mateo abre
el llamado Sermón de la Montaña (Mt 5, 1-12)
•
El anuncio de las bienaventuranzas evangélicas es provocador. No deja
indiferente al cristiano de nuestro tiempo. Estas palabras nos hacen presente
el proyecto de Dios sobre el ser humano. Nos revelan su voluntad amorosa sobre
cada uno de nosotros.
•
Las bienaventuranzas son un don de Dios para que podamos dirigir a Él nuestros
pasos. Si son difíciles para quienes viven de la fe cristiana, resultarán
extrañas a una sociedad que vive en la superficialidad y parece haber perdido
el gusto por las cosas de Dios y del espíritu.
Pero
estas palabras de Jesús no encierran solo un ideal para los cristianos. Revelan
también a toda persona, creyente o no creyente, la más honda verdad del
ser humano y los valores en los que ha
de basarse una sociedad que quiera ser humana y humanizadora.
LOS VALORES
La
admiración de Jesús hacia los pobres, los humildes y los marginados convierte a
las bienaventuranzas en el código fundamental de la ética cristiana.
•
En este mensaje se nos revela lo que somos y lo que en verdad queremos ser. En
él se nos muestra el camino de la felicidad. De la felicidad terrena e
intrahistórica. Y, sobre todo, de la felicidad eterna que nos ha sido
prometida.
•
El texto de las bienaventuranzas evangélicas es una profecía. Incluye el
mensaje de un anuncio y de una denuncia. Un anuncio de los valores que
realmente conducen al ser humano a la felicidad y resumen los ideales de la
convivencia social.
•
Y una denuncia de los antivalores que ponen en peligro la armonía de la persona
y la paz de toda la sociedad. Por eso, las bienaventuranzas exigen de nosotros
una renuncia. Sin la renuncia personal, el anuncio no es creíble y la denuncia
no es respetuosa.
Galilea de los gentiles Mt 4,12-23 (TOA3-17)
“El Señor ensalzará el camino del mar, al
otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles”. Esas palabras de la primera lectura de este
domingo (Is 9,1-4) nos recuerdan que Dios puede siempre derramar su luz sobre
una tierra considerada como un lugar pagano. No vale poner etiquetas a las
gentes. Dios invita a caminar en la luz al pueblo que caminaba en tinieblas.
Pero no nos engañemos. Los que caminan en tinieblas no siempre son
“los otros”, los de fuera, los lejanos. Hemos de reconocer que todos habitamos
en una tierra de sombras. Y muchos de nosotros nos hemos habituado a vivir en
las tinieblas. ¡Cómo esperamos que la luz brille en nuestra sociedad y en
nuestra propia vida!
La
liturgia responde a este vibrante anuncio del profeta Isaías con el estribillo
del salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Esa es nuestra convicción. Y
nuestra esperanza.
Solo
esa luz de lo alto puede lograr que no hagamos ineficaz la cruz de Cristo. Ese
es el deseo de San Pablo que también hoy deseamos compartir (1 Cor 1,17).
GALILEA DE LOS GENTILES
En
el evangelio que se proclama en este tercer domingo del tiempo ordinario se
repite hasta cuatro veces la mención a Galilea (Mt 4,12-23). Los peregrinos que
viajan a la Tierra Santa disfrutan de la dulzura de aquella tierra. Pero ya
sabemos que los contemporáneos de Jesús la consideraban poblada por gentes
inclinadas al paganismo.
Pues
bien, precisamente a esa región en la que se había criado, retorna Jesús
después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán. El evangelio de Mateo
subraya que de esa forma se cumple lo que había anunciado el profeta Isaías.
Ese pueblo ve una luz grande. Todo indica que la luz que brilla en Galilea es
la presencia de Jesús.
Ahora
bien, Jesús se hace presente con su palabra. Una forma de hablar que resulta
novedosa por su autoridad y por su cercanía. Pero esa cercanía se manifiesta
sobre todo en la compasión que revelan sus acciones. “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el
evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.
UNA DOBLE INVITACIÓN
El
relato evangélico recoge dos de las frases que caracterizan el paso de Jesús
por Galilea. Una se dirige a toda la gente y la otra a unos pocos elegidos.
•
“Convertíos porque está cerca el reino de
los cielos”. Estas palabras de Jesús no son una amenaza a los paganos o a
los que viven al modo de los paganos. Son una cordial invitación para que todos
se incorporen activamente a la gran novedad y reciban la gracia impagable que
comporta el reino de Dios.
•
“Venid y seguidme, y os haré pescadores
de hombres”. Estas palabras de Jesús
no son un mandamiento. No implican una obligación. Son otra invitación a
algunos pescadores del lago de Galilea para que descubran el nuevo horizonte de
su vieja profesión. Es un honor colaborar con el Maestro que difunde la luz y
la verdad.
Misión universal Jn 1,29-34 (TOA2-17)
“Te
hago luz de la naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la
tierra”. Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me
complazco”. Estas palabras se encuentran en el segundo de los cantos del Siervo
del Señor (Is 49,6). El elegido es también el enviado.
Pero
no es enviado por Dios solamente para reunir a su pueblo, sino para iluminar a
todas las naciones. La suya es una misión con dimensiones de universalidad.
A
esa misión se muestra dispuesto y obediente el elegido, según lo canta el salmo
39: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en
las entrañas”.
También
San Pablo se presenta como un llamado por Dios a ser apóstol. Y también él es
consciente de que su misión se extiende a todos los que en cualquier lugar
invocan el nombre de Jesucristo (1Cor 1,1-3).
LA IGNORANCIA DEL MUNDO
De
nuevo se nos presenta en el evangelio de este domingo la figura de Juan el
Bautista. Al ver a Jesús que viene hacia él, exclama: “Este es el cordero de
Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Esas palabras han sido
incorporadas en la liturgia romana para invitarnos a participar en la comunión
eucarística.
•
No se puede olvidar que este mundo nuestro vive con frecuencia ignorando a Dios
y despreciando su voluntad. Ahora bien, afirmar la presencia del pecado en el
mundo no puede convertirnos en profetas de calamidades o de condenación.
Creemos y sabemos que el pecado ha sido vencido
por Jesús.
•
Juan Bautista nos presenta a Jesús como el Cordero del mundo. El Pastor-Cordero
nos conoce y nos guía, nos alimenta y nos defiende. Y finalmente se entrega por
nosotros. Como el cordero de la pascua judía, Jesucristo se entrega en
expiación por el pecado del mundo. Y por nuestro pecado. Sería de necios
ignorar también esa entrega.
LA IGNORANCIA DE JUAN
Pues
bien, es interesante ver como en la confesión de Juan el Bautista se
contraponen la ignorancia del profeta y la revelación que lo ilumina:
•
“Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar…” Juan comprende que el bautismo
que él administra es tan solo su humilde contribución para que Jesús se
manifieste a Israel.
•
“He contemplado al Espíritu… que se posó sobre él”. La ignorancia del profeta
encuentra ayuda en la contemplación del Espíritu que guía a Jesús.
•
“Yo no lo conocía, pero el que me envió me dijo…” Juan no conoce a Jesús pero
se sabe elegido y enviado por Dios para presentar a Jesús ante el pueblo.
•
“Yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”. La ignorancia ha dejado paso a la
contemplación y esta exige el testimonio. Ese es también nuestro camino.
El Hijo amado Mt 2,13-17 (NA3-17)
“Mirad
a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco”. Así comienza
el primero de los cuatro cánticos del Siervo del Señor (Is 42, 1). No sabemos
si se refiere a un personaje concreto o bien a toda la comunidad de los fieles
de Israel.
De
todas formas, el poema refleja la elección de alguien que recibe el Espíritu de
Dios y es enviado para una misión estupenda: la de proclamar la alianza de Dios
y la luz que él derrama sobre todos los pueblos. Una misión liberadora para
todos los cautivos de las mil cadenas que pueden amarrar a los humanos.
El
texto de los Hechos de los Apóstoles que hoy se proclama recoge unas palabras
que Pedro pronuncia en la casa del centurión Cornelio. Jesús, ungido en su
bautismo con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a
todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10,38).
EL DIÁLOGO
Al
meditar el misterio del Bautismo de Jesús, muchos nos preguntamos por qué quiso
ser bautizado el que era la suma limpieza. Según los Padres de la Iglesia,
Jesús bajó al Jordán, como Josué lo cruzó para conducir a su pueblo a la tierra
de la libertad. El evangelio de Mateo introduce un diálogo intrigante para
muchos creyentes:
•
“Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mi?” El Catecismo de
la Iglesia Católica interpreta estas palabras, como el reflejo de una duda de
Juan el Bautista (CCE 535). El evangelista pretende dejar clara la superioridad
de Jesús con relación al Precursor. Y disipar los recelos de los discípulos de
ambos.
•
“Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. La
respuesta de Jesús refleja su decisión de cumplir “la justicia plena”,
aceptando el proyecto de Dios. Es decir, proclamando con los signos que Dios
ofrece la salvación gratuita a todos los pecadores, a los que se acerca Jesús
en este rito bautismal.
EL ORÁCULO
Una
vez bautizado, Jesús salió del agua y vio que el Espíritu se posaba sobre él en
forma de paloma. Un dato que evoca el final del diluvio. Jesús es la tierra firme
que emerge de las aguas de la muerte. Él es el anuncio de la paz que Dios
ofrece a la humanidad y a todo el mundo creado. Pero a lo que se “ve” acompaña
la voz de lo alto que se “oye”:
•
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Este oráculo es una adaptación de las palabras con las que Dios se
refiere a su Siervo, elegido para salvar a su pueblo por medio de su palabra y
también por sus dolores.
•
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Si en su bautismo Jesús se asocia a la suerte de los pecadores que bajan
al Jordán, su misión de Hijo amado de Dios lo llevará a sufrir por ellos, es
decir por todos nosotros.
•
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Al mostrarnos a su Hijo amado, Dios se nos revela como Padre universal.
Su amor y su misericordia lo acompañan y definen. De esos dones todos nosotros
hemos sido declarados herederos.