Muerte y prestigio Mc 9,30-37 (TOB25-24)

 Acechemos al justo, que nos resulta incómodo”. El libro de la Sabiduría menciona tres acusaciones que se lanzan contra quien vive con rectitud: “Se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada” (Sab 2,17-20),

 Los impíos y malhechores siempre tratan de denunciar a las personas que, con su sola presencia, les echan en cara su impiedad y su injusto comportamiento. Quien trate de vivir con honradez y coherencia, recibirá acusaciones, calumnias y marginación. 

También hoy el perseguido puede orar con el salmo responsorial: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder… porque unos insolentes se alzan contra mí” (Sal 53). 

La carta de Santiago afirma que, frente a las envidias y rivalidades de sus perseguidores, “los que procuran la paz, están sembrando la paz y su fruto es la justicia” (Sant 3,18). 

TRES CONTRAPOSICIONES

Las acusaciones contra el justo, que recoge el libro de la Sabiduría, se harán realidad en Jesús, como anuncia él a sus discípulos: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, y después de muerto, a los tres días resucitará” (Mc 9,31). En el relato se perciben tres contraposiciones:

• Jesús es muy consciente de que habrá de afrontar la muerte en Jerusalén, aunque después resucitará. Sin embargo, los discípulos que le siguen por los caminos no entienden de qué les está hablando el Maestro. Es más, les da miedo pedirle una explicación. 

• Es evidente que los discípulos no han llegado a aprender la principal lección que imparte su Maestro. Jesús les anuncia la muerte que les espera, mientras que ellos parecen  entretenerse en discutir quién de ellos es el más importante. 

• También hoy, el Señor nos pregunta qué es lo que realmente nos preocupa mientras vamos “de camino”. Muchos de nosotros solo podemos responder a su pregunta con un cobarde silencio, porque en realidad solo nos importa nuestro prestigio personal.

TRES VIRTUDES

Para enseñar a los suyos una lección más comprensible, Jesús añadió: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. Esa actitud de “acoger” reflejaba su espíritu y denunciaba la indiferencia que puede denunciar nuestro egoísmo.  

• Acoger a un niño reflejaba la virtud de la gratuidad. El niño todavía no es “productivo”, pero tiene toda la dignidad de la persona. Acoger a un niño significa reconocer la importancia del débil y del marginado. 

• Acoger a Jesús era y es el signo más elocuente de la virtud de la hospitalidad. Él afirmó que no tenía donde reclinar la cabeza. En la persona de los pobres y desvalidos él sigue hoy pidiendo alojamiento en nuestra casa.    

• Acoger al Padre que nos ha enviado a Jesús era y ha de ser también hoy el signo más evidente de la virtud de nuestra fe. Quien cree en el enviado manifiesta creer también en quien lo envió y aceptar su voluntad. 

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