Lepra y confianza Mc 1,40-45 (TOB6-18)

“El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba rapada y gritando: ¡Impuro, impuro!” Esa normativa del libro del Levítico, que hoy se lee en la misa (Lev 13,1-2,44-46), se coloca nada menos que en el marco de una orden que Dios entrega a Moisés y Aarón.
Es evidente que la norma trataba de preservar al pueblo del contagio de la lepra. Pero también queda claro que por entonces no se tenía muy en cuenta la dignidad del enfermo, que era dejado a su propia suerte, es decir, a su propia desgracia.
A él se podrían aplicar las palabras de confianza que nos invita a repetir el salmo responsorial: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación” (Sal 31).
No sería justo que, pasados los siglos, nosotros nos comportáramos de una forma que podría escandalizar a los demás. San Pablo nos advierte hoy contra ese peligro que siempre puede afectarnos (1 Cor 10,31-11,1).

LA CURACIÓN
La antigua norma bíblica sobre la lepra que se recuerda en la primera lectura ha sido evocada para preparar nuestra mente y nuestro corazón a la escucha del evangelio que hoy se proclama (Mc 1, 40-45).  En este texto, se evoca la curación de un leproso por parte de Jesús.
• En primer lugar, escuchamos la humilde súplica del enfermo, que se limita a manifestar su fe: “Si quieres, puedes limpiarme”. Tanto en él como en nosotros es importante esa confesión del querer y del poder de Jesucristo. Todos sabemos de qué manchas y llagas puede librarnos el Señor.
• En un segundo momento, vemos el gesto de Jesús. Contra todas las normas en vigor, extiende su mano y toca al leproso. El papa Francisco comenta que Jesús no se sitúa a una distancia de seguridad, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal. Una buena lección para toda la Iglesia y para cada uno de nosotros.
• En un tercer momento, escuchamos la palabra de Jesús: “Quiero, queda limpio”. Esa declaración es la manifestación de la misericordia de Dios y de la compasión de su Enviado. Él desea nuestra limpieza integral. Sólo falta que nosotros reconozcamos nuestra enfermedad, nuestra vulnerabilidad, nuestras manchas.

LA EXHORTACIÓN
Ahí podría concluir el relato. Pero el texto añade una doble exhortación que Jesús dirige al que se ha acercado a él con tanta confianza.
• Como todos los que han sido librados de la lepra, también él ha de presentarse a los sacerdotes y cumplir el ritual establecido. No es una mera norma  ni una penitencia. Es el requisito para que pueda integrarse de nuevo a la sociedad. “Los hombres no son islas”, como escribió el poeta John Donne.
• Y el curado ha de guardar discreción sobre lo que Jesús ha hecho con él. El llamado “secreto mesiánico”, tan típico del evangelio de Marcos, debía preservar la libertad de Jesús para anunciar el Reino de Dios. Pero, de alguna manera, el que ha sido librado de la lepra contribuye a la difusión del mensaje del Maestro.

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