Modelo de familia Lc 2,22-32 (NAV Sagrada Familia)

  En la celebración de la fiesta de la Sagrada Familia, el Sirácida incluye una serie de verdades que no puede ignorar la persona que cree en el Dios de la vida. De hecho, dice que “a quien honra a su padre y a su madre Dios lo escucha” (Eclo 3,2-6.12-14). 

A esa lectura, la asamblea litúrgica responde con una bienaventuranza que proclama el salmo: “Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos” (Sal 127). 

San Pablo exhorta a los Colosenses a cultivar virtudes imprescindibles como la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia. Todas ellas se resumen en el amor, que es el vínculo de la caridad perfecta. Al final, el Apóstol añade unos oportunos consejos para regular las relaciones entre todos los miembros de la familia (Col 3,12-21).

Si la  familia era una bendición en el pueblo de Israel, la comunidad cristiana ve en la familia de Nazaret un ejemplo y un estímulo para vivir con  responsabilidad ese don de Dios.

LA LEY Y EL ESPÍRITU

 Al recordar la presentación de Jesús en el templo, el evangelio repite una y otra vez la alusión a la Ley. Y con la  misma insistencia anota la presencia del Espíritu (Lc 2,22-40). 

Al cumplir las normas de la Ley, José y María perciben que el Espíritu va dirigiendo los hechos. Inspirado por él, Simeón reconoce en el Niño al Mesías del Señor. Es más, proclama que ha de ser la gloria de su pueblo y la luz para los pueblos paganos.

 El evangelio subraya, además, el asombro con el que José y María escuchan aquella profecía. Ese dato no es insignificante. Es cierto que los padres de Jesús han escuchado y acogido una llamada que venía de Dios y la han seguido con fidelidad.

Pero José y María habían de prestar atención al proyecto de Dios sobre aquel niño. Un proyecto que les viene revelado por la boca de un hombre en el espacio privilegiado del templo. La familia de Nazaret ha tenido su origen en una vocación divina. Pero ha de reconocer su misión, que les llega manifestada a través de una voz humana.  

SABIDURÍA Y GRACIA

Tras escuchar las palabras de Simeón y de Ana, la anciana profetisa, José y María regresan a su ciudad de Nazaret. El texto evangélico anota que “el niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él” (Lc 2,40). 

• El crecimiento de un niño es natural. Parece garantizado por el tiempo. Pero requiere el esfuerzo y el cuidado de toda la familia. La salud integral de la persona siempre está amenazada. Por eso exige una atenta vigilancia y continuos y afectuosos cuidados. 

• El texto alude también a la sabiduria, que no puede reducirse al aprendizaje de técnicas, por necesarias que sean. En la familia se enseñan y se testimonian cada día los valores que verdaderamente valen en la vida de la persona.

• Además, el texto alude a la gracia de Dios. La sociedad secularizada tiende hoy a ignorar este dato. Pero la familia creyente ha de cultivar el terreno para que en su seno esa gracia de Dios produzca los frutos de las virtudes.

El Salvador ha crecido en familia Lc 2,22-40 (NAV-Sagrada Familia)

 El evangelio de hoy, en su conjunto, es toda una historia familiar, con la que Lucas cierra lo que se conoce como el "evangelio de la infancia" (aunque queda el último episodio en Jerusalén). La intencionalidad de esta lectura para la liturgia de hoy es manifiesta; quizás por lo que se afirma de que cumplieron "lo que prescribe la ley del Señor". Es una familia que quiere ser fiel a Dios, y en aquella mentalidad la fidelidad a Dios se manifestaba precisamente en el cumplimiento de todo aquello que exigía la ley del Señor. De hecho, el texto podría reducirse a los primeros versículos y al final de este conjunto (vv. 22-23"39-40). Entonces quedarían descartados, a todos los efectos, el episodio de Simeón y de Ana, en el momento de la purificación de la madre y de la presentación de Jesús al Señor en el templo. Por lo tanto habría que incidir en el sentido de la vida familiar, de una familia judía, piadosa, probablemente de educación farisea, que era lo común, que no se sale de la norma tradicional y religiosa. No es este un matiz a olvidar, porque deberíamos aproximarnos siempre a la figura de Jesús desde la normalidad de una vida en el judaísmo de la época, en la normalidad de trabajo y de la vivencia familiar.

Bien es verdad que Lucas concluye su relato con una expresión que va más allá de lo que es vivir normalmente: "el niño crecía en sabiduría (sofía) y gracia (járis) de Dios" (y. 40; cf. 2,52). Hay mucha intencionalidad en esto por parte del redactor del evangelio. Porque si bien quería presentar el marco normal de una vida de crecimiento de un niño en una familia religiosa, por otra está apuntando a que este niño está llamado a otra cosa bien distinta de los demás. No obstante Lucas ha relatado esta historia de familia con unos pormenores que la hacen especial. En la presentación del niño se debía rescatar al primogénito (cf Nm 8,15-18;18,16) mediante el pago de una pequeña cantidad, cosa que no se nos describe, ya que no lo entiende él como "rescate". Por otra parte, no era necesario en la presentación del primogénito, ni a la purificación de la madre, hacerlo necesariamente en el templo. Pero el evangelista lo quiere así para darle más sentido y para que los episodios de Simeón y Ana (absolutamente proféticos y originales) tengan el marco adecuado. No vamos a incidir a este aspecto, ya que requeriría más explicaciones que las necesarias para la liturgia de hoy.

Pero en la semiótica de todo esto vemos que el "relato de familia se convierte en una propuesta de fidelidad y cumplimiento, aunque con voces proféticas detrás, como la de Simeón y Ana, que están poniendo de manifiesto que este niño está destinado a algo más que ser un judío cumplidor de la ley. Este viejo-visionario vive de la esperanza de algo más que todo eso, y así logra lo que su esperanza le dictan: ver la luz que alumbrará a todas las naciones. El canto de Simeón, el famoso "Nunc dimittis", no deja lugar a dudas, ya que los cantos en estos capítulos de Lucas desempeñan un papel primordial (así es el caso también del Magnificat y el Benedictus). Y de la misma manera la profetisa Ana – cuando la profecía estaba muerta en Israel desde hacía siglos, y una mujer además, no lo olvidemos—, anuncia cosas nuevas de este niño, en una familia, que no se pueden reducir solamente en ser fieles a la ley del Señor, sino a la voluntad salvadora de Dios. Aquí se está anunciando algo inaudito que, sin embargo, crece y se experimenta en la normalidad de una familia religiosa y fiel a Dios.

El Hijo del Altísimo Lc 1, 26-38 (ADV4-23)

“Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será hijo para mí”. Tras el perdón que Dios concede al rey David, esa es la promesa de futuro que le transmite el profeta Natán (2Sam 7,12.14).

 Así es. Dios quiere estar con el rey David y le promete plantar a su pueblo en el territorio y asegurar la paz a su reino. Además, por medio del profeta Natán, Dios prometía la estabilidad de la dinastía davídica. De hecho, ya a corto plazo, se comprometía a reconocer como hijo al futuro descendiente del rey.

Esa promesa reaparece en el salmo responsorial de la misa de este último domingo del Adviento (Sal 88). El Dios clemente y  misericordioso se muestra fiel a su alianza.

Según san Pablo, ante esa muestra de la providencia de Dios solo es posible darle gloria por Cristo Jesús, que es la revelación definitiva del misterio mismo de Dios (Rom 16,25-27).

EL TRONO DE DAVID

 El evangelio de este domingo cuarto del Adviento recuerda el relato de la anunciación del ángel Gabriel a una doncella de Nazaret (Lc 1,26-38). Junto a la profecía de Isaías y el mensaje de Juan el Bautista, María es la figura más importante del Adviento. En ella se hace realidad la antigua profecía de Natán al rey David:

• “Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús”. El hijo de María trae al mundo la salvación, como lo indica su nombre, que significa: “Dios es Salvador”.  

• “Se llamará Hijo del Altísimo”.  El hijo de María será hijo de Dios.  En él se encuentran lo humano y lo divino, el pecado y el perdón, la necesidad y la dádiva. 

• “El Señor Dios le dará el trono de David su padre”. El hijo de María pertenece a la dinastía real. Pero su reino supera al reino de David. En él se cumple la alianza de Dios.

Al celebrar con alegría el nacimiento de Jesús, sabemos y proclamamos que estamos asistiendo al cumplimiento de las antiguas profecías.

LA NOVEDAD PARA EL  MUNDO

En la historia de Israel se menciona a algunas mujeres que se decían estériles y, sin embargo, habían dado a luz a patriarcas como Isaac, o jueces como Sansón o Samuel. Las palabras que el ángel dirige a María evocan las memorias de aquellos personajes.

• “El santo que va a nacer se llamará hijo de Dios”. Ahora bien, el niño que va a nacer de María es más importante que todos los antiguos héroes. Él puede ser llamado el Santo por excelencia. De hecho, él será la fuente y el modelo de toda santidad.

• “El santo que va a nacer se llamará hijo de Dios”. Ese niño “va a nacer” en un lugar y en un tiempo concreto. No había sido soñado ni programado. No había sido imaginado por los antiguos profetas. Él es la gran noticia y la gran novedad para el mundo.

• “El santo que va a nacer se llamará hijo de Dios”. El niño que anuncia el ángel Gabriel es ciertamente hijo de María de Nazaret. Pero con toda razón Dios lo llamará hijo suyo. Él revelará al mundo el nombre y el amor de su Padre celestial.

María, en manos de Dios Lc1,26-38 (ADV4-23)

1. El evangelio de la “anunciación” viene a llenar una laguna, algo que muchos echan de menos en el evangelio de Marcos. Por eso, en el último domingo de Adviento se recurre al tercer evangelio, que es el único que nos habla de María como la auténtica mujer profética que va perfilando, con sus gestos y palabras, lo que posteriormente llevará a cabo su hijo, el Hijo del Altísimo con que se le presenta en la anunciación. Esto ocurre así, en la liturgia de hoy, previa a la Navidad, porque si Juan el Bautista es una figura iniciadora de este tiempo litúrgico, es María la figura que lleva a plenitud el misterio y la actitud del Adviento. El relato de la anunciación de Lucas no se agota en una sola lectura, sino que siempre implica una novedad inagotable. Esta mujer de Nazaret (aldea desconocida hasta entonces en la historia) será llamada por Dios, precisamente para que ese Dios sea el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Dios humano. (cf. también el comentario a este texto en la Fiesta de la Inmaculada).

2. No obstante, Dios no ha querido avasallar desde su grandeza; y, para ser uno de nosotros, ha querido ser aceptado por esta mujer que, en nombre de toda la humanidad, expresa la necesidad de que Dios sea nuestra ayuda desde nuestra propia sensibilidad. El papel de María en esta acción salvadora de Dios no solamente es discreto, sino misterioso. Ella debe entregar todo su ser, toda su feminidad, toda su fama, toda su maternidad al Dios de los hombres. No se le pide un imposible, porque todo es posible para Dios, sino una actitud confiada para que Dios pueda actuar por nosotros, para nosotros. No ha elegido Dios lo grande de este mundo, sino lo pequeño, para estar con nosotros. María es la que hace sensible y humano el Adviento y la Navidad.

3. En este texto de la “anunciación” vemos que a diferencia de David, piadosillo, pero interesado, es Dios quien lleva la iniciativa de construirse una “morada”, una casa (bayit), una dinastía, en la casa de María de Nazaret, una mujer del pueblo, de los sin nombre, de los sin historia. El ángel Gabriel que antes había sido “rechazado” de alguna manera en la liturgia solemne del templo por el padre de Juan el Bautista, que era sacerdote, es ahora acogido sencilla y humildemente por una mujer sin título y sin nada. Aquí sí hay respuesta y acogida y aquí Dios se siente como en su casa, porque esta mujer le ha entregado no solamente su fama y su honra, no solamente su seno materno, sino todo su vida y todo su futuro. Es ahora cuando se cumple la profecía de Natán (“Dios le dará el trono de David, su padre”), pero sabemos que será sin dinastía ni títulos reales.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/24-12-2023/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Testigos de la luz Jn 1,6-8.19-28 (ADV3-23)

 “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios” (Is 61,10). El tercer domingo de Adviento está siempre marcado por  el signo de la alegría. El profeta proclama que Dios le ha puesto un traje de salvación y lo ha envuelto con manto de justicia. Con esas prendas se siente tan feliz como un  novio que se prepara para celebrar su boda.    

Pero su alegría  no es solamente individual. Con una imagen muy sugerente, afirma él que, al igual que un jardín hace brotar sus semillas, así también el Señor hará brotar la justicia ante todos los pueblos. 

Durante el tiempo de Adviento acompañamos a María en su estado de buena esperanza. En lugar del salmo responsorial, se recita hoy el canto con el que ella celebra el haber sido elegida por Dios: “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1,46-48).  

San Pablo exhorta a los fieles de Tesalónica a vivir una alegría que nace de la oración y en ella se manifiesta: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar” (1Tes 5,16).  

LA LUZ Y LA VOZ

 El evangelio de este domingo tercero del Adviento nos ofrece dos sugerentes imágenes que resumen el espíritu y la  misión de Juan el Bautista.

• “No era él la luz, sino testigo de la luz”. Los profetas habían vivido tiempos de oscuridad, anhelando la llegada de la luz.  Juan había sido llamado y enviado a anunciar la aparición de la luz y para ser testigo de su resplandor. Ser testigos de la luz había de ser también la señal y la vocación de los que aceptaran al Mesías.   

• “Yo soy la voz que grita en el desierto”. Los hebreos que tuvieron la fortuna de regresar a Jerusalén tras el exilio en Babilonia, fueron exhortados a preparar en el desierto un camino al Señor. Juan se presenta ante su pueblo con la humildad de quien solo quiere ser una voz que en el desierto trata de preparar el camino del Mesías.      

Damos gracias a Dios porque, a lo largo de los siglos, muchos han seguido el ejemplo de  Juan. También en este momento de la historia abundan los profetas que anuncian el evangelio y nos ayudan a descubrir la acción de Dios en  nuestra sociedad.  

LA PRESENCIA

En la predicación de Juan el Bautista sobresale la insistencia en anunciar la presencia del Mesías, que pasa inadvertida para las gentes de su pueblo. 

• “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. La primera parte de la frase era muy importante. Aquel era el momento decisivo para descubrir que había llegado el tiempo mesiánico tan esperado. En medio de las gentes estaba ya el Mesías prometido.

• “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Muchas personas esperaban un mesias poderoso y triunfador. No estaban preparadas para reconocerlo como era en realidad. No recordaban que algún profeta lo anunciaba también como un perseguido y humillado.       

• “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Pero aquella palabra de Juan el Bautista había de ser escuchada en todo tiempo y lugar. También hoy ocurre muchas veces que ignoramos el sentido de la salvación y la presencia del Salvador.

Dar testimonio de la luz Jn 1,6-8.19-28 (ADV3-23)

1. El evangelio de hoy, como ya hemos apuntado , es una confesión de Juan el Bautista sobre Jesús. El testimonio de Marcos sobre Juan el Bautista es muy escueto. Por ello, en la liturgia se recurre a otras tradiciones cristianas. Los primeros versos de esta lectura evangélica podrían pertenecer con todo derecho al «prólogo» del evangelio, aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Es como el proemio a la narración del evangelio joánico que,  no obstante sus altos vuelos, no  prescinde de lo que parece históricamente adquirido: Jesús viene después del Bautista, quizás estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto. Con Juan se cierra el AT y lo cierra el mismo Jesús anunciando el evangelio, no simplemente penitencia.

2. El Logos, la Palabra de Dios que se hizo carne por nosotros, que vino a los suyos, recibió el testimonio del profeta último del AT, pero los suyos no quisieron recibir la luz, porque esta luz iba a poner de manifiesto muchas cosas sobre el proyecto verdadero de la salvación. La luz es un término muy profundo en la teología joánica. El Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron (y la polémica es manifiesta en el texto), sino que venía como “precursor”, como amigo del esposo. La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar, para dar la vida. El era la voz que gritaba en el desierto.

3. Está latente en el evangelio de Juan como un juicio entre la luz y las tinieblas, y el autor quiere partir del testimonio del Bautista para que su argumentación sea más decisiva. Su bautismo no era más que un rito penitencial de agua. «El que había de venir» traería algo definitivo que no quedaría solamente en penitencia, sino que llevaría a cabo el cumplimiento de lo que se anuncia en Is 61,1-10, como se nos ha leído previamente. No es otro el sentido que debe tener la reinterpretación que la liturgia de hoy nos brinda del texto profético y del evangelio joánico.

https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/17-12-2023/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/