El Hijo Amado Mc 9,1-9 (CUB2-24)

“Por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa” (Gén 22,16-17). En el primer domingo de cuaresma se recordaba el pacto de Dios con Noé. En este segundo domingo se nos presenta la alianza de Dios con Abraham.

Dios aprecia la obediencia de Abraham. ¿Pero es que Dios puede pedir a un padre que sacrifique a su propio hijo? ¿O habrá que leer el texto en su contexto histórico? Los cananeos sacrificaban a sus primogénitos ante sus dioses de la fertilidad. Pero el Dios de Israel no quiere la sangre de los hijos sino la obediencia de los creyentes.

En la generosidad de Abraham se refleja su fe en el Dios que va dirigiendo sus pasos. Nosotros nos hacemos eco de esa disponibilidad al repetir esta promesa: “Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor” (Sal 115).

  Evocando la disponibilidad de Abraham, san Pablo recuerda la generosidad del mismo Dios. “El que no se reservó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (Rom 8,31-36).

TRES INDICACIONES

Todos los años, en este domingo recordamos el misterio de la Transfiguración de Jesús en lo alto de un monte. De la nube que refleja la gloria y la cercanía de Dios bajó este mensaje: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo” (Mc 9,7). Al igual que los discípulos predilectos del Maestro, nosotros escuchamos esas tres indicaciones

• Jesús es el Hijo de Dios. En un mundo que desprecia tan escandalosamente la paternidad, nosotros sabemos que no estamos huérfanos. Gracias a la palabra y la fidelidad de Jesús, se nos revela que Dios es su Padre. Y es también el nuestro. 

• Jesús es el Hijo amado por Dios. En una sociedad que considera el amor como un mero sentimiento o una ocasión para el placer, nosotros descubrimos que Dios es amor. Gracias a Jesús se nos revela la cercanía, la compasión y la ternura de Dios.

• Jesús es el Maestro y el Profeta enviado por Dios. En una época en la que se escuchan las voces discordantes de los falsos profetas, nosotros descubrimos que Dios nos habla. Gracias a Jesús podemos escuchar la palabra de la verdad. 

DISCRECIÓN Y ANUNCIO

Al bajar de la montaña, Jesús ordenó a sus discípulos: “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esas palabras nos invitan a la reflexión y suscitan en nosotros la esperanza.

• En primer lugar, Jesús exhorta a los suyos a la discreción. Gracias al llamado “secreto mesiánico”, tan característico del evangelio de Marcos, Jesús rechazaba los falsos mesianismos del poder y del dominio. 

• En segundo lugar, Jesús invita a los discípulos de entonces y de ahora a aceptar el misterio de su entrega y de su muerte y a prepararse para anunciar a todo el mundo su resurrección de entre los muertos. 

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