“Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, y ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel” (Bar 5,7-8).
Esta profecía de Baruc anunciaba el retorno de las gentes de Israel, que habían sufrido la amarga deportación a Babilonia. Con palabras poéticas se anuncia la misericordia de Dios hacia sus hijos. Del Señor es la iniciativa de la salvación. Él hará llanos los caminos del retorno. Y ordenará a los árboles que les den sombra por la rutas del desierto.
Con razón, el salmo responsorial recoge y canta la alegría de aquel pueblo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Sal 125,1).
Por su parte, san Pablo reconoce que el Dios que ha abierto a los fieles los caminos del Evangelio llevará adelante su obra hasta el día de Cristo Jesús (Flp 1,6).
LA CONVERSIÓN Y LA ESPERANZA
También al desierto nos lleva el evangelio que hoy se proclama (Lc 3,1-6). En una situación que el evangelio de Lucas trata de situar en la historia, aparece Juan, el hijo de Zacarías. El mismo evangelista cuenta cómo había intervenido Dios en el nacimiento de aquel niño y anticipa el día de su manifestación a Israel (Lc 1-2).
Las gentes se sorprendieron ante aquel nacimiento tan inesperado y ante el nombre que había recibido al ser circuncidado. De hecho, se preguntaban qué habría de ser aquel niño. Seguramente se imaginaban que un día entraría a formar parte del grupo de los sacerdotes, como su padre Zacarías.
Pues bien, andando el tiempo, Juan no aparece en el templo de Jerusalén, sino en la comarca del Jordán. La recorre incansable y predica un bautismo de conversión. Su puesto no está en las estructuras del poder, del culto y de la ley. Juan espera y anuncia la salvación para su pueblo. Pero sabe que las mayores dificultades están en el interior de cada persona.
Su predicación es un eco de las profecías de Baruc y de Isaías (2,12-18). Si en otro tiempo Dios allanaba los caminos para su pueblo, ahora es cada persona quien ha de rebajar las colinas y rellenar los barrancos para facilitar el camino de la salvación. La esperanza es imposible sin la humildad y el compromiso.
EL CAMINO DE LA SALVACIÓN
“Lo torcido será enderezado y lo escabroso será camino llano”. El discurso de Juan no invitaba a la pasividad. Los caminos rectos habían de ser el fruto de la conversión de los que le escuchaban. Pero a la exhortación acompañaba la promesa de la presencia de Dios.
• “Todos verán la salvación de Dios”. Si Lucas comenzaba presentando a los poderosos, el Bautista nos recuerda que la salvación no es un privilegio exclusivo para ellos. La salvación tiene una dimensión universal. Todos los hombres somos llamados a acoger con sinceridad la intervención de Dios en nuestras vidas.
• “Todos verán la salvación de Dios”. Es bien sabido que para la fe de Israel era muy importante la disposición a “escuchar” la palabra de Dios, aunque los peregrinos que subían al templo de Jerusalén deseaban también “ver” el rostro de Dios. El bautista anuncia que la salvación se dejará “ver”. Pero los creyentes hemos de dar un testimonio de ella.
• “Todos verán la salvación de Dios”. En su exhortación "Gaudete et exsultate", el papa Francisco nos advierte de la tentación de atribuir la santidad a las propias fuerzas. El Bautista pregona que la salvación viene de Dios. Si en otro tiempo Dios allanaba los caminos para su pueblo, nosotros hemos de allanar los senderos para que Dios pueda llegar a nuestra vida.
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