La muerte y el sueño Mc 4,21-45 (TOB12-18)

“Dios no creó la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera”. Con estas palabras del libro de la Sabiduría se abre  la primera lectura que se lee en este domingo (Sab 1,13).  El texto nos dice que el pecado es lo que hace penosos los fenómenos naturales de la vida humana, como la enfermedad, la debilidad o la muerte.
Más importante aún es la afirmación de que Dios nos ha creado para la inmortalidad, puesto que nos ha hecho a imagen de su propio ser. Estamos acostumbrados a pensar en esa categoría de la imagen y semejanza de Dios en términos del conocimiento. Pero es importante verla a la luz de nuestra vocación a vivir siempre junto al Autor de la vida.
Con esa confianza podremos proclamar con el salmo: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29). Por otra parte, escuchamos cómo san Pablo invita a los Corintios a participar en la colecta a favor de los pobres de Jerusalén. No se trata solo de compartir. Se trata de imitar la generosidad de Jesucristo. Esa es la norma y el ideal de nuestra vida.

EL RUEGO DE LA FE
El evangelio que hoy se proclama nos introduce en un escenario de dolor y de muerte. Ahí aparece el jefe de una sinagoga. Se llama Jairo o Yaír. Su nombre parece significar: “Que él (Dios) lo ilumine”. Y efectivamente, este padre que sale al encuentro de Jesús para suplicarle la curación de su hija parece guiado por la luz de lo alto.
Su ruego es sencillamente patético: “Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella para que sane y viva” (Mc 5,23).  Jesús escucha la petición y se pone en camino con Jairo.  Pero  alguien llega anunciando que la niña ha muerto. Jesús oye el mensaje y le dice a Jairo: “No temas, basta que tengas fe” (Lc 8,51). 
Los discípulos más cercanos de Jesús acompañan al padre y a la madre de la niña.   Por todas partes hay mucha gente alborotada. Hay flautistas y plañideras a sueldo. En ese contexto se sitúa la exclamación de Jesús: “¿Qué estrépito y qué lloros son estos?” (Mc 5,39).

EL PECADO DE LA ACEDIA
Además, Jesús pronuncia una afirmación sorprendente: “La niña no está muerta, está dormida”. Todo son burlas. Las mujeres que lloran a sueldo creen saber cuándo ha muerto una persona. Los profesionales del duelo no siempre descubren la posibilidad de la esperanza.
• “La niña no está muerta, está dormida”. Seguramente esas palabras sugerían una reflexión sobre el pueblo de Israel. Llamado por Dios a la alianza y a la vida, parecía    dormido en su nostalgia y en sus falsas seguridades.
 • “La niña no está muerta, está dormida”. Es posible que las primeras comunidades cristianas se hayan aplicado a sí mismas estas palabras de Jesús. Tanto la persecución como la rutina adormecían a los que debían vivir el mensaje del Maestro.   
• “La niña no está muerta, está dormida”.  Con todo, esa advertencia de Jesús es especialmente importante para nuestro tiempo. Con frecuencia culpamos a la sociedad de nuestra situación eclesial. Pero es evidente que padecemos esa “acedia” que nos mantiene pasivos, según ha dicho el papa Francisco.

La Misión del Profeta Lc 1,57-66.80 (TOB12-18)

“Adonde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte”. Estas palabras,  incluidas en el oráculo que Dios dirige al profeta Jeremías,  se leen en esta fiesta del nacimiento de san Juan Bautista  (Jer 1,4-10).
Ir adonde envía Dios y decir lo que Dios quiere que se diga. Ese era el secreto de la vocación de los antiguos  profetas. Pero esa es la tarea que resume la misión de las personas que hoy elige Dios para que anuncien su presenia y su mensaje. 
La llamada comporta salir de casa para ponerse en camino y escuchar una palabra que ha de ser anunciada sin miedo. Sin temor y con la confianza de quien sabe que Dios ha prometido ser su libertador en el momento de la dificultad.
Con razón el salmista se atreve a confesar al Señor: “En el seno materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías” (Sal 70). Esa confianza es necesaria para atreverse a anunciar con valentía la salvación que Dios ofrece a la humanidad (1Pe 1,8-12).

UN ÁNGEL EN EL TEMPLO
El evangelio nos presenta la oración de la tarde en el templo de Jerusalén (Lc 1,5-17. La ofrenda del incienso corresponde a un sacerdote anciano. Se demora más de lo acostumbrado en el interior del santuario. Y las gentes se preguntan qué está ocurriendo.
Cuando al fin aparece ante su vista, descubren que ha perdido el habla. Por señas y por medio de una tablilla logra explicar que le ha hablado un ángel. Todos los que han llegado a enterarse se quedan asombrados al saber que le ha anunciado que va a tener un hijo.
Las tradiciones de Israel conservaban el recuerdo de otros nacimientos sorprendentes. La fe decía que Dios había decidido intervenir en la historia de su pueblo, enviando hombres extraordinarios que fueran portavoces de su palabra y agentes de su liberación.
 Con el tiempo se conocería lo esencial del mensaje que el ángel había transmitido al sacerdote Zacarías tras anunciarle que tendría un hijo: “Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto”    

UN MENSAJE DE CONVERSIÓN
En el mensaje del ángel se revela la misión del futuro hijo de Zacarías e Isabel, resumiéndola en tres verbos: caminar, convertir y preparar.
• “Irá delante del Señor”. El elegido por Dios desde antes de su nacimiento no puede ser un sedentario.  Será enviado a caminar ante el Señor, con el espíritu que ha sacado a los caminos a todos los profetas. 
• “Convertir los corazones”. El enviado no podrá presumir de una doctrina propia. Habrá  de transmitir con fidelidad un mensaje para exhortar a las gentes a una conversión del corazón que rehaga los lazos familiares.
• “Preparar un pueblo para el Señor”. El encargado de exhortar a las gentes no ha de vivir en la nostalgia, sino en la esperanza. No llega a restaurar las ruinas antiguas, sino a preparar para Dios un nuevo pueblo. 

Soy María

Es el tercer libro de la serie que comenzó con El Rey de los mindundis, también en formato cómic. En esta ocasión se presenta la figura de María, una mujer que supo que todo era posible y que vivir desde el corazón hacía a las personas libres  para decidir. Un testimonio de vida que traspasa el tiempo, ya que, independientemente de momento en que vivas, cada uno escribe la historia.

Autores: Pilar Ramírez, Jesús Mario Lorente
Editorial: Edelvives
ISBN: 9788414015896
92 páginas
Precio: 10 euros

El cedro y la mostaza Mc 4,26-34 (TOB11-18)

En la primera lectura que se lee en este domingo, el profeta Ezequiel (Ez 17,22-24) presenta las esperanzas de Israel bajo la imagen de un alto cedro. De su cumbre tomará el Señor una ramita, la plantará en la montaña más alta y ella irá creciendo hasta llegar a acoger a todas las aves que cruzan los cielos.
La parábola es un canto de esperanza. Habla de Dios y recuerda su misericordia con relación a su pueblo. De hecho, anuncia el futuro de Israel, convertido en meta de peregrinación para todos los pueblos.
De paso, el profeta nos ofrece a todos una enseñanza moral. Dios tiene sus propios planes. El Señor humilla a los árboles más altos, pero ensalza a los árboles más humildes, seca los árboles lozanos, y hace florecer a los árboles aparentemente secos.

 LA SEMILLA Y LA MOSTAZA
Por su parte, el texto del evangelio que hoy se proclama (Mc 4,26-34) nos ofrece dos pequeños parábolas: la de la semilla que crece sola y la del grano de mostaza. Ambas nos trasladan al campo. Pero pronto nos revelan las claves secretas de nuestra vida. De hecho,  abren ante nuestros ojos el camino de la esperanza y sus dos tentaciones fundamentales.
• La parábola de la semilla que crece sola es propia y exclusiva del evangelio según Marcos. Un hombre arroja en tierra la semilla y se va. Hace su vida ordinaria, durante el día y la noche, pero “la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo”. Una denuncia de la tentación de presunción. No tienen razón los que se atribuyen a sí mismos el fruto de la esperanza. El mensaje por sí mismo tiene la fuerza que no puede prestarle el mensajero.
• La parábola del grano de mostaza nos presenta una semilla insignificante, que habrá de crecer hasta convertirse en un árbol, que un día ofrecerá cobijo a las aves del cielo. Nos ayuda a repensar la diferencia entre la humildad de los principios y el esplendor final de toda obra buena. Buena lección para todos los desesperanzados que no se atreven a confiar en el valor del mensaje ni a mirar con esperanza el futuro que promete.

LA ENSEÑANZA EN PARÁBOLAS
Después de recoger las dos parábolas de Jesús, el evangelista hace un breve resumen de la enseñanza apostólica de Jesús, que reduce a muy pocas palabras: “Con muchas parábolas exponía la palabra, acomodándose  a su entender”.
• Con esta frase tan sencilla, el evangelista parece estar trazando un esquema pedagógico, válido para creyentes y no creyentes. Pero seguramente trata de explicar la lentitud con que se está difundiendo en su tiempo el mensaje de Jesús.
• En segundo lugar, el evangelista parece recoger una frase que resume el ideal de la enseñanza de los apóstoles y sus sucesores. La Iglesia entera habrá de acercarse con sencillez y paciencia, acomodándose al entender de las gentes.
• Finalmente, el evangelista deja en su texto una enseñanza específica para los cristianos. Todos han de ver con humildad y esperanza la expansión del evangelio. Cada uno de ellos ha de sembrar con generosidad el mensaje.

Diversidad religiosa

Este libro no es ningún tratado sobre la fe de las religiones presentes en España, aunque se hable de ello. Ni es un estudio de sociología religiosa, aunque también se mencione este tema. Tampoco es un manual sobre la fenomenología religiosa, aunque ella esté presente en todo el texto. Este libro no es nada de todo lo anterior, aunque necesita de todo ello. Su objetivo es otro: pretende ofrecer al lector un instrumento para conocer y entender las creencias que viven algunos de sus conciudadanos.
En muchos aspectos, España es plural y diversa. Lo es culturalmente y también en el ámbito religioso. La sociedad española es abierta y madura. La diversidad en España ha aumentado como resultado de la importante inmigración de los últimos años. Esta nueva realidad plantea nuevos problemas. Uno de ellos es aprender a convivir desde la diferencia, respetando la diversidad sin ser indiferentes a las creencias de los otros.



Autor: Jordi López Campos
Editorial PPC
ISBN 9788428823913
256 páginas
Precio: 15 euros (6,49 en ebook)

El demonio y la mentira Mc 3,20-35

“Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón» (Gén 3,15). Esa es la sentencia que Dios pronuncia contra la serpiente que ha engañado a Eva.
De la serpiente había salido la primera “noticia falsa”, como ha subrayado el papa Francisco. Dios había permitido comer de todos los árboles del jardín, menos uno. Y la serpiente decía a la mujer que Dios había prohibido comer de todos los árboles.
Con razón dirá Jesús que el maligno es mentiroso desde el principio. El pecado es aceptar la mentira en lugar de esforzarse por defender la verdad. El poder del demonio radica siempre en la falsedad, en el engaño.
Pero ya desde los orígenes, Dios promete el triunfo del bien sobre el mal. Con toda razón el salmo responsorial (Sal 129) proclama que “del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”. Los creyentes en Cristo confiesan y esperan tener asegurada  una casa que dura eternamente (2 Cor 5,1).
  
EL PODER DEL MAESTRO
En su exhortación Gaudete et exsultate, el papa Francisco ha escrito que el demonio “no es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos” (GE 161).
Pues bien, el evangelio de hoy nos habla del demonio (Mc 3,20-35). Al ver que Jesús domina al espíritu del mal, algunos escribas se atreven a sentenciar: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”.
Jesús responde que no es de razón afirmar que Satanás puede expulsar a Satanás. Para explicarlo expone tres breves parábolas,  de las que extrae una conclusión:
• “Un reino en guerra civil no puede subsistir. Una familia dividida no puede subsistir. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata”.
• “Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido”. Por tanto, si Jesús expulsa los demonios, demuestra el poder divino del Maestro.

EL ESPÍRITU DE LA VERDAD
El texto evangélico incluye, una seria advertencia de Jesús: “Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”.
• “Quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás”. Quien decide llamar bien al mal se aleja de la verdad y se instala en la mentira. Su misma obstinación le impedirá alejarse del engaño.
• “Quien blasfeme contra el Espíritu Santo cargará con su pecado para siempre”. Quien no reconoce en el Espíritu de Dios la fuente de la misericordia y la luz de la bondad no se arrepentirá para pedir perdón por su error. 

La sangre de la Alianza Mc 14,12.16.22-26 (Corpus)

 “Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos” (Éx 24,8).  Con la sangre de las vacas ofrecidas en sacrificio rocía Moisés a su pueblo, para ratificar el pacto que le ha ofrecido el Señor.
Dios se presenta a su pueblo como el liberador. Recuerda lo que ha hecho por él al sacarlo de la esclavitud de Egipto y ponerlo en el camino de la libertad. En ese contexto, los mandamientos no son una orden caprichosa. Resumen la tarea que ha de responder al don. Son el itinerario que ha de recorrer el pueblo para ser verdaderamente libre.
Y la sangre derramada es el signo que expresa la iniciativa gratuita de ese Dios que ha ofrecido a su pueblo una alianza de colaboración, es decir un pacto de liberación. 
Pero Cristo no ha usado la sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia. Con su sangre purifica nuestra conciencia de las obras muertas (Heb 9,11-15)

EL PAN
Jesús había previsto en Jerusalén un lugar para comer la Pascua con sus discípulos. Mientras comían, tomo un pan, pronuncio la bendición y se lo entregó; diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”.
Como ha dicho el papa Francisco, “con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que ya no es la de simple alimento físico, sino la de hacer presente su Persona en medio de la comunidad de los creyentes” (7.6.2015).
• El pan era en aquellas horas con las que se cerraba su camino terrenal, el sacramento de su entrega por nosotros y por nuestra salvación.
• El pan es en este momento concreto de nuestra historia, el signo que significa y realiza su presencia entre nosotros.
• El pan nos ha de comprometer siempre a tratar de realizar la comunión fraternal entre todos nosotros.      

EL VINO
Pero la sangre aparece también en el relato evangélico que se proclama en esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo (Mc 14,12-16.22-26). Tomando una copa, Jesús pronunció la acción de gracias y la pasó a sus discípulos. Al gesto acompañaban las palabras de la revelación: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
• San Fulgencio de Ruspe nos dejó escrito que “los fieles que aman a Dios y a su prójimo deben beber el cáliz del amor del Señor”. 
• San Juan de Ávila predicaba que “el mismo cuerpo que en la cruz estuvo, la misma sangre que se derramó, ese comemos y esa bebemos, en memoria de aquella sagrada pasión que se celebró en remisión de nuestros pecados”. 
• El papa Francisco nos ha dicho que “el Cristo que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino es el mismo que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos cotidianos: está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre e implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida”.