El Reino y los Árboles Mc 4,26-34 (TOB11-21)

 “Reconocerán todos los árboles del campo  que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado  y exalto al humilde, hago secarse al árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Este oráculo que nos trasmite el profeta Ezequiel (Ez 17,22-24) habla de Dios y del hombre. 

Dios es el Señor. Él es la fuente de la vida. De su voluntad depende la suerte de los pueblos. A pesar de todas las apariencias, su palabra permanece en el tiempo. 

Y el hombre hará bien en no creerse autosuficiente. El orgullo humano es totalmente ridículo.Una carástrofe, una pandemia o una revolución pueden alterar toda su vida. 

Con el salmo responsorial proclamamos una convicción que debería ser sincera: “Es bueno  darte gracias, Señor (Sal 91). 

Con san Pablo manifestamos que somos peregrinos y estamos de paso. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor (2 Cor 5,9).

LAS TENTACIONES

 En el evangelio según Marcos (Mc 4,26-34) se nos exponen hoy dos parábolas sobre el Reino de Dios con una clara referencia al ambiente de la gente del campo.  

 • En la primera el reino de Dios se compara con un hombre que echa la simiente en la tierra y se se vuelve a su casa. Mientras él hace su vida normal, la semilla germina y va creciendo por sí sola hasta producir la espiga y el fruto. Esta imagen ridiculiza nuestra soberbia y nos exhorta a la humildad. Hacemos lo que nos corresponde, pero el crecimieto del Reino de Dios no depende de nuestros proyectos o cavilaciones.  

• En la segunda parábola Jesús se refiere a la semilla de la mostaza. A pesar de su pequeñez, crece y llega a convertirse en un árbol, en el que los pájaros pueden armar sus nidos. Así es el Reino de Dios. Esta segunda parábola ridiculiza nuestra aprensión y nuestros temores al ver que nuestras iniciativas son tan insignificantes. Nuestro desaliento debe ser superado por la confianza en Dios que da el crecimiento a nuestros proyectos.  

LOS NIDOS

Hemos sido llamados a vivir en esperanza. Y la esperanza tiene mucho que ver con el caminar, como ya sugería san Isidoro. Contra la virtud de la esperanza surgen dos tentaciones.

La parábola de la semilla refleja la primera tentación: la presunción que alimenta nuestro orgullo. Nos lleva a pensar que somos nosotros los que damos la fuerza a la semila. Olvidamos que ella da el futo por sí misma.   

La parábola del grano de mostaza alude a la segunda tentación: la desesperanza que genera nuestro desaliento. Nos lleva a pensar que nuestras sencillas acciones y palabras nunca podrán crecer y ofrecer apoyo a los que lo necesitan. Olvidamos que la semilla del Evangelio no es aparatosa. 

 Ezequiel habla de los altos cedros en los que anidan las aves. Jesús alude también a los nidos de los pájaros que pueden encontrarse en las ramas más humildes de la mostaza. Los hijos de Dios pueden encontrar cobijo en el árbol que Dios les ofrece. El tamaño del árbol importa menos que la providencia del Dios que cuida de nosotros.       

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