Confianza y oración Lc 11,1-13 (TOC17-19)

En el libro del Génesis encontramos un hermoso diálogo entre Abrahán y los tres personajes que lo visitan en el encinar de Mambré (18,20-32). En realidad, es un regateo   con el mismo Dios.  El patriarca Abrahán quiere saber cuántos justos bastarían para que Dios perdonase los crímenes de la ciudad de Sodoma.
Este diálogo es una revelación de Dios y de su misericordia. Al mismo tiempo nos ofrece un retrato de Abrahán y una interpelación a nuestra fe.  Si, por una parte, refleja la amistad del patriarca con Dios, por otro lado nos interroga sobre la fe y la confianza que animan nuestra oración.
Con el salmo responsorial proclamamos que el Señor escucha nuestra oración y que su  misericordia dura por siempre (Sal 137). Nuestra fe nos dice que el Señor, que podría perdonar a Sodoma, ha perdonado ya todas nuestras culpas (Col 2,13).

UN AMIGO Y UN PADRE
A lo largo del evangelio de Lucas se encuentran muchas alusiones a la oración. El texto que hoy se proclama (Lc11,1-13) contiene tres secciones dedicadas a ese tema.  
• En la primera sección, se dice  que los discípulos, tras ver a Jesús en oración, le piden que les enseñe a orar, como Juan había enseñado a sus discípulos. Evidentemente, ellos ya sabían orar. Pero deseaban tener una oración con la que pretendían distinguirse. Y Jesús les enseña el “Padre nuestro”.
En la oración que Jesús nos dejó como resumen de su enseñanza, el sujeto es siempre un “nosotros”. En ella no hay lugar para un “yo” cerrado en sí mismo. Reconocer a Dios como Padre nos lleva a aceptar el don y la tarea de la fraternidad.
• En la segunda sección, Jesús utiliza las imágenes del amigo y del padre para revelar a los suyos la misericordia de Dios.
A pesar de la incomodidad que eso suponía en las viviendas de aquel tiempo, el amigo se levanta para atender al que llega a media noche para pedirle unos panes.
Además, Jesús se refiere a un padre que siempre está dispuesto a dar cosas buenas a su hijo.  Pues bien, también el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

LA ÚNICA COSA BUENA
En una tercera sección se encuentran una exhortación a la que acompaña una promesa y, además, una motivación que parece evocar la sabiduría de los  proverbios populares:
• “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Los tres imperativos recuerdan la condición humana. A pesar  de nuestro orgullo, hemos de reconocer que nuestra vida está marcada por la necesidad, la desorientación y el desamparo.  Por eso pedimos, buscamos y llamamos a la puerta de los demás.
• “Porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”. Todos hemos pasado malos momentos en nuestra vida. Pero no podemos resignarnos al fracaso. Aunque todo parezca fallar a nuestro alrededor, siempre podremos contar con  Dios. Él se nos da, se nos hace encontradizo y nos abre la puerta de su intimidad.

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