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El Salvador ha crecido en familia Lc 2,22-40 (NAV-Sagrada Familia)
El evangelio de hoy, en su conjunto, es toda una historia familiar, con la que Lucas cierra lo que se conoce como el "evangelio de la infancia" (aunque queda el último episodio en Jerusalén). La intencionalidad de esta lectura para la liturgia de hoy es manifiesta; quizás por lo que se afirma de que cumplieron "lo que prescribe la ley del Señor". Es una familia que quiere ser fiel a Dios, y en aquella mentalidad la fidelidad a Dios se manifestaba precisamente en el cumplimiento de todo aquello que exigía la ley del Señor. De hecho, el texto podría reducirse a los primeros versículos y al final de este conjunto (vv. 22-23"39-40). Entonces quedarían descartados, a todos los efectos, el episodio de Simeón y de Ana, en el momento de la purificación de la madre y de la presentación de Jesús al Señor en el templo. Por lo tanto habría que incidir en el sentido de la vida familiar, de una familia judía, piadosa, probablemente de educación farisea, que era lo común, que no se sale de la norma tradicional y religiosa. No es este un matiz a olvidar, porque deberíamos aproximarnos siempre a la figura de Jesús desde la normalidad de una vida en el judaísmo de la época, en la normalidad de trabajo y de la vivencia familiar.
Bien es verdad que Lucas concluye su relato con una expresión que va más allá de lo que es vivir normalmente: "el niño crecía en sabiduría (sofía) y gracia (járis) de Dios" (y. 40; cf. 2,52). Hay mucha intencionalidad en esto por parte del redactor del evangelio. Porque si bien quería presentar el marco normal de una vida de crecimiento de un niño en una familia religiosa, por otra está apuntando a que este niño está llamado a otra cosa bien distinta de los demás. No obstante Lucas ha relatado esta historia de familia con unos pormenores que la hacen especial. En la presentación del niño se debía rescatar al primogénito (cf Nm 8,15-18;18,16) mediante el pago de una pequeña cantidad, cosa que no se nos describe, ya que no lo entiende él como "rescate". Por otra parte, no era necesario en la presentación del primogénito, ni a la purificación de la madre, hacerlo necesariamente en el templo. Pero el evangelista lo quiere así para darle más sentido y para que los episodios de Simeón y Ana (absolutamente proféticos y originales) tengan el marco adecuado. No vamos a incidir a este aspecto, ya que requeriría más explicaciones que las necesarias para la liturgia de hoy.
Pero en la semiótica de todo esto vemos que el "relato de familia se convierte en una propuesta de fidelidad y cumplimiento, aunque con voces proféticas detrás, como la de Simeón y Ana, que están poniendo de manifiesto que este niño está destinado a algo más que ser un judío cumplidor de la ley. Este viejo-visionario vive de la esperanza de algo más que todo eso, y así logra lo que su esperanza le dictan: ver la luz que alumbrará a todas las naciones. El canto de Simeón, el famoso "Nunc dimittis", no deja lugar a dudas, ya que los cantos en estos capítulos de Lucas desempeñan un papel primordial (así es el caso también del Magnificat y el Benedictus). Y de la misma manera la profetisa Ana – cuando la profecía estaba muerta en Israel desde hacía siglos, y una mujer además, no lo olvidemos—, anuncia cosas nuevas de este niño, en una familia, que no se pueden reducir solamente en ser fieles a la ley del Señor, sino a la voluntad salvadora de Dios. Aquí se está anunciando algo inaudito que, sin embargo, crece y se experimenta en la normalidad de una familia religiosa y fiel a Dios.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/27-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
El profeta y el ángel Lc 1,26-38 (ADVB4-20)
“Yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2 Sam 7,12.14). Dios había elegido a David entre sus hermanos. Y lo había constituido como sucesor del rey Saúl. Ahora, por medio del profeta Natán, Dios mismo le prometía consolidar su reino en sus descendientes.
Ese hijo de David será un hijo adoptivo de Dios. Y deberá responder a esa elección divina con fidelidad y con justicia. A muchos siglos de distancia, también nosotros estamos llamados a manifestar públicamente nuestra gratitud al Dios que nos ha elegido, como se sugiere en el salmo responsorial: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor” (Sal 88).
San Pablo concluye su carta a los Romanos con un espléndido himno de alabanza a Dios, porque ha revelado su misterio y su voluntad de salvación por medio de Jesucristo. Nuestro Maestro nos ha enseñado a descubrir la gracia de vivir la obediencia de la fe (Rom 16,25-27).
EL HIJO Y SU PADRE
El evangelio de hoy (Lc 1,26-38) nos recuerda la antigua profecía de Natán. Así dice el ángel Gabriel a María: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. ¿Qué significa ese anuncio?
• Jesús reinará por siempre. Así es. Jesús viene a renovar aquella alianza de Dios y a revelar el sentido más profundo de aquella promesa. Pero ahora se comprende que la elección de Dios no comporta un poder temporal, pasajero y caduco. Esa herencia real tiene una dimensión espiritual. Por eso mismo tendrá un destino universal en el espacio y perenne en el tiempo.
• Jesús heredará el trono de David, su padre. Heredar el trono de David no va a significar ostentar un poder sobre las tierras, los bienes y las instituciones de este mundo. Jesús nunca pretenderá imponer por la fuerza su autoridad. No luchará por adquirir bienes perecederos o una gloria efímera. La misión de Jesús consistirá en proponer un camino de salvación y de gracia.
• Jesús se llamará “Hijo del Altísimo”. No es tan sólo un hijo por elección, como lo era David. Él mismo habrá de explicar una y otra vez que el Padre y Él son una misma cosa, por decirlo con palabras de todos los días. El Padre y Él comparten el mismo origen y la misma voluntad. En realidad, los une el mismo ser y el mismo querer, un mismo proyecto y una misma actuación.
HUMILDAD Y ACCIÓN
Tras haber escuchado durante el Adviento las profecías de Isaías y la predicación de Juan Bautista, hoy evocamos el mensaje del ángel Gabriel, que llega a recordar la profecía de Natán. Y meditamos también dos frases de la respuesta de María a ese enviado celestial.
• “Aquí está la esclava del Señor”. La soberbia siempre ha sido una necedad, criticada ya por los antiguos proverbios. Los hombres no somos tan poderosos como creemos. Una pandemia puede desmontar todos nuestros planes. María nos da un buen ejemplo de sensatez. Sentirse como la sierva del Señor la lleva a ella y nos ayudará a nosotros a aceptar la voluntad y el proyecto de Dios
• “Hágase en mí según tu palabra”. Una humildad inoperante es sencillamente falsa. No basta con escuchar la voz que Dios nos dirige cada día. Es preciso ser conscientes de que el plan que Él nos propone no va a ser fácil ni brillante. Sin embargo, es necesario aceptar sinceramente su voluntad, pedir su ayuda y decidirse a actuar de acuerdo con sus sugerencias.
María en manos de Dios Lc 1,26-38 (ADVB4-20)
1. El evangelio de la “anunciación” viene a llenar una laguna, algo que muchos echan de menos en el evangelio de Marcos. Por eso, en el último domingo de Adviento se recurre al tercer evangelio, que es el único que nos habla de María como la auténtica mujer profética que va perfilando, con sus gestos y palabras, lo que posteriormente llevará a cabo su hijo, el Hijo del Altísimo con que se le presenta en la anunciación. Esto ocurre así, en la liturgia de hoy, previa a la Navidad, porque si Juan el Bautista es una figura iniciadora de este tiempo litúrgico, es María la figura que lleva a plenitud el misterio y la actitud del Adviento. El relato de la anunciación de Lucas no se agota en una sola lectura, sino que siempre implica una novedad inagotable. Esta mujer de Nazaret (aldea desconocida hasta entonces en la historia) será llamada por Dios, precisamente para que ese Dios sea el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Dios humano. (cf también el comentario a este texto en la Fiesta de la Inmaculada).
2. No obstante, Dios no ha querido avasallar desde su grandeza; y, para ser uno de nosotros, ha querido ser aceptado por esta mujer que, en nombre de toda la humanidad, expresa la necesidad de que Dios sea nuestra ayuda desde nuestra propia sensibilidad. El papel de María en esta acción salvadora de Dios no solamente es discreto, sino misterioso. Ella debe entregar todo su ser, toda su feminidad, toda su fama, toda su maternidad al Dios de los hombres. No se le pide un imposible, porque todo es posible para Dios, sino una actitud confiada para que Dios pueda actuar por nosotros, para nosotros. No ha elegido Dios lo grande de este mundo, sino lo pequeño, para estar con nosotros. María es la que hace sensible y humano el Adviento y la Navidad.
3. En este texto de la “anunciación” vemos que a diferencia de David, piadosillo, pero interesado, es Dios quien lleva la iniciativa de construirse una “morada”, una casa (bayit), una dinastía, en la casa de María de Nazaret, una mujer del pueblo, de los sin nombre, de los sin historia. El ángel Gabriel que antes había sido “rechazado” de alguna manera en la liturgia solemne del templo por el padre de Juan el Bautista, que era sacerdote, es ahora acogido sencilla y humildemente por una mujer sin título y sin nada. Aquí sí hay respuesta y acogida y aquí Dios se siente como en su casa, porque esta mujer le ha entregado no solamente su fama y su honra, no solamente su seno materno, sino todo su vida y todo su futuro. Es ahora cuando se cumple la profecía de Natán (“Dios le dará el trono de David, su padre”), pero sabemos que será sin dinastía ni títulos reales.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/20-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Todos nacemos en Belén
un quinto evangelio que ocurrió en Palestina; cosas de Belén; la Navidad de los niños, maestros de la esperanza; felicitaciones pascuales que salen del anonimato; meditaciones teológicas y espirituales sobre la encarnación del Hijo de Dios; cartas a los Reyes Magos que se comenzaron hace mucho tiempo; reflexiones sobre la literatura navideña; y hasta algún que otro villancico.
Todos nacimos en Belén, o al menos lo mejor de nosotros nació allí, como nació el corazón de un niño llamado José Luis Martín Descalzo, como nació el Hijo de Dios y de María Virgen, Jesús, nuestro Salvador.
Autor José Luis Martín Descalzo
Editorial: Monte Carmelo
ISBN 978-84-8353-415-1
232 páginas
Precio 17 euros
Juan, el profeta Jn 1,6-8.19-28 (ADVB3-20)
“El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido”. El texto del libro de Isaías (Is 61,1-2.10-11) anuncia a un profeta que recibe el espíritu de Dios y lo difunde. Consuela a los que sufren, venda las heridas de los desgarrados, libera a los cautivos y prisioneros y, sobre todo, inaugura un año jubilar: el año de gracia de parte del Señor.
Además, el profeta proclama un anuncio de alegría universal: “El Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”. Este tercer domingo del Adviento se hace notar por su invitación a la alegría.
El salmo responsorial, tomado del canto de María, recoge ese tono de alegría: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1,46). También la invitación que san Pablo dirige a los fieles de Tesalónica refleja este espíritu: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión… No apaguéis el espíritu… Guardaos de toda clase de mal” (1 Tes 5,16).
TRES VECES “NO” Y UNA VEZ “SÍ”
En el evangelio de hoy se nos presenta a un extraño profeta (Jn 1,6-8.19-28). Parece que el texto lo define por lo que no es. Por lo que no pretende ser. Esto es lo que el evangelista dice de él: “No era él la luz, sino testigo de la luz”.
Pero nos interesa saber cómo se ve él mismo. Ante los emisarios de los sacerdotes y levitas de Jerusalén, Juan responde con verdad y humildad. Por tres veces repite un “no” tajante a los que le preguntan.
• No es Elías, aquel gran defensor de la majestad de Dios y de la dignidad del pobre.
• No es el gran profeta que el Señor anunciaba a Moisés, según el Deuteronomio.
• Y no es el Mesías, que había sido esperado por su pueblo a lo largo de los siglos.
Sin embargo, nadie puede identificarse solo por lo que no es. Hay que definirse por un “sí”. Es preciso reconocer lo que uno es y lo que está dispuesto a dar. Para identificarse, Juan se presenta como la voz que clama en el desierto, exhortando a todos a allanar los caminos. Juan hace suyas las palabras del libro de Isaías que anunciaban la liberación a los deportados.
PALABRA Y TESTIMONIO
Es verdad que Juan se niega a presentarse como el esperado por su pueblo. Pero no puede negarse a anunciar su llegada y su presencia entre las gentes:
• “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Muchos consideran al Mesías como un extraño. Algunos hasta llegan a dudar de su existencia histórica. Pero los creyentes sabemos que él está entre nosotros. Juan nos invita a descifrar los signos que lo anuncian.
• “Él viene detrás de mí y existía antes que yo”. Algunos consideran a Jesús solamente como un personaje del pasado. Juan nos ayuda a comprender su puesto en la historia de la salvación. El Señor nos precede en el tiempo y, a la vez, está viniendo a nosotros cada día.
• “Yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. Muchos otros lo han despreciado como hicieron Herodes y Pilato. Juan nos dice que Jesús es el Señor. Nosotros somos unos siervos a los que Él ha elegido como discípulos y ha considerado como amigos.
Dar testimonio de la luz Jn 1,6-8.19-28 (ADVB3-20)
1. El evangelio de hoy, como ya hemos apuntado , es una confesión de Juan el Bautista sobre Jesús. El testimonio de Marcos sobre Juan el Bautista es muy escueto. Por ello, en la liturgia se recurre a otras tradiciones cristianas. Los primeros versos de esta lectura evangélica podrían pertenecer con todo derecho al «prólogo» del evangelio, aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Es como el proemio a la narración del evangelio joánico que, no obstante sus altos vuelos, no prescinde de lo que parece históricamente adquirido: Jesús viene después del Bautista, quizás estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto. Con Juan se cierra el AT y lo cierra el mismo Jesús anunciando el evangelio, no simplemente penitencia.
2. El Logos, la Palabra de Dios que se hizo carne por nosotros, que vino a los suyos, recibió el testimonio del profeta último del AT, pero los suyos no quisieron recibir la luz, porque esta luz iba a poner de manifiesto muchas cosas sobre el proyecto verdadero de la salvación. La luz es un término muy profundo en la teología joánica. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron (y la polémica es manifiesta en el texto), sino que venía como “precursor”, como amigo del esposo. La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar, para dar la vida. El era la voz que gritaba en el desierto.
3. Está latente en el evangelio de Juan como un juicio entre la luz y las tinieblas, y el autor quiere partir del testimonio del Bautista para que su argumentación sea más decisiva. Su bautismo no era más que un rito penitencial de agua. «El que había de venir» traería algo definitivo que no quedaría solamente en penitencia, sino que llevaría a cabo el cumplimiento de lo que se anuncia en Is 61,1-10, como se nos ha leído previamente. No es otro el sentido que debe tener la reinterpretación que la liturgia de hoy nos brinda del texto profético y del evangelio joánico.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/13-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Inmaculada Concepción de María (puzles con obras artísticas relevantes)
El Bautista y el Camino Mc 1,1-8 (ADVB2-20)
“Consolad, consolad a mi pueblo”. Con este oráculo divino comienza la segunda parte del libro de Isaías (Is 40,1). A ese pueblo, que había sido deportado a Babilonia, Dios mismo le anuncia que ya ha sufrido demasiado. Está ya próximo el retorno a sus tierras de Judá.
Entonces se oye una voz que grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor. Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. Es el pueblo el que ha de regresar. Pero es urgente allanar una calzada para ese Dios que se identifica con su pueblo. Él ha vivido desterrado con su gente. Y ahora quiere regresar con los desterrados y con los hijos que les han nacido en el destierro.
Nosotros podemos identificarnos con esa caravana de exiliados y repetir la invocación del salmo responsorial: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84).
Afectados como estamos por la pandemia y el dolor, por la soledad o los abusos, confesamos que “para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. A pesar de todo, y más allá de las falsas promesas humanas, “nosotros esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 Pe 3,8-14).
LAS PROPUESTAS DEL CAMBIO
Según el evangelio que se proclama en este segundo domingo de Adviento, en el desierto aparece un profeta, vestido con una piel de camello y alimentado de saltamontes y miel silvestre. Hace suyo aquel grito del libro de Isaías, pero lo modifica: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos” (Mc 1,3). Esa preparación incluía tres propuestas urgentes:
• En primer lugar, Juan exhortaba a todos a la conversión, es decir al cambio de mentalidad y de actitudes. Preparar el camino al Señor exigía una transformación radical de la vida y del comportamiento. La conversión era una verdadera y nueva creación de la persona.
• En segundo lugar, Juan proponía a las gentes que acudían a él la confesión pública de los pecados. Ese era el signo de que reconocían sus errores, sus extravíos, sus pecados. Con ello, manifestaban creer que siempre es posible alcanzar el perdón de Dios
• Y en tercer lugar, Juan bautizaba a las gentes en las aguas del Jordán. Con aquel rito recordaba que las aguas de aquel río se habían detenido para permitir a Josué y a su pueblo el paso hacia la tierra prometida. Y en aquellas aguas Naamán, el sirio, había sido curado de la lepra.
EL QUE VIENE DETRÁS
La palabras de Juan se parecen a las del mensajero que anunciaba a los exiliados el retorno a su patria. Pero hay algo nuevo en ellas. Ya no anuncia el paso de Dios con su pueblo. Anuncia la llegada de otro personaje misterioso con el que por tres veces se compara él mismo:
• “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo”. Juan ha aparecido entre el desierto y el Jordán como un profeta sincero y austero, convincente y respetado. Pero él sabe y proclama que no es el final del camino. Solo ha salido a prepararlo. El que ha de venir tiene más autoridad que Juan.
• “Yo no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”. Juan es un verdadero profeta. Pero sabe que es menos importante que un esclavo. El esclavo prestaba a su amo los servicios más humildes, que Juan ni se atreve a prestar al que ha de venir detrás de él.
• “Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan conoce ese rito de purificación que atrae a las gentes hasta el Jordán. Pero él sabe que solo bautizaba con agua. El bautismo definitivo purificará con el Viento Santo que creó los mundos.
El camino de Dios es el evangelio Mc 1,1-8
1. Se inicia en todos los sentidos el evangelio de Marcos. Como prólogo sirve para marcar las diferencias y los vínculos con el AT. Para ello se ha valido de la figura de Juan Bautista, que es una figura señera del Adviento. Históricamente, sabemos que Juan el Bautista predicó la llegada de un tiempo decisivo, que él mismo no podía alcanzar a ver con toda su radicalidad; pero de la misma manera que el AT es la preparación del NT, Juan resume toda esta función. Marcos (quien sea esta figura del cristianismo primitivo) escribe una obra que llama “evangelio”, buena noticia, ¡toda una proeza!. Pero esa buena noticia está en contraste con muchas cosas del pasado, las mejores de las cuales las representa en este instante el profeta del desierto, Juan el Bautista.
2. El Bautista era un profeta apocalíptico, y en el texto se nos describe con los rasgos del gran profeta Elías (2 Re 1,8, Mal 3,23), por eso no podrá entender plenamente la grandeza del evangelio que viene, incluso después de haber bautizado a Jesús. Juan está en el desierto, y el desierto es sólo una etapa de la vida del pueblo; es un símbolo de retiro, de penitencia, de conversión. El desierto es lo que está antes de la “tierra prometida”, y así hay que interpretarlo como semiótica certera. Pero también es verdad que es un marco adecuado para anhelar y desear algo nuevo y radical. Eso le sucede a Juan: presiente que algo nuevo está llegando... para lo que pide conversión.
3. Pero la conversión cristiana, la que propondrá Jesús, debe llevar también el signo de la alegría. No obstante, los cristianos, cuando tuvieron que revisar la misma predicación de Juan el Bautista, supieron dotarla de los elementos teológicos que marcaban la diferencia entre lo que él hacía y lo que haría aquél al que no era capaz de desatar la sandalia de sus pies. El bautismo de Juan y el bautismo cristiano están diferenciados por el Espíritu; no se trata solamente de penitencia. Los que seguían a Juan debían renunciar a su pasado. Los que siguen a Jesús, además de eso, tendrán un “espíritu” nuevo. Por lo mismo, y aunque Juan representa lo mejor del AT, también la esperanza que mana del mismo queda alicorta con respecto a lo que Jesús ha traído al mundo.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/6-12-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Inmaculada Concepción de María - 8 de diciembre- Sopa de Letras INTERACTIVA
La FIESTA de la INMACULADA CONCEPCIÓN de MARÍA recuerda el nacimiento virginal de Jesús en el que María fue PRESERVADA del pecado. Esta verdad de la Iglesia fue promulgada por el papa PÍO IX en la bula INEFFABILIS DEUS el 8 de diciembre de 1854.
La imagen característica de la Virgen nos remite al libro del APOCALIPSIS. Así, María, viste un manto AZUL, una CORONA de ESTRELLAS y, de pie, sobre el mundo y la LUNA, pisa la cabeza de la SERPIENTE, en señal de victoria sobre el mal y el PECADO.
ACTIVIDAD: Busca en la siguiente sopa de letras interactiva las palabras destacadas en mayúsculas. ¡A POR ELLA!)