Entre el cielo y la tierra Mc 16,15-20 (PAB7-18) Ascensión

“El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo” Así concluye la primera lectura que se proclama en la celebración de la misa, en esta solemnidad de la Ascensión del Señor (Hech 1,11).
Esas palabras, dirigidas a los discípulos de Jesús por dos hombres vestidos de blanco, nos invitan también a nosotros a no permanecer extasiados. La celebración de la Ascensión de Jesús a los cielos no es un motivo para la evasión de esta tierra. Es hora de regresar a la vida de cada día. Es la hora de convertir el recuerdo en esperanza y la esperanza en compromiso. 
En el salmo responsorial cantamos a Dios que “asciende entre aclamaciones”. Con alegría participamos de su gloria. En la carta a los Efesios se nos recuerda que el Padre de la gloria resucitó a Cristo de entre los muertos y lo ha sentado a su derecha. Que él ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la esperanza a la que nos llama (Ef 1, 17-23).

ENCARGO DE LA MISIÓN
El texto del evangelio según Marcos que hoy se proclama (Mc 16,15-20) nos invita a reflexionar sobre la misión que el Señor confía a sus discípulos: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”
• En primer lugar, habrá que recordar esa invitación a ponerse en camino. La vida del ser humano es siempre una itinerancia. Un paso tras otro, el hombre va haciendo de su existencia un proceso de búsquedas y hallazgos, de encuentros y desencuentros. Pero el cristiano sabe que si caminar es un riesgo, permanecer instalados en la comodidad es un pecado.
• Además, Jesús no envía a sus discípulos a disfrutar de los hermosos paisajes de la tierra. Tampoco quiere que sean meros agentes de una organización social. Y menos aún los envía como comerciantes decididos a hacer negocio. Les encarga que anuncien el evangelio. La buena noticia de que Dios es nuestro Padre, nos ama y nos salva por Jesucristo.
• Y, por si no estaba claro, Jesús recomienda a los suyos que no hagan distinción de personas, en atención a su clase social, a su lugar de procedencia o al tipo de su cultura. Han de anunciar el evangelio de su Señor a toda la humanidad.

DESARROLLO DE LA MISIÓN
El texto evangélico recuerda escuetamente que “después de hablarles, el Señor Jesús ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. Una forma muy plástica para proclamar la gloria divina del Maestro. Sin embargo, no olvida a los creyentes que siguen en la tierra
• Efectivamente, los discípulos de Jesús fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes. Ese es un hecho histórico que suscita nuestra admiración. Pero es también una tarea urgente que ha de mantener viva nuestra vocación.
• Claro que, a pesar de cansancios, fatigas y persecuciones, los discípulos de antes y de ahora sabemos que no estamos solos. El Señor camina a nuestro lado, está presente en nuestros esfuerzos y actúa con nosotros.
• Finalmente, creemos que el Señor confirma nuestra palabra, más o menos brillante, con signos admirables que nosotros no siempre llegamos a percibir.

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